Los minutos previos al último concierto del ciclo Juventudes Musicales en el Auditorio Nacional de Madrid, que en la próxima temporada se verá diluido en el de Ibermúsica, se vieron empañados por los estragos que hizo la megafonía. Y se lo hizo particularmente difícil a Isabel Falabella, promotora del ciclo, que, antes del concierto, no encontraba ocasión para poder comunicar su mensaje a un cada vez más impaciente auditorio, por más que redoblase sus infructuosos esfuerzos para hacerse entender a través de un inservible micrófono y usara su débil voz sin apoyo de ninguno. Al fin, cuando todo se iba convirtiendo en un ridículo espectáculo, un profesor de la orquesta consiguió traer un micrófono que funcionaba y Falabella pudo expresar sus ilusiones volcadas en el ciclo durante décadas y la intención de continuar con el programa de becas para jóvenes músicos.
Todo se olvidó cuando los protagonistas del concierto, la histórica Orquesta Filarmónica de San Petersburgo, dirigida por su titular durante décadas, el grandísimo maestro Yuri Temirkanov, hicieron entrada con una vibrante y velocísima lectura, de trazo vertiginoso, de la obertura de la ópera Ruslán y Ludmila de Mijaíl Glinka, donde se hizo especialmente palpable la brillantez de la sección de cuerdas en el ejercicio virtuosístico.
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