Tengo últimamente la impresión de que la vida es la lucha constante entre la esperanza por abrazarnos a algo nuevo y el olvido; o entre el recuerdo y la búsqueda de un futuro que quisiéramos no tener que olvidar ya nunca. Una permanente bisagra que se abre hacia delante y atrás, sin saber estarse quieta, sin terminar de quedarse en algún sitio para siempre, en el siempre dónde sólo suelen eternizarse la duda, el desconcierto, la búsqueda y, en mi caso, algunas muy pocas miradas que no soy capaz de olvidar nunca.
Tengo últimamente la impresión de que el tiempo ahora pasa de otro modo, más descarnado y con música, no sé si más deprisa o más lento. De otra forma. Yo lo puedo casi tocar con mis dedos para decirle al oído -como a un amigo- que se detenga, delante de un árbol, para ver las nubes, o para no ver nada en especial, para mirarla, o para seguir buscando el mar que todavía no encuentro. A mí ahora me hace caso, e incluso últimamente se me echa suave a la espalda y sueño, con él a cuestas, sueños que me parecen eternos.
Tengo últimamente la impresión de que en la vida se camina sin parar caminos que llevan a tantas partes que, al menos yo, a veces dudo de si voy o de si vengo. Pero también tengo últimamente la impresión de que a mí me es igual, que ya no me importa si avanzo, si retrocedo o me detengo.
Tengo últimamente la impresión de que los espacios donde habitamos forman en realidad un solo sitio, que no los surcan surcos de fronteras. Al menos yo, tengo últimamente la impresión de que vivo en un territorio único, en donde solo entiendo los idiomas desnudos, de palabras suaves, de verbos tenues y frases de a media luz que sólo traduce la piel e interpretan las miradas.
Tengo últimamente la impresión de que todo a mi alrededor se ha hecho más sencillo y simple. A mí ya no me gustan las mesas con mantel, ni las copas de vidrio fino, ni las camas bien hechas, ni el delirio de querer vivir en un piso por encima del vecino. Tengo últimamente la impresión de que me rodea el oropel, fantasmas de pretensión, por todos sitios. Por todos sitios sonrío ahora cuando los veo y sólo busco ahora vivir, por fin, en la planta baja.
Tengo últimamente la impresión de que la gente no es la gente de siempre, de que un filtro invisible desdibuja a veces por completo el rostro de la que ya nada te dice. Veo caricaturas que me miran, miradas borrosas que esperan respuestas que sé perfectamente que nunca más voy a darles, figuras deshilachadas que se desploman cuando me acerco por cortesía a darles la mano. Tengo últimamente la impresión de que hay vacío donde antes había reclamos, y muchedumbres convertidas en amplia sombra con cuyo abrazo paso fresco los veranos.
Tengo últimamente la impresión de que me importan menos cosas y menos personas pero que algunas de ellas son mucho más importantes que nunca. Me importa más saber la importancia real de cada una que vivir pendiente de las cosas y de las personas que a mi alrededor se presume, o ellas mismas se creen, que son importantes. Y tengo últimamente la impresión de que me importa poco que me importen poco cada vez más cosas y personas, pero que vivo cada día más pendiente de las que de verdad me parecen importantes. De hecho, me descubro muy a menudo preocupado de que alguna vez deje eso de preocuparme.
Tengo últimamente la impresión de que ahora soy menos hábil, poco ágil, bastante más torpe y lento que antes, en fin, más viejo. Pero tengo también últimamente la impresión de que me siento así más libre y tranquilo, y de que amo más y mejor. Ya no me hace falta, ni deseo ser como antes, sea como sea que yo fuese en cualquier otro momento.
Tengo últimamente la impresión de que el negro que se percibe al cerrar los ojos no es tan negro, sino que la oscuridad se me presenta ahora en tonos multicolores. Veo lo que no veo mucho más claro y me sorprendo ahora por las noches yendo a oscuras de un lado a otro sin necesidad de encender las luces. Vivo en las noches como de día y nunca las noches me oscurecen ni apagan ya los días.
Tengo últimamente la impresión de que ya no necesito poseer nada ni ser dueño de algo. Y tanto es así que sólo me enrabia percibir, siquiera sea lejana o quizá sólo presumiblemente, que busco la posesión de algo, mucho más de alguien, y mucho menos de ti, por más que a cada instante me embauques.
Tengo últimamente la impresión, sin embargo, de que no me importa ya ser poseído, ni pasar a ser propiedad de alguien si esa enajenación comporta quedar adherido a un sueño de risas, de guiños y abrazos. Eso sí, sin que nadie me ponga precio: me ofrezco gratis.
Tengo últimamente la impresión de que los viajes no me interesan. 0, mejor dicho, que solo me llaman la atención los que no suponen más distancia que la que va de un guiño a otro, la que cubre el largo de una sábana, y los que en lugar de precisar gran equipaje más bien requieren que me despoje de la ropa junto a alguien.
Tengo últimamente la impresión de que vale más la pena comer despacio y menos cosas; que se disfruta más que de comer, de reír en la mesa con los amigos. No me importa celebrar una gran fiesta con jamón (aunque sea del bueno) y una tortilla francesa. Mas no desdeño todavía el buen vino, un vermut y cualquier detalle que me alimente despertando al mismo tiempo por lo menos dos sentidos.
Tengo últimamente la impresión de que todo es más simple, en el fondo, de lo que parece. Incluso a veces pienso que no es preciso saber tanto, tan demasiado, y que quizá sería suficiente con ese tipo de saber práctico que en lugar de plantear problemas los resuelve.
Tengo últimamente la impresión de que enseñan más los versos que el ensayo. Que todavía sabemos poco de la vida porque no aprendemos a escuchar al corazón y que a la ciencia quizá le falte algo más de sentimiento, de ética y compromiso humano. Tengo últimamente la impresión de que enseñamos sin convicción y de que al enseñar apenas educamos, que hay más doctrina que creación y que el aula ya no es altar ni el potente motor de propulsión de otros tiempos.
Tengo últimamente la impresión de que no hace falta ser de los nuestros. 0, quizá sea, que ya no sé ni siquiera quiénes son, ni dónde se encuentran los míos. O peor aún, tengo últimamente la impresión de que es tan inútil como insensato crear tuyos y míos sólo a base de etiquetas.