Revista Opinión

¿Teología?, no, filosofía existencial

Publicado el 20 abril 2012 por Romanas
¿Teología?, no, filosofía existencial Sé que hoy voy a perder el poco prestigio intelectual si tengo alguno, porque voy a afirmar algo que he escondido todo este tiempo como si fuera el peor pecado: creo en Dios y lo hago precisamente por la misma razón por la que no creen los ateos: ese dominio ineluctable que el mal ejerce sobre todas las cosas, lo que, siguiendo lógicamente el discurso agnóstico, nos llevaría a la indeclinable conclusión de que existe el Diablo, si el mal reina de tal manera en el mundo.
 Durante 7 largos años de mi vida hube de soportar que deístas y agnósticos libraran en mi escasa inteligencia la batalla de la existencia de Dios y me aburrió tanto que huyo como de la muerte de volver a leer todo aquello pero la jodida cuestión sigue ahí, por mucho que yo me empeñe en ignorarla.
 ¿Es compatible la existencia de un Dios que es al propio tiempo todopoderoso y misericordioso con esta abundancia del mal en el mundo?
 La lógica contesta con toda rotundidad que no. No hay nada que justifique ni por un momento el sufrimiento de uno de esos niños, la pura inocencia, que mueren de hambre y miseria todos los días en el cuerno de Africa, mientras personas como nuestro Rey van por allí de amoroso safari a 40.000 euros la pieza.
 A no ser que esta vida no sea sino una segunda oportunidad de redimirnos por todo lo que hemos hecho en una vida anterior.
 Esta idea, como es lógico no es sólo mía, sino que la comparten personalidades tan antagónicas como Priestley y Sartre, el 1º nos la expuso en su comedia “Yo estuve aquí otra vez” y el 2º en “Huis clos”, “Sin salida”.
 Y esto nos lleva de la mano adonde yo quería ir pero adonde ustedes quizá no quieran seguirme: al misterio.
 Hace ya algún tiempo que yo dejé escrito por aquí que no creo en los sacerdotes, ni en los jueces, ni en los sabios ni en los filósofos, que sólo creo en los poetas, si son auténticos.
 Y todo eso a pesar de que yo no me canso nunca de razonar cuando ando por aquí, por estos blogs de todos mis puñeteros pecados.
 Pero, el razonamiento, creo que también lo he dicho ya alguna otra vez, no es sino un pequeño instrumento que la naturaleza ha puesto a nuestro alcance para que nos podamos mover por el mundo con cierta facilidad, del mismo modo que la intuición, el instinto y el miedo.
 Esta claro que existe por ahí una realidad tan real que no nos permite ninguna clase de alegrías, es ésa que hace que si metes la mano en el fuego, te quemas inmediatamente y la retiras, este puñetero mundo tal vez sea el de la ciencia, pero hay otras realidades, yo me atrevo a llamarlas también así, que dicen que si te dedicas a practicar los juegos de azar, al final, no te quepa duda alguna, también te quemas, es decir, te arruinas y no sólo eso sino que, además, te enganchas para siempre y te conviertes en un pobre ludópata.
 Es en esta realidad, que yo me atrevería a llamar mágica porque no se somete a las reglas del raciocinio, en la que yo, y muchos otros infinitamente mejores que yo como el gran Gabo, nos encontramos también muy a gusto, de modo que yo me atrevo a pensar, sí, pensar, que, cuando un mal me aflige es porque he hecho algo malo, y, a la inversa, que cuando algo bueno me sucede es porque yo lo he provocado con una buena acción.
 Sí, claro, ya lo sé, ésta es una manera infantil de pensar, en realidad a esto que hacemos los irracionales que admitimos la existencia de un mundo mágico, no lo podemos llamar “pensar” pero algo sí que tiene que ser y yo no sólo lo hago sino que creo firmemente en lo que este mundo mágico me dice, a su manera.
 Y he llegado, por fin, adonde yo quería ir: yo creo en Dios por la misma razón por la que creo en mi mujer, porque me he tropezado con él ya muchas veces, unas, buenas, muy buenas, y otras, malas, muy malas.
Entre las 1ªs precisamente se encuentra el hallazgo de mi mujer, lo más maravilloso que ha sucedido en mi vida, y, entre las 2ªs, mi tropezón con lo que unos dicen que fue un cáncer de laringe del que tuvieron que operarme 6 veces y otros que sólo fue una enfermedad yatrogénica, originada precisamente por los trasteos que los galenos anduvieron haciéndome por la garganta.
 Dios, un dios único y distinto, que no se parece a ningún otro de todos ésos de los que yo he oído hablar o he leído, se me ha manifestado nítidamente ya tantas veces que estaría loco radicalmente si no creyera en él. Con la misma realidad y evidencia con la que mi mujer me despierta de la siesta por las tardes.
 Por eso creo en ella y en él, porque estaría radicalmente loco si no lo hiciera. ¿O es precisamente al revés?

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