Ni el oscuro y nunca aclarado asunto del tamayazo, ni sus sonados enfrentamientos con Gallardón, ni los espías de la “gestapillo, ni el Gürtel, ni la Púnica, ni el encarcelamiento de Granados… Nada de eso, que fue mucho y grave, pudo llevársela por delante. Ha tenido que ser, paradojas del destino, el auto de prisión del que lo fue todo con ella, Ignacio González, el que le ha obligado a hincar las rodillas y tirar la toalla.
Su espontaneidad, su desparpajo, su incontinencia verbal y, en ocasiones, sus micros abiertos, nos han resuelto muchos informativos. Escapó de un atentado en Bombay y salió ilesa de un accidente de helicóptero junto a Mariano Rajoy, cuyo liderazgo quiso disputarle en 2008, aunque le faltó valor.Acorralada por la corrupción, abandonó hace un año la Presidencia de su partido en Madrid, donde gobernó con mano de hierro. Se retiró entonces a sus cuarteles de invierno, en Mayor 71 y Cibeles, después también de que Manuela Carmena la obligara a morder el polvo de la oposición. Fue el penúltimo y amargo trago de una larga carrera de la que se ve obligada a salir por la puerta de atrás. Sin el honor que le está reservado a los grandes servidores públicos.Genio y figura, quienes la aman y admiran; quienes la odian y no la soportan, nunca la olvidarán. Y los periodistas, que la hemos acompañado durante años, tampoco. Que la historia la juzgue, y los jueces digan, si lo consideran, lo que proceda, pero profesionalmente fue divertido mientras duró.