Tengo que confesar que desde que soy madre me preocupa mucho la imagen que pueda tener mi hija de mi, como me ve, la idea que tiene de mi, porque seré, junto con su padre, su referente y eso influirá en cómo será de mayor junto con su personalidad.
Recuerdo que de pequeña pensaba que mi madre era la mejor, era fuerte, valiente, generosa, luchadora, tenía respuesta para todo, sabía hacer cualquier cosa, que tenía todo controlado, que no tenía miedo, que sonreía muy a menudo, que cocinaba muy bien, que sabía coser y arreglar la ropa, que solucionaba cualquier problema que hubiera sin mostrar ningún atisbo de preocupación, que etc.
Es por ello por lo que le doy vueltas a qué pensará de mí mi pequeña dictadora porque yo no soy como mi madre, ¡ojalá!.
Tengo que confesar que no soy tan fuerte, a veces las cosas me desbordan. No sé coser y mucho menos arreglar ropa. No tengo todo controlado. No soy valiente, hay muchas cosas que me dan miedo. No tengo respuesta a todo. Me apaño con la cocina, aunque he de reconocer que la Thermomix es mi gran aliada. Tengo muchos defectos que me alejan de la imagen de madre perfecta.
Tengo que confesar que me da miedo que sea consciente de todo ello, de no estar a la altura como madre, como se merece o necesita.
Sin embargo, ahora, de adulta, hablando con mi madre me cuenta que esa imagen que yo tenía de ella no era del todo cierta ni completamente real. Lloraba a escondidas. Se buscaba la vida para poder solucionar los problemas mientras estaba asustada. Muchas veces la carga familiar le desesperaba. Hacía por sonreír mientras estábamos mis hermanos y yo delante. Decía que no pasaba nada cuando no era cierto. No tenía ni idea de cocinar y aprendió cómo pudo incluso llamando a su abuela para le dijese cómo hacer unas simples lentejas. Aprendió a coser sobre la marcha como pudo. Y, aún así, para mí era y es la mejor madre del mundo.
Y es que ese miedo es un miedo que cualquier madre tiene, es un miedo lógico y hasta necesario porque tener hijos es una gran responsabilidad de la que vamos aprendiendo sobre la marcha. Y ahora soy consciente que mi pequeña dictadora no necesita que tenga respuestas de todo, ni que sea una gran costurera o una magnífica cocinera. Tampoco necesita que no tenga miedo o que tenga todo controlado. Sólo necesita que esté ahí para apoyarla, cuidarla, ayudarla a levantarse cuando se caiga, enseñarle que lo malo no es tener miedo sino no enfrentarse a él, darle todo el cariño del mundo, ponerle límites cuando los necesite, enseñarle a ser independiente y a valerse por sí misma, aconsejarla y darle fuerza para que supere los obstáculos que le dé la vida.
No hay que ser una súper madre como pensamos para que nuestros hijos nos vean como la mejor madre del mundo, porque ya somos las mejores madres que pueden tener.