Aunque todavía puede asesinar, a estas alturas del siglo ETA y sus treguas producen tedio. Lo que seguramente sintieron la mayoría de los españoles tras la noticia de su nuevo alto el fuego fue cansancio, hastío, hasta decir “que hagan lo que quieran porque ya no tienen mucho que hacer”.
Todos saben que desde finales del siglo pasado el destino de la banda terrorista que tanto dolor provocó durante medio siglo es declinar, apagarse lentamente como un candil que consumió todo el aceite.
Su llama que tantos incendios provocó está balbuciente y tan débil que ya no puede extender por el país las llamaradas que alimentaban sus sangrientos triunfos.
ETA acaba de anunciar una tregua precisamente porque agoniza. Tras 830 asesinatos atribuidos oficialmente, aunque podrían ser más, ha sufrido la decisión de una parte importante de la sociedad de no rendirse. Y nada cambiará aunque vuelva a matar.
Tuvo la posibilidad de triunfar parcialmente durante las negociaciones políticas con Zapatero. Le vieron tal “infinito deseo de paz” que exigieron más y más concesiones, hasta que la presión popular obligó al primer ministro a echarse atrás.
Dice la Academia que la tregua es una “suspensión de armas, cesación de hostilidades, por determinado tiempo, entre los enemigos que tienen rota o pendiente la guerra”, es decir, que ETA está buscando tiempo para alimentar un poco su depósito.
Espera que le llegue con la legalización de Batasuna o como se llame en su día esa organización de tipos groseros y matones que son el tanque cercano que la alimenta por simbiosis.
Con todos los grupos políticos democráticos de acuerdo en no hacerle concesiones a la banda, el temor sólo está en las decisiones del pacifista Zapatero, que suele dejar tras de sí sorpresas de relojería.