Revista Cine

Tennant & co

Publicado el 19 junio 2016 por Jesuscortes
TENNANT & CO Inesperado precedente de "The wrong man", aunque quizá no tanto si tenemos en cuenta lo que debió interesar la carrera de su autor a Alfred Hitchcock nada más rehízo su "The lodger", "Let us live" es la película que podría haber cambiado el destino casi subterráneo del alemán John (en realidad Hans) Brahm, cuando no había transcurrido ni un lustro desde su debut en el cine americano y tras un breve paso por Inglaterra huyendo del nazismo... donde ya se había atrevido a mirar a una obra ajena, bastante más intocable, nada menos que "Broken blossoms" de Griffith.
Absolutamente desconocida tras los tres Lang con los que fácilmente también se la puede relacionar - pero de los que no desciende, en el sentido de que no abunda ni se limita en ellos -, "Fury", "You only live once" y "You and me", nunca debería ser tarde para afirmar que "Let us live" además las supera con creces en su terreno, utilizando las futuras armas que el maestro esgrimiría en los años 50, cuando su mirada se hizo cada vez más concéntrica y concisa. Y no tan desencantada como abusivamente se ha proclamado, ¿o no están ahí también, antes y después de la cumbre negra "Beyond a reasonable doubt", sus films más emocionantes y comprensivos?
Curioso que sea a extranjeros como Brahm a los que se haya adjudicado siempre la perspectiva crítica, desconfiada y "objetiva" sobre Estados Unidos y sus falsas utopías y aparezcan films como este, que devuelve a su lugar a lo que no es otra cosa que fe y coraje en la verdad y las personas que la portan, aunque les cueste el descreimiento y no un discurso derrotado y cínico - y estridente y esquemático en las formas - sobre los mecanismos de un sistema piramidal que masacrará a los puros y los justos en cuanto tengan la mala suerte de topar con él.
Nada asumido como descompuesto tiene "Let us live", resistente hasta en las más azarosas circunstancias, que parecen mucho menos irreversibles cuando les suceden a este Henry Fonda recién salido de las manos de Henry King y llamando ya a las puertas de John Ford y a esta radiante Maureen O'Sullivan, que, como le ocurre a él, uno no sabe ya cuándo fue más sublime, si es que alguna vez dejó de serlo.
Cuando los encuadra Brahm, ya sea en medio de la noche soñando con lo que será algún día su casa o en una visita a la cárcel con luces y miradas intrusivas, hasta los fondos más opresivos se evaporan y aparece esa verdad rotunda, inasible, la de "Sunrise", "Street angel", "The white rose" o "Today we live", la misma que estaban a punto de revelar "Young Mr Lincoln" y "The grapes of wrath".
TENNANT & CO TENNANT & CO TENNANT & CO TENNANT & COTENNANT & CO Bien se cuida Brahm de no enfrentar un entorno ideal y unas rutinas discretamente ascendentes, felices para muchos que aspiran a vivir como les han dicho que podrían hacerlo, frente a un monstruo colosal de trámites legales que primero apremian para entrar y luego demoran la salida de un inocente que está cargando con el crimen cometido por otro y lo hace con una brillantez digamos pragmática, que pertenece por desgracia al pasado del cine, cuando se borraba el rastro que delataba una intención, difuminándola entre otras.
Así, es inteligente el uso del clima adverso - nieve que no cesa -, desde el arranque del juicio, que hace más inhóspita la búsqueda de pruebas para salvar a nuestro falso culpable, pareciendo que coadyuva, desanimante, a que se consume el error. No hay sin embargo parsimonia ni suspense en los desplazamientos en coche - el decisivo, incluso queda en elipsis -, porque dependen de la voluntad de una persona, ni en los avances y los golpes de suerte.
Es interesante asimismo cómo utiliza la burocracia, que no es solo, como suele en films que incluyen un proceso, cosa de abogados y jueces, imbuidos en un ritmo ajeno al común discurrir de la vida. Brahm la remarca también en hoteles, concesionarios de coches, la Iglesia o una tienda.
Y sobre todo es fundamental cómo es capaz Brahm de distribuir la rebeldía entre la energía incansable de Mary (O'Sullivan) y la quietud derruida de "Brick" Tennant (Fonda), sin el civismo de su contemporáneo Paul Muni en "We are not alone" (Edmund Goulding, también de 1939), tampoco sin la ingenuidad del próximo personaje de Fonda con Brahm (en la limpia "Wild Geese calling") dando pie a una clausura admirable, resuelta con tres apretones de manos: el que perdona porque nunca creyó, el que agradece a quien se arriesgó y, entre medias, el que apela a una generosidad que nunca tuvo.   

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