¿Influyen la televisión y demás pantallas electrónicas en la “epidemia” de déficit de atención e hiperactividad de la infancia? Estoy leyendo el libro TDAH un nuevo enfoque (Península, 2012) de los hermanos Paulino y Marta Castells (pediatra y psiquiatra el primero, farmacéutica la segunda). Un capítulo confirma mi sospecha.
La revista de referencia Pediatrics publicó en el año 2004 un exhaustivo estudio sobre la exposición de la “tele” de los bebés y sus efectos nocivos en la atención de los pequeños. Su autor es el doctor Dimitri Christakis (a quien vemos abajo dando una conferencia sobre el tema) y sus colaboradores del Hospital Infantil de Seattle en Estados Unidos.
Los resultados no dejan indiferente porque relaciona las horas de tele de bebés de uno a tres años con problemas de atención posteriores. La razón es que los estímulos ambientales que recibe cada infante desde su nacimiento pueden incidir en su crecimiento intelectual, ya que fijan unos determinados circuitos cerebrales e impiden otros.
El cerebro en la infancia es maleable y susceptible de modificarse mediante la educación. Una de las conclusiones de Christakis es que la exposición repetitiva a la pantalla televisiva incide de manera desfavorable en el establecimiento de la sinapsis o unión de las neuronas cerebrales. También incide en neurotransmisores como la dopamina.
En concreto, por cada hora de televisión diaria que consumen los bebés de uno a tres años de edad, aumenta en un 10% el riesgo de presentar trastornos de atención cuando tengan siete años.Ver la tele entre tres y cuatro horas diarias, algo que hacen el 14% de los críos en USA, por ejemplo, ofrece un riesgo del 30 al 40% sobre quienes no la ven nunca.
Los Castells se preguntan si no estaremos ante una de las causas más destacadas para explicar el notable aumento del diagnóstico de TDAH en la infancia. Citan que las asociaciones de pediatras tanto en USA como en España recomiendan la ausencia de pantallas para los menores de dos años.
Una de las claves está en que la rapidez con la que se suceden las imágenes acaba por “aturdir” a los chicos. Se ha estudiado con ejemplos de dibujos animados concretos como Bob Esponja o Caillou. La famosa esponja amarilla “acelera” a quienes lo ven. Es sólo un ejemplo pues ya escribo que la clave está en cuánto se mueven las imágenes en las pantallas y cuánto tiempo pasan frente a ellas los chavales.
La verdad es que no ayuda que más de una cuarta parte de los niños menores de dos años tenga tele en su habitación (al menos en EE.UU.) y el 68% dedica algo más de dos horas a alguna pantalla electrónica.
Todo esto no es nuevo, los maestros llevan tres décadas avisando de que observan los síntomas de lo que se conoce como TDAH en las escuelas y ya apuntaban a la tele como una de las posibles causas. Claro, que la exposición a pantallas y el efecto estresante tanto de aparatos como de contenidos no ha parado de creer desde aquel ya lejano en el tiempo 2004.
De lo anecdótico de ver la tele hemos pasado a la era de la hiperestimulación. Tele, tablets, móviles, redes sociales (facebook, Twitter, You Tube), el mail, el Wasap y los SMS, etc. Nuestros sentidos trabajan cada vez más y más rápido. Todo se acelera. Los contenidos de nuestras comunicaciones se han ido reduciendo en tamaño y extensión y al cabo del día recibimos y emitimos numerosos estímulos que nos tienen en constante estado de alerta.
Reina la superficialidad porque con tanto trabajo mental ¿cómo profundizas? No tenemos tiempo y lo que es peor, hemos perdido el hábito. Cada vez nos cuesta desarrollar actividades que requieren mantener la atención, como leer un libro. Esto lo analiza muy bien el periodista Pascual Serrano en su libro La comunicación jibarizada. Cómo la tecnología ha cambiado nuestras mentes, (Península, 2013). Es la sociedad que hemos creado los adultos y en la que se desenvuelven y educan los niños y niñas.