Si lo pensamos sosegadamente, ¿a quién no le gustan las cosas bien hechas? Pregúntenselo ustedes mismos o a personas de su alrededor, a ver si encuentran alguna que diga: "no, a mí me valen las cosas de cualquier manera"
Pues si partimos de esa simple premisa, la interiorizamos y la fijamos en la mente como una filosofía de vida, ya tenemos la fórmula para tener éxito en los negocios. Así de simple. Y esto es así porque a nuestro alrededor hay muchísima gente "común" (demasiada, diría yo) que ofrece las cosas de cualquier manera, tal y como le sale, sin caer en la cuenta que los receptores de las acciones juzgan y valoran todos los "intangibles" que rodean al producto, es decir, la calidad percibida del trabajo. Por tanto, a poco que hagamos por diferenciarnos de la "normalidad de las cosas", estaremos dando pasos sólidos hacia el éxito.
Debemos trabajar con la premisa siempre en mente de que la gente nota cuando alguien ofrece un plus de calidad en lo que hace; esa percepción tiene sus positivas consecuencias: suele generar agrado y su consiguiente vinculación emocional. Y es aquí -precisamente- en donde reside el secreto del éxito: es lo que explica que un cliente se fidelice con una marca o un producto determinado y deseche a los competidores. Nos fidelizamos porque encontramos que una persona o un producto nos generan un bienestar y una satisfacción superior a la que estamos acostumbrados y superior a la que ofrecen los rivales.
Es por ello que la meticulosidad, el perfeccionismo, el mimo y la mejora constante deben ser las pautas de comportamiento que conduzcan todos nuestros actos. ¿Cómo puedo mejorar lo que hago? ¿Cómo puedo mejorar mi día a día? ¿Cómo puedo ser percibido como "excelente"? Hagámonos esas preguntas a cada instante y, sobre todo, busquemos la respuesta a ellas. Ese es el camino. ¿Lo ven tan difícil?
Un cordial saludo
Juan José
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