Hoy es el Día Mundial del Cáncer. Me llaman la atención tanto la banalización de la enfermedad como el planteamiento bélico de la misma (por ejemplo en Twitter ahora es lo más comentado bajo el hastag #DiaMundialcontraelCancer aunque hay otro que aborda el asunto sin el “contra”). “Todos tenemos cáncer y no pasa nada. El cáncer (células malignas) es parte de la ‘normalidad’ y de la vida“, escribe el médico Juan Gérvas, ¿o no?
Llamamos cáncer a un grupo de enfermedades caracterizadas por el crecimiento celular sin control. La causas del cáncer son diversas, por lo general genéticas y ambientales -contaminaciones ambientales- y sus mecanismos de acción se comprenden sólo parcialmente. En el cáncer las células se reproducen sin límite e invaden otras partes del cuerpo.
En Medicina se denomina al cáncer como neoplasia maligna por su carácter invasivo y sus metástasis que sin tratamiento terminan produciendo la muerte. El diagnóstico de cáncer implica pues, una causa mal definida, enorme gravedad y una idea de futuro que acaba en fallecimiento, salvo que se emplee el tratamiento oportuno.
Gérvas se plantea:
¿Hay cánceres y cánceres o son todos iguales? No son todos iguales pues muchos no producen muerte. Hay cánceres ‘buenos’ y cánceres ‘malos’”.
Lo explica en su artículo. ¿Es frecuente tener cáncer “bueno”? Pues sí, es muy frecuente, a todas las edades. Cuando se sospecha que hay un cáncer se hace una biopsia; se toma un trozo de tejido y después se examina al microscopio. El “aspecto” al microscopio es clave en el diagnóstico (por la presencia de células malignas) pero no es suficiente y no sabemos cómo distinguir los cánceres que evolucionarán hasta la muerte de los que “dormirán” o se “autodestruirán”.
Es decir, con la biopsia se puede saber si hay cáncer, pero no si el cáncer es “bueno” o “malo”. Por lo general y “por si acaso”, se tratan todos los cánceres como si fueran “malos” (cirugía, quimioterapia, radioterapia y seguimiento a largo plazo). Los pacientes creen salvarse de un cáncer “malo”, pero en muchos casos han sido condenados pues, teniendo un cáncer “bueno”, son tratados como si fuera “malo” y NO existen intervenciones sanitarias inocuas.
La constante renovación celular en nuestro organismo exige la continua formación de nuevas células y por ello se pueden producir mutaciones, errores en los genes (en el material que los compone, el ADN, ácido dexosirribonucleico). El mecanismo que evita los errores es increíblemente preciso, pero es inevitable que a diario se produzcan mutaciones. Lo normal es tener al tiempo varios tipos de “cáncer”; pero “cánceres buenos”, que nunca se desarrollarán.
Conforme aumenta la edad aumenta el número de “cánceres”. Se determina con facilidad en las autopsias de muertos, por ejemplo, por accidentes de tráfico. Así se ven en los varones jóvenes cánceres “buenos” en próstata y en las mujeres jóvenes cánceres “buenos” en mama (en más del 30% de los individuos), además de otros cánceres “buenos”. En adultos, casi todos tienen “cáncer bueno” de tiroides, por ejemplo, además de otros.
Y volviendo a las causas “ambientales”, más bien industriales del cáncer. ¿Sufrir cáncer es una cuestión de mala suerte? La respuesta
corta es que sí. La larga es también sí, aunque puede ser mejor llamarlo azar y es importante entender que cualquier persona puede forzar su buena suerte. Tras leer este reportaje de El País el psicoanalista Juan Pundik me envía alguna reflexión: No hacía falta tanta investigación para llegar a la conclusión de que los que finalmente determinan el desencadenamiento de un tumor cancerígeno son los factores ambientales.
No sólo el tabaco. La contaminación ambiental, la alimentación, el sedentarismo, los estados emocionales negativos y la toxicidad familiar y la de las malas relaciones también juegan un papel determinante en ese desencadenamiento. Pero no son totalmente azarosos, de buena o de mala suerte. Dependen también en gran medida de nuestras decisiones y elecciones personales.
James D. Watson, premio Nobel y descubridor de la doble hélice, en su libro ADN. El secreto de la vida, nos advirtió, todavía en el siglo pasado, que “incluso con el genoma humano completo en nuestro poder, el programa y las claves conforme a las cuales se llevan a cabo sus instrucciones siguen siendo un misterio colosal (…) Los conjuntos de genes que interactúan entre sí lo que pueden es crear la predisposición a padecer una enfermedad concreta; pero el que ésta se desarrolle o no dependerá de factores ambientales”.
Un individuo es el resultado tanto de los genes como del entorno: ¿cómo podemos desenredar los dos factores para determinar el alcance de la contribución de cada uno?”.