Hospital de la Providencia
Seattle, Washington
12 de agosto de 1938
Querido Max:
Estoy haciendo esto a escondidas, contraviniendo las órdenes del médico, pero «tengo una corazonada» y quería escribirte estas palabras.
He hecho un largo viaje y he estado en un país extraño, y he visto al hombre oscuro muy de cerca; y no creo que le haya temido demasiado, pero hay tanto de la mortalidad que todavía se aferra a mí… Quería vivir desesperadamente y todavía lo hago, y pensé en todos ustedes mil veces, y quería verlos a todos de nuevo, y ahí está la angustia y el arrepentimiento imposibles de todo el trabajo que no he hecho, de todo el trabajo que tengo que hacer. Y ahora sé que sólo soy una mota de polvo y siento como si se hubiera abierto una gran ventana a la vida que antes desconocía. Si salgo de esta, espero por Dios ser un hombre mejor y de alguna extraña manera, que no puedo explicar, sé que me he vuelto más profundo y más sabio. Si me pongo en pie y salgo de aquí, pasarán meses antes de que vuelva.
Pero si me pongo en pie, volveré.
Pase lo que pase, he tenido esta «corazonada» y quería escribirte y decirte que, pase lo que pase o haya pasado, siempre pensaré en ti y sentiré por ti lo mismo que aquel día del 4 de julio de hace tres años. Cuando te reuniste conmigo en el barco y salimos al café del río y tomamos una copa y después subimos a lo alto del edificio. Y toda la extrañeza y la gloria y el poder de la vida y de la ciudad se encontraban abajo.
Siempre tuyo,
Tom
Thomas Wolfe
Última carta, dirigida a Maxwell Perkins
Foto: Thomas Wolfe
