Revista Cine

Ted

Publicado el 18 septiembre 2012 por Diezmartinez

Ted
En los años 80, un solitario niño de 8 años llamado John Bennet (Bretton Manley) pide como deseo de Nochebuena que su osito de peluche que acaba de recibir como regalo cobre vida. No anda por ahí ningún ángel distraído del tipo de Clarence (Henry Travers) de ¡Qué Bella es la Vida! (Capra, 1946) pero el resultado es el mismo: el deseo es concedido y el Oso de Peluche –que fue bautizado por John como “Teddy”- cobra vida propia, cual Pinocho de nuestra época. El tiempo pasa y John ha crecido para convertirse en Mark Wahlberg. Ted, por su parte, sigue igual –los osos de peluche no crecen-, pero ahora tiene una voz barriobajera, fuma mota como si se fuera a acabar, no hace otra cosa más que ver televisión (sea Bob Esponja o la cult-movie ochentera Flash Gordon/Hodges/1980, de tantos recuerdos para mi generación) y le da por invitar prostitutas cochinotas –en más de un sentido- al departamento. Ted es, pues, el perfecto amigo desmadroso y desobligado que todos tenemos/tuvimos o que todos deseamos ser en algún momento. El problema para John es que esa amistad indisoluble con Ted por casi tres décadas lo tiene estancado existencialmente, pues se ha convertido en una suerte de ni-ni (ni estudia ni –casi- trabaja) que no tiene una sola ambición, ni siquiera la de casarse con Lori (Mila Kunis), su dulce, comprensiva y  despampanante novia ejecutiva.  Ted (Ídem, EU, 2012), primer largometraje del creador/escritor de series televisivas cómicas/animadas Seth MacFarlane (de “El Laboratorio de Dexter” a “Padre de Familia”, pasando por “Johnny Bravo” o “American Dad”) es, por supuesto, una fantasía. Pero no porque tenga como personaje co-protagónico (¿o copro-tagónico?) a un oso de peluche parlante, sino porque representa el sueño perfecto de toda una generación ya madurita que se niega a crecer, tener ambiciones ni, mucho menos, responsabilidades. Así, el treintañero John es un empleado bolsón y desobligado de una empresa de renta de automóviles, se intoxica un día sí y otro también con su amigo de toda la vida, tiene discusiones interminables sobre las virtudes de, digamos, Flash Gordon, y este comportamiento inmaduro y adolescente no evita que el susodicho vaquetón tenga como novia a, nada menos, Mila Kunis. Supongo que muchos espectadores de este filme –me incluyo- estaríamos dispuesto a vivir, por lo menos, un fin de semana como lo hace el John Bennett de Mark Wahlberg. He aquí la elemental fantasía masculina que representa Ted y la explicación de su éxito económico. (Al momento de escribir estas líneas, tiene una taquilla mundial de más de 200 millones de dólares y el filme tuvo un presupuesto de 50 millones de billetes verdes). Hay otro elemento adicional: la cinta funciona razonablemente bien en el terreno de la comedia. Por supuesto, no todos los gags dan en el blanco –por ejemplo, el escatológico sobre el excremento de la prostituta, no; la pelea entre Ted y un pato ¿llamado James Franco?, sí-, las interminables referencias pop y/o cinefílicas obligan a que el espectador tenga un nivel de información muy particular, y muchos de los chistes verbales o visuales presumen una vulgaridad rampante, pero todo lo anterior es, por supuesto, un listado de características, más que de defectos. Como cineasta, MacFarlane se muestra por lo menos competente –me queda la impresión que con una edición más justa hubiera resultado una cinta más efectiva-, y tiene su mejores momentos al dirigir a sus actores, especialmente a Mark Wahlberg y a sí mismo, pues el propio MacFarlane le presta su voz al ingobernable borrachales, lascivo, mariguano y entrañable Ted. De hecho, la interacción entre estos Dos Tipos de Cuidado (Rodríguez, 1953) llega a ser, al final, hasta conmovedora. Por supuesto, es obvio que MacFarlane quiere tanto a Ted que le resulta imposible hacerlo a un lado: se trata del perfecto id freudiano, que estará ahí, para siempre, aunque John Bennett se case con la señorita Kunis. Medio enfermizo el asunto, si uno lo piensa un momento. O enfermizo y medio.

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