La pastoral de los obispos vascos y su complemento, otra carta elaborada por 358 curas, le piden tanto a Batasuna y Eta como a sus víctimas que dejen de pecar.
Establecer este equilibrio entre verdugos y víctimas es tradicional en la Teología Euskárica (TE), que aplicaban sus curas trabucaires del siglo XIX y sus herederos franquistas del XX.
La admonición de obispos y curas advierte a batasunos y etarras que deberían arrepentirse para obtener el perdón de sus pecados veniales de asesinatos y agresiones.
Veniales, porque los constitucionalistas los incitan previamente al minusvalorar la identidad patriótica, la autodeterminación o la independencia, algo tan sagrado, según la actual TE, que su negación humilla, irrita y descontrola a los abertzales. Y, claro, estos pierden el control, algo muy humano.
Así dicen, más o menos los 358 curas en su carta: que mejor sería que esos apátridas cosmopolitas, que escandalizan a los pequeñines abertzales de aquí, se colgaran una rueda de molino al cuello y se arrojaran al Cantábrico, siguiendo el Evangelio.
En síntesis: la TE indica que quien mata es pecador, cierto, pero quizás menos que el españolista que lo incita a asesinar.
Además, los constitucionalistas protestan con soberbia y públicamente contra los asesinos, en lugar de sufrir el martirio practicando las Virtudes Teologales: fe, esperanza y caridad.
No, no muestran virtudes sus denuncias, ni el temple heroico de una raza elegida.
Ergo: los constitucionalistas eliminados serán condenados al infierno por morir en el pecado mortal que ellos mismos provocaron.