Nadie sabe realmente por qué a los corruptos se les llama chorizos, aunque quizás aluda a los robachorizos en pueblos y aldeas donde en casi todas las casas se sacrificaban cerdos y se elaboraban esos embutidos que se secaban al aire libre y eran fáciles de hurtar.
En el caso de los corruptos españoles debemos establecer varias medidas. No todos los chorizos son iguales en longitud y grosor, por lo que existen choricillos, pequeños y cortos que aspiran a alcanzar el tamaño medio, los más comunes, y éstos, que desean convertirse en chorizazos o chorizones, más largos y gruesos.
Los corruptos españoles no son como los robachorizos del pasado, que los hurtaban para comer, sino que están estimulados por una creciente lujuria: de choricillos pasan paulatinamente a chorizazos.
El chorizón español nace normalmente como choricillo. Uno de ellos, y no apunto a Errejón de Podemos, cobra, por ejemplo, por una investigación universitaria sin utilidad, y comparte así beneficios con un chorizo mayor, que le hace el encargo.
O le concede sabrosos contratos a los propios familiares desde una concejalía municipal, y no señalo a Tanía Sánchez, de IU.
Desde la misma concejalía compra pisos de protección oficial para toda la familia, que vende luego con pingües beneficios, y así, el choricín-choricina principiante engorda conforme prospera políticamente hasta hacerse chorizón: terminará como Gürtel.
Los de Podemos, salvapatrias que prometen escoba para la corrupción ya habían engordado sus embutidos, con productoras comerciales de TV presentadas como ONG, o cobros de corruptos y sangrientos dineros venezolanos e iraníes.
Acabarán como aquél líder sindicalista andaluz que guardaba maletas de 500 euros bajo la cama y del que decía su madre “Tié billetes pa asar una vaca”.
Estos nuevos barrenderos extremoizquierdistas crecen como los embutidos ya conocidos, y nos engullirán si les dejamos.
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SALAS