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Al coronel Aureliano Buendía, el hombre que perpetuamente recordará hasta el final de los tiempos la tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo, su creador, García Márquez, lo hizo orfebre. Así que para entretener su voluntario retiro, el coronel dedicó muchos años de su vida a fabricar pescaditos de oro, con escamas articuladas y brillantes ojos de rubí.
Sostenemos que estos pescaditos —la inspiración de estos pescaditos— fueron en realidad unos llaveros que se hicieron muy populares en la España de los años 60 y que con toda probabilidad conoció García Márquez cuando, en plena redacción de su novela, habitó en Barcelona. Puede ser también que estos llaveros de pescaditos dorados fueran conocidos en Méjico, Colombia u otros países americanos. En todo caso, la fascinación infantil que ejercían debió ser la misma en aquellos tiempos en que los llaveros, más que para llevar llaves, servían para lucirlos colgados de una trabilla del pantalón.
La sorpresa es que hemos recuperado de un pretérito joyero de bisutería un auténtico ejemplar de pescadito. Un pescadito de casi 45 años de edad. Lo hemos dispuesto sobre un fondo oscuro y lo hemos fotografiado. Se aprecian bien su estructura y el rojo fulgor de su ojo. Queremos pensar, nos gusta pensar, que nos ha llegado salido directamente de las solitarias y habilidosas manos del coronel, días antes de que frente al pelotón de fusilamiento hubiera de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
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