Las buenas películas explican la actualidad, las mejoras se anticipan a ella. Con su primera película el turco Emin Alper ha conseguido no sólo diversos premios importantes en 2012 (mención especial en Berlín y mejor película en Sarajevo) sino también lograr mejor que nadie analizar la situación de su país. Pasen y vean.Verano intenso y maravilloso en plena Anatolia profunda. Paisajes idílicos, olivos centenarios, ovejas pastando en tranquilidad y una familia de granjeros que acoge, con inmensa alegría, a uno de sus hijos acompañado de sus dos vástagos, recién llegados de la ciudad, para disfrutar de las vacaciones como es debido. Todo se aproxima al marco perfecto para un reposo estival, en medio del paraíso. Por desgracia, poco va a durar.El granjero comienza a lamentarse ante sus invitados de las frecuentes incursiones, que los pastores de alrededor, practican sobre sus tierras. Situación inaceptable aunque, en realidad, no haya visto a nadie y no tenga la menor prueba de lo que afirma, el protagonista se imagina, asegura y está íntimamente convencido que son las ovejas de sus vecinos (siempre los otros, por supuesto) las que se pasean por su terreno sin permiso.A fuerza de quejarse de la situación y, en parte, para mostrar a sus hijos como un hombre verdadero (lo que implica, también, un verdadero turco) sabe proteger sus tierras y cuidar de la familia, el granjero pasa a la acción y mata a una cabra. Quizás, perdida o no… pero para él está fuera de dudas de que se trata de una provocación en toda regla.Con una puesta en escena magistral, un estilo al de los westerns clásicos, un suspense alucinante, unos toques fantásticos y una angustia exponencial, la historia de esta paranoia va tomando tintes, cada minuto que pasa, más peligrosos hasta el clímax final. Un verdadero golpe maestro para este primer film que engancha y promete un brillante futuro a la nueva hornada de cineastas turcos.Hace un año el director declaraba que esta alegoría le servía para explicar la situación de su país “envenenado por la paranoia y la sospecha, en la que le clima político está basado sobre la necesidad de crearse un enemigo: ya sean los kurdos, un complot internacional sin contar los innumerables conflictos internos. En nuestro país los debates jamás pueden ser razonables puesto que la teoría del complot siembra las bases de todo discurso político”. Aunque estas declaraciones recuerden bastante nuestra política nacional, al menos ellos, los turcos, parecen haber localizado a su enemigo.