Una de mis novelas favoritas es La historia interminable de Michael Ende, a la que guardo un tremendo cariño. Recuerdo ser una niña y alucinar cuando abrí la novela, que mi padre me dio, y vi que estaba escrita no en negro, sino en verde y rojo.
¿Y a qué viene esta introducción?
Bien, en La historia interminable cada color dejaba claro en qué mundo transcurría la acción, separando ambas partes de forma muy visible. Hay muchas series que juegan mucho con esa dualidad de dos mundos distintos (en Downton Abbey, por ejemplo, hay esa distinción que había entre la muy anterior Arriba y abajo entre señores y criados o, por poner otro ejemplo donde es incluso más literal, en Once upon a time tenemos una parte ambientada en nuestro mundo y otra en el Bosque Encantado) y luego está Velvet que parece dos series fusionadas en un mismo producto.
Una, de color rojo, la que nos cuenta la historia principal, ese sucedáneo de drama romántico que está, en líneas generales, muy mal escrito. No es la primera vez que digo esto, ya lo sé, pero supongo que soy una ilusa y siempre tengo la esperanza de que los guionistas de Velvet me sorprendan. La cuestión es que esta segunda temporada ha dejado más claro que nunca que esa parte dramática, la trama principal, no sólo no tiene ni pies ni cabeza, sino que no está ni bien escrita.
Sólo hay que echarle un vistazo, por ejemplo, al personaje de Isabel (la madre de Alberto), que desde que aparece está creada para que nos dé pena. Pobre Isabel, que su marido la dejó por otra, jodiéndole la vida tanto que ni siquiera pudo conocer a su hijo hasta que era un hombre hecho y derecho. Voy a obviar la cuestión de por qué no volvió antes, tragándome que Rafael le haría algo muy chungo si osaba acercarse a Alberto, pero es que manda huevos que alguien que viene con ese mensaje lastimero, no sólo no muestre empatía alguna con una mujer en su misma situación (Cristina), sino que anima a su hijo a que haga lo mismo que lleva toda la temporada reprochándole a su difunto marido. Con un par, di que sí, ¡viva la coherencia!
Cierto es que la coherencia no es algo que se dé mucho en Velvet, pero aún así me crispa como se empeñan en dejar a Alberto y Ana como héroes románticos, como esas pobres víctimas de las circunstancias.
Y una mierda.
La única víctima en toda esta situación es Cristina. Punto. Es cierto que en esta segunda temporada Ana ha pasado de ser odiosa a ser un mueble que no interesa, lo que voy a considerar un adelanto, sobre todo si tenemos en cuenta la evolución de su amado. Porque por más que el piloto interpretado por Peter Vives se despidiera intentando dar miedo, el único villano en Velvet es su supuesto héroe, Alberto Márquez.
En realidad, Alberto es un maltratador. Sí, no le ha pegado a Cristina, pero en mi opinión el maltrato no es sólo golpear y las continuas humillaciones a las que sometía a su esposa para mí constituían un maltrato psicólogico. Cristina lo ha dado todo por Alberto, incluso la mayoría de los aciertos de su marido en lo profesional se han debido a ella (recordemos que fue Cristina quien convenció a Raúl de la Riva para que le diera una oportunidad a las galerías), y lo único que han recibido son gritos, broncas sin venir a cuento y un feo tras otro. Era deleznable de ver como, tras que se descubriera que Alberto le fuera infiel con Sara Ortega, él jugara el papel de víctima o como, tras saber la verdad, Cristina permanecía al lado de Alberto, ejerciendo de enfermera de su madre, y ni siquiera le permitieran ayudarla a elegir un vestido, tarea que delegaron en Ana.
Lo último ha sido esa bronca completamente fuera de lugar porque Cristina organizara el velatorio de Isabel. A ver, majo, ¿tú no querías presumir de madre que hasta le pediste a Cristina que organizara una cena para hacerlo? ¿Pues ahora de qué vas? O sea, le pones los cuernos a Cristina, ella descubre que su matrimonio fue siempre una farsa y, aún así, sigue a tu lado, ayudándote en todo lo posible, ¿y tu reacción es gritarle y humillarle en público una vez más?
Jo, en serio, estoy súper enamorada, qué hombre.
Que se note la ironía, claro está. De hecho, Alberto es tan sumamente desagradable que, en su otro gran conflicto, no puedo evitar ponerme de parte de Patricia. Sí, Patricia no es una buena persona, disfruta siendo una zorra y se ha buscado a pulso que Bárbara haya jurado destrozarla y que Alberto pase de ella. Pero, a diferencia de la gran mayoría de personajes, Patricia es mucho más complicada o, al menos, Miriam Giovanelli sabe darle matices que la hacen más interesante. Porque yo veo mucha soledad en Patricia, veo que nunca nadie la ha tratado bien y que, en cierta manera, es una zorra para defenderse del mundo.
De hecho, el que haya acudido a Alberto en este último episodio sólo demuestra que de verdad sentía algo por Enrique, que su traición le ha dolido aunque no lo diga en voz alta. Lo triste es que Patricia es mucho más capaz que los otros dos estúpidos, que se creen tan buenos empresarios, juntos.
Y como Patricia es un personaje tan impredecible, parece que la tendremos prometida en la tercera temporada. ¿Con quién? Pues ni idea. La verdad es de las historias que más me llaman la atención, al igual que la venganza prometida por Bárbara.
Resulta curioso como, a veces, los guionistas de Velvet son capaces de llevar a cabo genialidades como lo que han conseguido con Bárbara. Bárbara llegó a la serie como se mantuvo: sin pelos en la lengua, una personalidad fuerte y haciendo gala de ser una zorra implacable. Sin embargo, también han conseguido, pese a todo (en especial los muy injustos ataques a Clara), que sea una víctima, que caiga bien y que muestre que había algo más debajo de esa fría arrogancia.
Que, por cierto, ¿qué les dará Enrique para levantar tantas pasiones? Es todo un expediente x, ya que no deja de ser otro capullo.
Y si con Bárbara han hecho un gran trabajo, al igual que con Patricia, no se puede decir lo mismo del giro sorprendente del piloto. Digo sorprendente por no decir directamente que se lo han sacado de la manga de un episodio a otro y se han quedado tan tranquilos. Resulta curioso, además, si tenemos en cuenta que en otra serie de la misma cadena tiene una historia similar, pero muchísimo mejor llevada. Cierto es que Amar es para siempre tiene más episodios a su disposición, pero han ido insinuando lo que en realidad es Juanillo, en vez de soltarlo de bocajarro cuanto tocaba despedirlo para, como no, juntar a nuestros pobres héroes.
"Que de repente estoy mu' loco... y, si no, desmiéntemelo."Ha sido ver la foto y no poder evitarlo, xD.
Pues que les vaya bonito, no es que me interese demasiado. Aunque, eso sí, exijo desde aquí un maromo que quiera a Cristina y la haga feliz, que manda narices que la mejor persona de toda esta parte sea la auténtica perdedora.
Por suerte, en Velvet esa otra parte, la escrita en verde, la comedia y la magia que consigue engendrar tanto cariño que se les perdona todo. Porque es cierto que, pese a que está infinitamente mejor llevada, la parte de los secundarios tiene ciertos defectos.
El principal sería que prácticamente todos los secundarios se dedican a correr en círculos, como si fueran los personajes de Alicia en el País de las maravillas, sin llegar a ningún sitio, sin llegar a secarse. O, en este caso, a mojarse. Una temporada más ha pasado y, en líneas generales, no ha cambiado nada. Clara y Mateo, por ejemplo, siguen siendo una de las mejores parejas de la serie y yo diría que él es el auténtico galán de Velvet, pero los pobres siguen parados en ese ni contigo, ni sin ti.
Por suerte, el tira y afloja entre ellos dos y la brutal química entre Marta Hazas y Javier Rey son tan divertidos que, pese a no avanzar, no cansan. Todo lo contrario. Pues, para mí, la escena más romántica del final de temporada fue esa aparición de Mateo en el pueblo, con canción incluida, para recuperar a Clara de nuevo.
Cierto es que se ha avanzado un poquito en otros frentes, despacio, pero algo ha avanzado. Luisa ha dejado de ser la doliente viuda de la primera temporada para unirse a esa panda de personajes más graciosos y agradecidos y, la verdad, es que ha ganado mucho. Además, se agradece ver a Manuela Vellés sonriendo y acabando hastiada gracias a Jonás, que ha sido de lejos el mejor fichaje de esta segunda temporada. Llorenç González se ha vuelto a ganar mi corazón con un personaje muy distinto a su mítico Andrés de Gran hotel: caradura, bruto, encantador... Larga vida a Jonás, a su relación con Luisa y que vuelvan a cantar a dúo algún día, por favor.
Por su parte, Blanca ha superado a Max y yo me alegro porque esa parte nunca llegó a gustarme, aunque la pobre, para variar, no gana para disgustos. Alentada por Isabel, regresó a los brazos de Esteban Márquez (ay, Ginés García Millán, qué hombre), que resultó ser un traidor y un espía empresarial. Algo que estaba más que cantado, pero que conlleva dos cosas: una, Alberto heredó la inteligencia de su madre; dos, parece que al final se atreven a recuperar a los Almacenes Oxford y a la tía de Alberto, elementos que desaparecieron sin más en su día.
Espero que de esta decidan darles una oportunidad a Blanca y Emilio porque ambos se merecen encontrar a alguien que les comprenda y les quiera y que sea bueno para ellos, que los pobres menudo historial tienen. Eh, yo lo veo.
Y me he dejado para el final a los protagonistas absolutos el final de temporada, la parte más conseguida y la que, creo, nos merecíamos los espectadores. Sí, estoy hablando de la boda de Pedro y Rita. Personalmente, no estoy demasiado convencida con los tiempos de esta trama. Durante toda la temporada han mantenido la más que absurda situación con Rosamari que, de nuevo, no tenía demasiado lógica. Podría comprar que a Pedro se le fuera la pinza y no llegara a recular jamás, enredando la situación haciendo gala de una estupidez casi infinita. Pero, jolín, ¿y Jonás que lo sabía todo? ¿Acaso el primo, muchísimo más espabilado que Pedro, no podría haber abierto la boquita?
Pero, bueno, como ya he dicho más arriba, les perdono todo, sobre todo por ese magnífico y divertidísimo episodio en que Pedro, al fin, reaccionó. La no boda de Pedro y Rosamari fue tremendamente divertida y el beso con Rita fue tremendamente romántico, al igual que la precipitada boda.
Que, por cierto, qué guapísimos que estaban Adrián Lastra y Cecilia Freire. Y qué a la altura han estado durante toda la temporada, pues sí que creías que se querían con locura a pesar de terceros y sus propias paranoias.
Lo malo es que en el pequeño avance que ofrecieron al final del episodio (y que parecía totalmente sacado de Legend of Korra, por cierto) no contaron nada sobre ninguno de estos personajes, así que solamente nos queda hacer cábalas. Yo tengo ganas tanto de ver cómo va el matrimonio (¿seguirán viviendo en las galerías? ¿Tendrán que cuidar a Manolito a menudo?) como de que se decidan a introducir a Mateo en esa pequeña familia que son las hermanas con Pedro (por cierto, muy tierna la escena de Clara diciéndoles que les quería).
Y ahora ya sólo nos queda esperar a que las galerías abran sus puertas de nuevo.
Ay, cómo voy a echar de menos mi ración de Javier Rey semanal.