Hace no más de una semana, termine un curso taller con uno de los mejores ilustradores que hay en el mundo, por lo menos bajo mi punto de vista, que aún con presbicia, está muy entrenado a ver y analizar los trabajos gráficos que se me cruzan en medio. El ilustrador es Javier Zabala, un leonés de mundo, que lleva mucho tiempo en esta profesión, atesorando galardones, reconocimiento y colaboraciones exitosas. Si no le conocéis os recomiendo que busquéis cosas de él, son exquisitas, elegantes, estéticas, matéricas, sutiles, evocadoras, maduras, limpias… y cualquier otro calificativo que describa un trabajo serio, cargado de búsqueda, experimentación, perfección y verdad.
Lo primero que aprendí es a parar el tiempo para aprender a contemplar, tanto mi trabajo, como el de mis compañeros y profesor. Hay que observar con los ojos del niño que quiere llegar a ese trabajo desde cero, desde el blanco del papel y desde la humildad, descubriendo paso a paso, como cuando éramos niños, añadiendo poco a poco nuevas partes al asimilar las anteriores, hasta completar el todo y no desde los ojos de quien cree estar de vuelta de todo, sin valorar y sin humildad, porque así nos perderemos toda la magia que nos están regalando (además gratis). Experimentadlo, es algo casi hipnótico. Cuando llevéis un tiempo haciéndolo, una aguada o una textura o una mancha puede ser un laberinto en el que os perdáis minutos, intentando resolver esa sensación o inquietud que genera.
Además, pasa un poco lo que comentaba en mi anterior post, intentamos establecer un proceso cognoscitivo a partir de nuestra percepción para engranar todo lo aprendido en conocimiento, a partir de pautas, esquemas, revelaciones, etc. Sin reparar, en que lo hacemos con el fin de poder verbalizar, exponer o explicar ese aprendizaje desde lo etéreo y voluble. Realmente aprendemos sin saber concretamente qué, nos llenamos de algo que no tiene cuerpo o materia, es decir, es nuestro subconsciente el que aprende, creando todas las posibles asociaciones entre las variables que personalmente tenemos y que en modo consciente seríamos incapaces de desglosar y detallar. No os preocupéis, es así, pero ese entrenamiento no cae en saco roto, porque con el tiempo seréis capaces de “somatizar” con la palabra esos conocimientos.
Lo hablaba un día con un amigo poeta. Se remontaba a sus comienzos y me contaba que le resultaba muy complicado subir al registro poético, entender o explicar que era la poesía para él y peor aún, saber si lo que escribía, provocaba sentimientos en los demás. Hoy el paisaje es totalmente diferente, es capaz de decirme de millones de formas que es la poesía para él, porque sus poemas aprietan o liberan y lo que es más asombroso y revelador; hoy habla y se expresa con una capacidad descriptiva alucinante y libre, que va más allá de la propia percepción de los sentidos, hablando, diluye la poética ente la prosa cotidiana, de forma natural y sin buscarlo, haciendo de esto una experiencia mucho más enriquecedora y sin tener que pensar en que registro está, como cuando empezaba. Es como si el cerebro, para expresarse, utilizara todas las herramientas que tiene, tanto las conocidas como las nuevas y desconocidas por nosotros mismos. Si sueles dibujar o escribir, seguro que me entiendes.
Aquí lo dejamos, pero os pongo ejercicios, empezad a contemplar arte con pausa y desde cero, no únicamente expresiones plásticas o pictóricas que analicemos con los ojos, también música, escultura, etc. Dejadme algún comentario al respecto: primeras sensaciones, dificultades, o sensaciones, recordad que vais a aprender a mirar como niños, que es la forma de quedarnos con la esencia y obviar artificios y falsas creencias.
(Continuará…)