Revista Literatura

Temperamento de estrella...

Por Beatrizcaceres1

TEMPERAMENTO DE ESTRELLA...

FOTO: GOOGLE


Cuando mi mirada regresó a la dueña de esos labios rojos, se cruzó con la de ella, y, aun ahora, no sé cómo describir su expresión.

Confieso que me impresionaron sus ojos, profundos y expresivos, unos ojos que más que mirar, parecían destellear con verdadera pasión, con una intensidad desconocida para mí por lo menos en aquellos días, resultaban tan subyugantes que tuve que esforzarme por mantenerle la mirada. Estoy convencida, aun ahora, de que ese efecto lo nutria lo que siempre se ha llamado el conocido «temperamento de artista». Después de todo una actriz no se catalogaba como una verdadera estrella sin esa dosis letal de tormento, tragedia, misterio y victimismo recalcitrante.

Todo lo que he descrito anteriormente estaba enmarcado por un par de cejas perfectamente delineadas, que manejaba con soltura, consiguiendo que se arquearan con gracia a su voluntad.

No tengo duda de la belleza de esta mujer, a pesar de que la frescura de la juventud hacía tiempo que se había desvanecido.

Tenía rasgos clásicos que parecían esculpidos, con pómulos altos que reflejaban un cierto tipo de elegancia especial y creo que esa sensación se reforzaba con un cabello oscuro como la noche, que caía en suaves ondas sobre sus hombros, y que enmarcaba a su rostro a la perfección.

Llegados a este punto, suspiré con disimulo porque empezaba a ponerme nerviosa. No me apartaba la mirada y eso que el señor Lara le estaba comentando algo que parecía importante.

Si mi propósito contando mi historia es hacerlo con sinceridad, debo de reconocer que aquel momento lo guardo como uno de los que he pasado verdadera vergüenza.

Ahora, con la distancia del tiempo, me puedo ver ahí de pie con un aspecto lamentable ante la mirada de una mujer bellísima, que más que mirarme, me taladraba con una mirada abiertamente voraz. Sé que, en ese momento, y durante el tiempo que tuviera que estar al alcance de ella, no me valdrían pamplinas ni lloros de víctima. Supe que tenía ante mí a una verdadera fuerza de la naturaleza a la que no le valdrían milongas del tipo: 

«No puedo o, en su defecto, como soy una mujer…».

No sé si fue porque leyó mis pensamientos o mi expresión mientras divagaba sobre en qué estaría pensando ese hombre para traerme ante ella, cuando sonrió suavemente antes de centrarse en él para decirle que estaba encantada no sólo de que contara con ella para que le ayudara, sino que se mostró encantada conmigo.

Tanto es así que remató su despedida diciéndole:

«Tranquilo que va a estar bien. No te preocupes. Además, no sé si tendré que agradecértelo yo a ti al final. Tengo la impresión de que acabas de traerme un diamante en bruto».

Rieron los dos y el señor Lara le beso con devoción la palma de la mano antes de ponerse en pie, un gesto demasiado íntimo, o por lo menos así lo sentí. Incluso llegué a ruborizarme al tener la sensación inesperada de ser una intrusa.

No dijo más, pasó por mi lado y me guiñó un ojo mientras lo hacía.

Sentí el sonido al cerrarse la puerta tras él y cerré los ojos un instante para recobrar el poco valor que me quedaba.

Cuando los abrí, me enfrenté a unos ojos oscuros como la noche que parecían sonrientes cuando me preguntó:

«¿Sabes leer y escribir?».

A lo que respondí con una leve afirmación con la cabeza.

«Perfecto».

No añadió más y alargó la mano para tocar la campanilla antes de levantarse de su cheslón con un suave movimiento y de que su negligé se deslizara como una nube vaporosa hasta sus pies.

 @_beatrizcaceres

Beatriz CáceresEscritor y poeta.

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