Me llamo Fiz Arou, soy detective en Kaskarilleira y si me eché a la mar, no lo hice por melancolía o por arreglar la circulación de mi sangre como el otro. Mis motivos son menos épicos, aunque también tienen su historia. La cuestión es que quería experimentar la vida en un barco pesquero desde que el capitán Nemo Venres, Capitán Pulpo o Capitán Nemo para los íntimos, me salvó la vida antes de convertirse en cefalópodo. Aquí os dejo aquella extraña historia.
Llevaba trece días de navegación en el Nueva Esperanza y era una mañana despejada y de aguas tranquilas bajo el sol de la primavera boreal. En la cabina dialogaban el patrón de pesca y el patrón de altura, conteniendo a duras penas su perceptible rivalidad tras fracasar las capturas de los últimos días en el nuevo caladero.
- Insististe en ir allí y ya viste lo que ha pasado. Nuestras redes no estaban preparadas para peces tan grandes.
- Había que buscar algo novedoso en otra parte.
- Llevo muchos años de patrón de pesca y creo saber lo que nos conviene.
- No discuto tus conocimientos, Ramírez, pero es que no sé si realmente nos interesa seguir en nuestro banco de siempre.
- Nuestros padres y abuelos ya pescaban ahí. No estamos preparados para novedades.
- Somos esclavos de la tradición y no nos atrevemos a empoderarnos para poder progresar. Nos hemos apoltronado y nos da miedo lo diferente. Debemos ser inclusivos, transversales, buscando y visibilizando otro tipo de pesca que garantice la biodiversidad de las capturas y nos aparte del especismo cruel. No debemos conformarnos con peces pequeños, vulgares, poco agradecidos y que exigen mucho trabajo con las redes de arrastre. Además, es una pesca poco sostenible porque estamos agotando los caladeros.
- No estoy de acuerdo. Lo que propones es una pesca para chefs faranduleros que pretenden deslumbrar con sus extravagantes platos a cuatro pijos sibaritas que van a sus restaurantes de mil estrellas Michelín. Pagan mucho, pero solo porque es novedad, enseguida se cansarán y buscarán otra cosa o volverán a la pesca de toda la vida. No deberíamos despreciar nuestra fuente tradicional de ingresos, es segura y nunca nos ha fallado.
- El pez grande se come al chico y si es raro es más rentable. Si traemos redes adecuadas podremos sacar provecho. Ya verás.
- Muy optimista te veo, pero te va a durar poco. Estamos llegando a nuestro viejo caladero y tenemos visita. Hay un barco pescando como a tres millas a babor.
- Habrá que echarlos de allí.
- Juan, tú eres el patrón de altura, dile al timonel lo que mejor te parezca, pero recuerda que no tenemos derechos exclusivos sobre ese banco.
- Me haré cargo. Yo mismo si es necesario. Avante toda a babor.
- ¿Me escuchan? Soy Juan Lastres, patrón del Nueva Esperanza, quiero hablar con su patrón.
- Soy yo. ¿Qué quieren?
- Son ustedes responsables de quitarnos el sustento pescando en nuestro caladero. Le doy una hora de plazo para que lo dejen y se larguen. De no hacerlo, de fijo conseguiremos sacarlos de aquí.
- Puede ahorrarse el plazo que me ha dado y fusilar a mi hijo, el Alcázar no se rendirá jamás.
- ¿De que hijo habla?
- Juan, creo que está sordo o quizás se confundió de Alcázar o de guerra. Tendrá vocación de héroe le mola el victimismo -le susurró el patrón Ramírez a su compañero.
- ¿No se rinden entonces, capitán?
- Ni de coña. ¡Pesca o muerte!
- Como vean. No tendremos la culpa, ni les disculpo. Ahora por tercos, les va caer la del pulpo.
- Grumete Arou, hoy te vas a ganar bien la soldada. Llama a tu amigo, el Capitán Pulpo y que nos eche una mano en esta jornada
- ¿No será mejor que nos eche un tentáculo, patrón?
- Estas atinado grumete, haz que venga en un periquete.
- Patrón, si trae su compañía de pulpos gigantes el éxito estará asegurado, no quedará rastro de esos desgraciados.
- ¿Podremos comernos luego a nuestros benéficos invitados o sería poco cortés y educado?
- Por las barbas de Neptuno, patrón, ¿quiere que el Capitán Pulpo nos eche su maldición? Como toque a sus pulpos estaremos aviados.
- Vale, vale, pero dígale que él venga como humano, no me gustaría confundirlo e involuntariamente echarle mano.