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Tempestad (I)

Publicado el 17 noviembre 2010 por Anveger

¡Noticia espectacular, datos recuperados del Siglo Oscuro, gran avance para la Ciencia Histórica!

Autoridades del Centro de Inteligencia del Planeta Tierra (CIPT) han declarado el hallazgo de un diario anónimo, perteneciente al S.XXI d.C., en el que se narraban hechos de enorme trascendencia en los tiempos que corren. Así lo ha considerado la Sociedad de la Ciencia Histórica (SCH), en un comunicado en el que ha admitido “que, dado que los hechos narrados se han demostrado veraces, constituyen una importante fuente de conocimiento del pasado y, por tanto, del humano como especie. Se concluye, por tanto, que los textos íntegros hallados de este diario deben someterse al tratado 1A de ultraconservación y multidigitalización, ya que textos así están contados, pues parece que esta época ha querido borrarse de la historia”.

Efectivamente, tras el tratamiento de los datos por la SCH, en colaboración con el CIPT, los datos son concluyentes: “se han detectado gravísimos errores en aquella sociedad, tan desconocida por los pancientíficos, que pueden ser evitados en el pasado y futuro de todos los planetas humanizados”.

Veamos algunos fragmentos introductorios:

Iba caminando a pasos acelerados, llegaría -seguro- tarde a mi destino. Todavía tenía que atraversar el tumulto de edificios, concentrados, como si, ateridos, tratasen de vencer el antártico frío, los unos con los otros. Era lo que parecía más cálido en ese momento: por momentos, intuía que me encontraba en una ciudad fantasma (calles desiertas, semáforos solitarios, el cielo cubierto de una neblina que impedía, al menos, poder ver al Sol).

Aumenté la frecuencia de los pasos, conforme las agujas de mí reloj se acercaban al desconcurrido número, el de la buena suerte. Justo en ese instante, empezó a lloviznar, al principio con cierta intermitencia, lo que me animó a correr. Crucé varias calles desas (desiertas, con semáforos que funcionaban para nadie) y me adentré en un amasijo de callejones retorcidos e irregulares, mientras que empezaba a percibir un sutil olor a incienso que cada vez se hacía más palpable.

*  *  *

Cuando terminé mi horario formal, el de todos los días, volví de nuevo a la calle. Atravesé una plaza, llena de aves variadas (una estaba muerta, aplastada) y perros de todas clases. Esta vez si que estaba concurrido el espacio: coches, autobuses, los susodichos animales, personas, personas y más personas. Unas cuarenta, aproximadamente, aguardaban en los dos lados de la calle, tanto en las aceras como repartidos por la calzada, impacientes, a que el ahora útil semáforo les diese una respuesta. Este día lo recuerdo con nitidez, estaba especialmente observador. Un cúmulo de distinta procedencia, pero de idéntica enjundia me irradió en el ser. Un cuasicojo, desarrapado y con voz enanizada le pedía a una señora, con cierta mescolanza entre desesperación y rabia, “un euro* para un café”, la señora parecía ignorarlo, la faltó taparse los oídos. Segundos después, volví a ver a una anciana que solía cantar en la calle. Ahora, sé que ella vive sola, sin familia y con la calle. Poco más tarde, a otra señora cojeando con más intensidad que al primer señor que ví, tenía la tez arrugadísima, como si de vieja se tratase, descompensada enormemente por el resto de su cuerpo, como si de joven se tratase. Además, y por si fuera poco, presentaba un ademán de dolor profundo, pero de un dolor consuetudenario, al tiempo que hablaba con su posible marido con gran naturalidad, como huyendo del dolor físico.

*Se cree que se trata de una moneda que existió, aproximadamente, desde finales el S.XX hasta mediados del XXI, en la antigua Europa, del Planeta Tierra. No obstante, debido a la reducida información, no podemos aseverarlo.



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