A veces ver una aguja en un entorno médico es suficiente para que hasta el más duro se desmaye.
Las personas que tienen miedo a las agujas sienten el corazón acelerado, respiran rápido y superficialmente y sus nervios reaccionan temblando, igual que ocurre en otros miedos intensos.
Aunque la tendencia a desmayarse se suele dar en algunas fobias médicas además de, por ejemplo, quedarse petrificados ante las alturas o las arañas, no parece muy justificable. “La posibilidad de desmayo es la diferencia más pronunciada. No se ve muy a menudo en otras fobias“, dice Martin Antony, profesor de psicología de la Universidad de Ryerson en Toronto y co-autor del libro Overcoming medical phobias (superación de fobias médicas).
Belonefobia o miedo a las agujas.
Según una estimación, más de la mitad de las personas con fobia a las agujas en toda regla (y casi tres cuartas partes de la gente con una aversión extrema a la sangre) tiene un historial de desmayo en estas situaciones. Un miedo a las agujas y las inyecciones puede implicar el pensamiento, la vista, los olores circundantes o el dolor de ser pinchado. Puede ir desde un leve temor a un caso moderado hasta a una fobia auténtica en la que la gente se niega a que le saquen sangre o evita por completo la atención médica.
Sin embargo, temer a las agujas y desplomarse no significa que las personas a las que les ocurre sean débiles o asustadizas. “Han heredado una predisposición genética a desmayos combinada con una experiencia negativa que provoca el miedo“, explica Martin Antony. La mayoría de los belonefóbicos tienen un padre, hermano o hijo con la enfermedad, y muchos han heredado lo que se llama un reflejo vasovagal en respuesta al miedo.
Cuando ven una aguja o una inyección, se activa el nervio vago, que ensancha los vasos sanguíneos, disminuye la frecuencia cardiaca y reduce la presión sanguínea. En última instancia, pueden perder la conciencia durante unos segundos. Tanto la belonefobia como el reflejo vasovagal tienden a darse en familias. Pero un miedo a las agujas es también provocado por una experiencia negativa en un médico o en el dentista, generalmente antes de los 10 años de edad.
Lo complicado del miedo a las agujas es que puede afectar a la salud de quien la sufre o ser potencialmente mortal, como por ejemplo en caso de ser necesario realizar pruebas médicas, inyecciones de insulina, vacunas, cirugía, etc. El tratamiento psicológico para la fobia a las agujas tiende a ser breve, pero también es desagradable, porque la persona está expuesta a la fuente de su miedo.
Puedes empezar por hablar de agujas con un terapeuta, a continuación, mirar fotos de ellas, y luego ver vídeos de personas que reciben sus vacunas o tienen las vías intravenosas. Para aquellos propenso a los desmayos, primero se enseña una técnica llamada “tensión aplicada“, donde aprenden a tensar los músculos en el cuerpo para aumentar la presión arterial y evitar el desmayo. Después de practicar y tener éxito en este ejercicio, a continuación, se pasa a la exposición gradual.
Además de un enfoque psicológico, algunos belonefóbicos prefieren recurrir a utilizar parches para el dolor o agentes anestésicos tópicos (en pomada o spray) antes de recibir un pinchazo o alguna intervención de cirugía menor. Otros intentan tranquilizarse utilizando relajantes musculares, aunque estos medicamentos puede no ser una buena idea para las personas que sufren desmayos.
Fuente: Kerchak.com
El sólo pensar en que una médico pude recetar inyecciones hace a muchas personas huir de los consultorios, este temor es en realidad una de las numerosas fobias existentes y que suelen atacar a los seres humanos con miedos injustificados, irracionales, intensos e incontrolables.
Esta situación que lleva al temor a una situación o un objeto y que no son proporcionales al peligro que representan van del temor a la oscuridad a la aversión a las multitudes, y pasan por el escalofrío que produce una inyección, fobia llamada tripanofobia, y que es un asunto de cuidado entre personas que requieren del piquete médico, como los diabéticos.
En el fondo del cerebro
“Hay personas que por el sólo hecho de pensar en una inyección se inquietan y alteran, se ponen nerviosas y se mentalizan en que les va a doler y a lastimar, a esto los especialistas le denominan tripanofobia”, nos cuenta la Alejandra Cuevas, licenciada en Nutrición y Educadora en Diabetes.
Este problema tiene su origen en la niñez. “El miedo a inyectarse surge desde pequeños, cuando algunas mamás o abuelas inculcan la idea errónea de que una inyección es dolorosa, además también se acostumbra amenazar con inyecciones como una medida de castigo”.
Alejandra Cuevas alerta sobre que el problema no es sólo entre niños, sino que “se incrementa cuando el adulto es diagnosticado con alguna enfermedad que requiera inyecciones en su tratamiento como es el caso de la diabetes. En ella se requieren inyecciones subcutáneas diarias de insulina para poder controlar el azúcar en la sangre” afirmo la especialista.
Entonces, el paciente debe enfrentar la tripanofobia para seguir un tratamiento con insulina que le ofrecerá una buena calidad de vida, comenta la especialista al diario Mexicano El Universal.
Para algunas personas, basta mencionar la posibilidad de una inyección para hacerles sentir escalofríos. Llegado el momento, crece la tensión. Sentirán que su pulso se acelera, las domina la angustia y el temor al dolor o a una lesión, al punto de sufrir un ataque de pánico o incluso, un desmayo.
La tripanofobia -o el temor a las inyecciones- es una de las fobias más comunes, calculándose que cerca del 10% de la población la padece en algún grado. Sus primeros síntomas se manifiestan a los 5 años de edad.
Este problema muchas veces se debe a malas experiencias vividas en la niñez, las cuales incuban un terror inconsciente cuando somos adultos.
El presidente del Comité de Vacunación de la Sociedad Argentina de Infectología, Daniel Stecher, recuerda que hay una idea anquilosada sobre la tecnología usada en las inoculaciones. “Hay gente que se ha quedado con la imagen de viejas agujas, que se usaban antes, más gruesas. Hoy usamos agujas más finas que causan mucho menos dolor”.
“En la vacunación antigripal hoy se dispone de un sistema nuevo para aplicación intradérmica, con una aguja de 1,5 milímetros, prácticamente imperceptible”, añadió Pablo Bonvehí, presidente de la Sociedad Argentina de Infectología, al portal trasandino La Voz.
Pero independiente de cómo hayan surgido, en un mundo donde son una herramienta médica cada vez más común, ¿cómo hacemos para controlar nuestro miedo irracional a ser inyectados?
EN NIÑOS
– Jamás amenaces a tu hijo con inyecciones como castigo. Comenta el tema a tu familia para que tampoco cometan este error.
– Además de explicarle por qué es bueno que reciba una inyección, una técnica recomendada especialmente en niños muy pequeños es “ensayar” el procedimiento en casa usando un muñeco. Así sabrá en qué consiste y qué es lo que sucederá.
– Por ningún motivo se debe llevar al niño engañado, haciéndole creer que va a otro lugar. Ello minará la confianza en sus padres o familiares.
– Permítele al niño elegir en qué brazo o lugar quiere recibir la jeringa, o si prefiere o no tomar tu mano. Estas pequeñas decisiones le ayudarán a sentir que tiene parte del control de la situación.
– Mantén en todo momento la calma. Los niños son muy sensibles al temor o la tensión de los adultos, sobre todo si son sus padres.
– Si es posible, ofrécete tú para recibir una inyección previa. Así podrás demostrarle que no hay de qué temer.
– Otra técnica recomendada es distraerlo. Mientras lo están inyectando, puedes invitarlo a cantar, mirar un dibujo, aprender los números, escuchar o contar chistes u otras actividades que no le hagan pensar en la jeringa.
– No sobreprotejas al niño. Si lo conscientes mucho o le haces comentarios como “pobrecito”, le estarás dando más importancia a la experiencia y lo harás sentir inseguro para la siguiente oportunidad.
– Nunca menosprecies el temor o dolor que pueda sentir un niño. Tampoco hagas comentarios negativos sobre su miedo, como “si no es nada”, “no seas infantil”, “no hagas el tonto”, “qué van a pensar de ti”, “pareces una niñita”, “tu hermano fue mucho más valiente” o “mira ese niño, es mucho más pequeño y no llora y se porta mucho mejor que tú”.
– Al salir del centro médico, escucha lo que el niño tenga que decirte. Es importante que pueda externalizar sus sentimientos y sentirse comprendido.
EN ADULTOS
– Indaga en tu mente para buscar el origen de tu temor. ¿Se debió a una mala experiencia durante la infancia? Se recomienda externalizar esos sentimientos, ya sea escribiéndolos o comentándolos con una persona de confianza.
– Racionaliza los beneficios de la inyección. Si estás consciente de lo necesaria que es para tu organismo o para tu familia, tendrás una predisposición más positiva hacia ella.
– Si sientes que la ansiedad te abruma, lo mejor es usar técnicas de respiración para anularla. Existen numerosos métodos que pueden aprenderse en Internet, pero uno de los más recomendados es respirar lentamente, retener el aire por 3 segundos y luego dejarlo escapar, cambiando el ritmo si se siente ahogo o mareos.
– Otra técnica que sirve a algunas personas es recordar algunas experiencias traumáticas o difíciles por las que hayas vivido. Dejarás de ponerle atención a la inyección y te parecerá un asunto pequeño, en contraste.
– Recuerda que tu cuerpo esté totalmente relajado al momento del pinchazo. Si tensas los músculos costará más que entre la aguja.
– Las agujas nunca deben reutilizarse. Cuando vienen selladas de fábrica, estas incluyen un filo y lubricación especiales que se pierden tras el primer uso. Aunque se limpien con alcohol o esterilicen, la fricción con la piel aumentará con el uso repetido y provocará dolor.
Fuente: Biobiochile.cl