Editorial Las afueras. 203 páginas. 1ª edición de 2001; ésta es de 2021
Tengo miedo torero la única novela que escribió Pedro Lemebel (Santiago de Chile, 1952 – 2015) la publicó, por primera vez, la editorial Anagrama en 2001. Yo la leí sobre 2006, tomándola en préstamo de la biblioteca pública de Móstoles. Hace poco vi que la nueva editorial barcelonesa Las afueras anunciaba su reedición y me apeteció volver a leerla. Tenía un gran recuerdo de este libro. Además se me ocurrió la idea de leer seguidos Tengo miedo torero y Adiós mariquita linda (un libro de crónicas de Lemebel que tenía en casa sin leer) y comentarlos en un vídeo de mi canal de Youtube Bienvenido, Bob a finales de junio, con motivo de la semana del Orgullo Gay.
Tengo miedo torero sitúa su acción en el Santiago de Chile de 1986 y, por tanto, en plena dictadura militar de Augusto Pinochet. El personaje principal de la novela es la Loca del Frente que, recientemente, se ha mudado a un altillo de una casa de tres pisos desde la que se puede ver la ciudad, «un Santiago que venía despertando al caceroleo y los relámpagos del apagón». En la cuarta página se le informará al lector que la Loca ha conocido a un joven, llamado Carlos, en un almacén, y éste le ha pedido el favor de que le guarde unas pesadas cajas sin contarle qué contienen.
La Loca del Frente usa dientes postizos y Carlos es un estudiante que no llega a los veinte años. Carlos le pedirá a la Loca permiso para poder reunirse en su casa con sus compañeros para estudiar, a lo que la Loca accederá, aún sospechando que todos esos jovencitos, muy bien educados, que empiezan a frecuentar su casa no se dedican, realmente, a estudiar. La Loca, enamorada de Carlos, se hace la tonta y pregunta poco, y si lo hace recibe de Carlos un escueto «después te explico», que nunca se concreta en nada.
El lector comprenderá pronto que Carlos y sus amigos son un grupo político que está usando la casa de la Loca del Frente para sus actividades clandestinas. Algo que la Loca, aunque juegue a hacerse la ingenua, también sabe, pero no pone objeción, más por seguir teniendo a Carlos cerca que por convicciones políticas. «Carlos no podía mentirle, no podía haberla engañado con esos ojos tan dulces. Y si lo había hecho, mejor no saber, mejor hacerse la lesa, la más tonta de las locas, la más bruta, que solo sabía bordar y cantar canciones viejas.» (pág. 23)
La novela está escrita, principalmente, en tercera persona, acercándose mucho a los pensamientos de la Loca del Frente. Aunque también Lemebel recrea la voz narrativa en primera persona de Pinochet y de su mujer, con intenciones cómicas, dibujando ahí al dictador como un homófobo ridículo, y a su mujer como a una frívola influida por Gonzalo, un ayudante homosexual.
La vida de la Loca del Frente ha sido dura y trágica. Su madre murió cuando era niño y su padre empezó a pegarle para que se hiciera hombre, aunque también a violarle. A los dieciocho años deja su casa, cuando su padre le quiere inscribir para que haga el servicio militar. Después de un tiempo de vagabundeo va a conocer a Rana, un homosexual viejo que le acogerá en su casa, donde pasará a vivir con otros homosexuales, y le enseñará un oficio: a coser y borda, principalmente para casas burguesas.
La Loca del Frente es un personaje que posee una amplia cultura popular, a la que le encantan los boleros antiguos. De hecho, el título de la novela, Tengo miedo torero, es el verso de una canción. En este sentido, este personaje parece un homenaje de Lemebel al escritor argentino Manuel Puig, y sobre todo a su obra El beso de la mujer araña, donde hay una pareja protagonista parecida, entre un homosexual apolítico, que evoca las grandes películas del cine, y un joven politizado. Otra posible influencia sobre la construcción de La Loca del Frente es la Manuela, el persona de El lugar sin límites, la novela más perfecta de José Donoso. El tono de la obra de Donoso es más oscuro que el humorístico de Lemebel, pero hay algunos elementos en común entre los dos personajes: con los dos, a veces, los hombres de ponen violentos, al no poder encajar el hecho de sentirse atraídos por ellos.
El lector nunca va a saber los verdaderos nombres de la Loca del Frente y Carlos; el primero es un nombre de guerra de travesti y el segundo es un sobrenombre político. De hecho el narrador se referirá a «la Loca», además de con este nombre, con otros que en principio podrían ser tomados por insultos, como «maricona», «vieja ridícula», con «voz coliflora». De este modo, Lemebel va empoderando a su personaje, que lejos de avergonzarse de su condición se siente orgullosa de ella. El narrador se refiere al personaje de la Loca indistintamente en masculino o en femenino.
En la novela se plantea un proceso de transformación que va a afectar a sus dos protagonistas principales: a la Loca, en principio apolítica e ignorante, una persona que casi no sabe escribir, se le irá despertando su conciencia política, y se dará cuenta de que Chile debe librarse de su dictador. Y Carlos, en principio un apuesto y politizado joven, se irá involucrando con la Loca, de la que al principio el lector tiene la sensación de que solo se está aprovechando, y se dejará querer. Es muy escena muy bella, la Loca baila para Carlos y éste siente lo siguiente: «Nunca una mujer le había provocado tanto cataclismo a su cabeza. Ninguna había logrado desconcentrarlo tanto, con tanta locura y liviandad. No recordaba polola alguna, de las muchas que rondaron su corazón, capaz de hacer ese teatro por él, allí, a todo campo, y sin más espectadores que las montañas engrandecidas por la sombra venidera.» (pág. 35)
Lemebel levanta su ficción sobre un hecho real que tuvo lugar en Chile: el 7 se septiembre de 1986, el dictador Augusto Pinochet sufrió un atentado en el Cajón de Maipo, del que salió ileso, aunque murieron cinco personas de su séquito. Un atentando llevado a cabo por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, al que van a pertenecer Carlos, sus compañeros e, involuntariamente, la Loca del Frente (cobrando así su seudónimo callejero un doble significado).
El lenguaje que usa Pedro Lemebel para esta novela es muy rico, irónico y juguetón, no tiene ningún inconveniente en convertir nombres en verbos o en adjetivos, creando así un magma lingüístico muy atractivo para describir «la noche espesa de la dictadura» desde una perspectiva insólita. En la contraportada del libro se recogen unas palabras del escritor chileno Alejandro Zambra: «Pienso en quienes salieron del clóset gracias a Lemebel, pero no me refiero solamente –lo que ya sería bastante‒ a los que después de leerlo se atrevieron a enfrentar su identidad sexual, sino también a quienes, homosexuales o no, gracias a él descubrieron o redescubrieron el brillo y el poderío de las palabras, la necesidad de una escritura, su urgencia.»
He disfrutado mucho de esta relectura de Tengo miedo torero, una novela que me parece una de las joyitas de la literatura latinoamericana del siglo XXI.