Revista Cultura y Ocio

Tempus fugit – @tearsinrain_

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

– ¿¡Hola!?

Nada. Y lo más inquietante, ni siquiera un eco. No sé dónde estoy, pero yo esto lo he visto en alguna parte. En un cómic. En un cómic de un superhéroe o algo así. Hace mucho tiempo. Dudo que sea posible estar más solo. Tampoco estoy seguro de cómo he llegado. Creo que me he muerto. No sé de qué manera me he muerto. Debe de ser eso. Estoy sobre un camino que se pierde más allá de una especie de nubes de color amarillento al fondo, tan al fondo que no son alcanzables, por todos lados. El camino es como una cinta dura, no puedo distinguir de qué material, ancha en unos dos metros, que viene de un infinito y va hacia otro, serpenteando. No sé qué serpentea pues no hay absolutamente nada alrededor. Y cuando digo nada, quiero decir nada. Bueno, sí. Hay las nubes y el camino y aire, supongo. Me acerco al límite de la cinta, con cuidado, no tiene barandilla y miro hacia abajo. Tampoco nada. Miro hacia arriba. Otra nada. Esto me asusta un poco. Y hace algo de frío, una chaqueta delgada no me iría mal. Observo con atención y también escucho. Ni el más mínimo ruido, eso me pone nervioso, los silencios nunca me han gustado. Un momento. Sí, oigo algo, es un ruido suave, repetitivo, parece un tic-tac. En mi muñeca, llevo mi reloj, el tiempo sigue corriendo. Esto es raro. Si estoy muerto en medio de la nada, suponiendo que la nada tenga medio, cosa que implicaría que tiene inicio y final y también cuartos y octavos, ¿cómo es que tengo frío? ¿Por qué llevo reloj? Hay una pregunta más apremiante ahora, que es saber hacia dónde dirigirme, puesto que aquí todo está igual de lejos. Puedo sentarme a esperar, igual pasa alguien con un transporte, pero no sería serio y estoy convencido que este lugar es muy serio. Los lugares serios suelen ser silenciosos y fríos. A mí me parece que la muerte es algo serio.

Ya me acuerdo. Era un cómic, efectivamente. Un superhéroe condenado al limbo. O sea que estoy en una reproducción del limbo de un cómic de superhéroes. Brutal. Y estúpido. Brutalmente estúpido y estúpidamente brutal. No recuerdo al superhéroe. Quizá me lo estoy inventando todo para darle sentido, la memoria es una guarra que seduce de puta madre. Por ejemplo: ¿qué estaba haciendo yo hace exactamente dos minutos? Por mucho que escarbe entre mis cisuras de Silvio buscando mi memoria autobiográfica, no consigo obtener respuesta alguna. Espera. Igual llevo aquí una eternidad ya y por eso no puedo recordarlo. Es posible que acabe de hacerme esta misma pregunta una eternidad atrás y me parezca un ya mismo. Joder, que paranoia me está entrando. Voy a caminar hacia, por ejemplo, allí. Hacía allí.

Un tiempo después se me pasa el frío y me doy cuenta que ahora visto una gabardina negra, y en uno de sus bolsillos hay un paquete de tabaco rubio con dos cigarrillos y un encendedor de gas de color morado. Me enciendo uno. El paisaje del fondo es tan lejano que no se mueve ni un ápice por muchos quilómetros que yo haga. La sensación es que estoy siempre en el mismo lugar, aunque vaya sorteando curvas que no sortean nada. Cuando se ha consumido, tiro la colilla al suelo, la piso con el pie y la sitúo en el medio de la cinta que hace de camino para tener una referencia. Sigo.

Mi reloj insiste con su tic-tac, cada vez que lo escudriño intento recordar la hora, pero cuando vuelvo a hacerlo ya no sé qué hora era y creo que hay una razón para no recordarlo, pero no la sé. Empieza a ser exasperante. Al cabo de mucho más rato andando, veo a un hombre sentado en el suelo de la cinta. Miro atrás para asegurarme que no hay nadie más. Me acerco a él, está como un borracho, con las piernas estiradas en V y los brazos caídos a los lados, examina fijamente el suelo gris.

— Hola —le digo.

Levanta la mirada, ojeras pronunciadas bajo unos ojos terriblemente tristes. Me curiosea un rato y luego vuelve a concentrarse en algún punto indefinible.

— Perdone, ¿sabe dónde estamos?

Alza la vista de nuevo. Gira la cabeza a la derecha y señala con el dedo índice de la derecha, con desgana, luego repite el movimiento hacia la izquierda. Después centra sus ojos en los míos y levanta los hombros como si me dijera que es evidente donde estamos. Saco el paquete de cigarrillos, quedan dos, le ofrezco uno y me enciendo otro para mí. Dice que no. Lo guardo. Contemplo el paquete, juraría que antes también quedaban dos cigarrillos. Atrás ya no distingo la colilla que he dejado de marca. Ojeo la hora. El reloj no tiene agujas.

— Tempus fugit dice el supuesto borracho, y se pone a reír de una forma que da algo de lástima y mucho de rabia.

Qué hijo de puta, pienso. Que le den, me digo. Y sigo caminando.

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