Por lo dicho hasta aquí, si antes, en la anterior entrada, formaron tándem compañeros literarios tan distantes entre sí como los poetas salmantinos del siglo XVIII y un actualísimo escritor de novela negra como Lee Child, hoy en esta pareja entrega vienen a coincidir un muy famoso en su día novelista, periodista y tertuliano como lo fue Terenci Moix (Barcelona, 1942-2003) y un erudito profesor universitario cordobés especialista en patrimonio y arqueología llamado Francisco García del Junco (1959- ). Quizás, todo he de decirlo, entre ambos exista al menos un hilo de unión: el amor por lo que rodea el mundo del Egipto de los faraones. Concretamente García del Junco cursó en Sevilla la especialidad de "Lengua clásica egipcia en sistema jeroglífico"; y de Terenci Moix es bien sabido su interés y profundo conocimiento del Antiguo Egipto, especialmente de la dinastía ptolemaica.
Terenci Moix: "El cine de los sábados"
Durante unos días de vacaciones en el norte de España escapando del rigor del verano mesetario he leído el primer libro de las Memorias que escribiera Terenci Moix, nacido Ramón Moix Meseguer. Aunque sus memorias reciben el genérico nombre de "El Peso de la Paja", la primera parte de las mismas, que es la que yo acabo de terminar, se titula "El cine de los sábados".
Todos los que hemos leído novelas de Terenci y hemos conocido su imagen pública sabemos de su gran afición al Cine y de su amor por el mundo clásico, en especial Egipto y sus faraones. Esto último iba buscando yo en estas memorias. Quería saber cómo nació en el simpático y dicharachero catalán la atracción por lo egipcíaco. Pero por ahora he de confesar que en esta primera entrega memorialista sólo he asistido a su niñez de niño querido y consentido, a su vida infantil siempre rodeado de mujeres (su madre, su hermana Ana María, sus tías solteras, su abuela...) que alababan de manera desmedida sus gracias ; también he sabido del inmenso placer que le producía ir al Cine con alguna de sus tías. Fue Terenci Moix -así lo confiesa de manera reiterada- un niño solitario que vivía más en el mundo de la imaginación, avivada por las ficciones protagonizadas por los actores y las actrices que poblaban las películas que veía, que en la realidad fea, chata, de la Barcelona de posguerra de los años 40 y primera mitad de la década de los 50 del siglo pasado.
Me ha entretenido mucho esta lectura, aunque se me haya hecho bola en algún momento. Literariamente, lo mejor de ella es cómo logra entreverar tres momentos narrativos dentro del propio relato: uno es el del propio decurso lineal de su vida que comienza con su nacimiento en 1942, luego el de su estancia en Roma en 1969 y por último el de la propia redacción del libro en 1989. Desde la altura del final de los esplendorosos e ilusionantes años 80 y en el inicio de la década de los 90, Terenci echa una mirada al mundo de sus años infantiles. Un mundo que hasta los cuatro o cinco años es el mundo que sobre él mismo los demás le han relatado («la infancia es un terreno que pertenece a los demás, nunca a uno mismo. La infancia es un relato en boca de testigos, un paisaje en ojos que vieron por los míos»), y de ahí a los doce, fin de la niñez y comienzo de la adolescencia, ya el suyo propio.
La narración en sí gira en torno a la relación de Ramonet con otros niños (el Niño Rubio, el Niño Rico... ) que serán sus primeras atracciones amistosas y ante las que él mismo, Niño Mimado y Caprichoso, quisiera convertirse en Niño de Oro. También aparecen otras relaciones en 1969 (con Pasolini, con Elsa Morante y con un tal Livio especialmente). En todas ellas está siempre presente la pulsión sexual, el erotismo, la homosexualidad presentida o confirmada ya.
Muchas cosas me han gustado, atraído y divertido de esta obra. Quizás la principal haya sido la de reencontrarme con el personaje, con el showman televisivo al que yo admiraba por su gracia, inteligencia y profunda cultura mostrada en los programas de TV que presentó y los debates en los que participó. Fue Terenci un hombre que no se callaba ni se casaba con nadie. Vivió en una época en la que aún no había llegado la cultura de la autocensura y del pensamiento políticamente correcto que nos atenaza hoy día. Así, el hombre libre que era, opinaba sobre y desvelaba cosas como las siguientes:
«Cuando leo a algunos escritores de mi generación, quedo admirado ante la precocidad de su conciencia política. Parece que algunos ya eran antifranquistas desde la cuna, otros que a los cinco años ya hacían de maquis por la calle Muntaner. En sus libros, dijérase que Barcelona entera estaba llena de resistentes y que todos teníamos conciencia de vencidos.»O también cuando comunica cómo tantos y tantos cantantes e intelectuales, aunque ellos lo oculten en sus biografías, fueron compañeros suyos en el colegio de los Escolapios al que él acudió:
«Algunos niños de cursos distintos se han ido cruzando, después, por mi vida. Encontré a Joaquim Marco en el mundo de la literatura, a Joan Manuel Serrat y Pepe Martín en el de la fama, a los hermanos Armet en el de la política. En cuanto al dramaturgo Josep María Benet, el Papitu de esta narración, es hoy mi mejor hermano.»Y por último me ha encantado ver cómo el famoso escritor explica la manera como fue entrando en los diversos espacios culturales, siempre de la mano de la curiosidad y del azar, elementos imprescindibles para avanzar:
«Del mismo modo que el cine de los sábados me había llevado al erotismo, también me llevó hasta la literatura. Si gracias a Greer Garson conocí a Madame Curie —lo cual tampoco es para ponerse moños—, gracias a mi amiguete Kim de la India supe que existía Rudyard Kipling. Porque Antinea había sido María Montez, me encontré leyendo a Pierre Benoit. Porque una edición de Ivanhoe llevaba fotos de Elizabeth Taylor y Robert Taylor, me descubrí leyendo a Walter Scott. Por ser Lana Turner Mylady de Winter y uno de los mosqueteros del simpático Gene Kelly, acabé leyendo a Dumas. Y, así, hasta llegar a la Biblia, en cuyas páginas me urgía comprobar si Dalila había sido tan negativa para Victor Mature como daban a entender los colores del cine.»
En fin, una obra bien escrita y que, como no podía ser de otra manera dado su carácter autobiográfico y memorialista, es especialmente onanista al versar siempre, ¡claro!, sobre el propio escritor que en cierta manera se victimiza de manera, en mi opinión, algo excesiva. ¿Por qué afirmo esto? La solución sólo es posible hallarla a través de la lectura de este "El cine de los sábados".
"Eso no estaba en mi libro de Historia de España" de Francisco García del Junco
Como ya he dicho al inicio de este "A pares", Francisco García del Junco es un profesor de Historia y Arqueología cordobés autor de un buen número de libros y de publicaciones. La mayoría de los mismos se centran en el Castillo de Almodóvar del Río, que fue el objeto de su tesis de doctorado en Arqueología por la Universidad de Sevilla. El libro que yo he leído forma parte de una extensa colección de libros divulgativos de Historia, que abordan aspectos poco tratados por los grandes manuales o por los libros de texto que estudian nuestros escolares. Se trata de la colección que la editorial Almuzara intitula "Eso no estaba en mi libro de": en mi libro de Historia de España, en mi libro de historia de la Literatura, en mi libro sobre Napoleón, en mi libro de historia del fascismo, en mi libro de Historia de la Economía...; llegan los títulos de esta colección a tocar aspectos propios de la cultura más popular: así en el catálogo de la misma aparece un "Eso no estaba en mi libro de los Beatles", "Eso no estaba en mi libro del Athletic", "Eso no estaba en mi libro de historia de la cocina española"... y otros más de este jaez.
Ya sólo observar el listado de títulos, cuando tomamos el libro en nuestras manos sabemos que estamos ante un ejercicio puramente divulgativo, de poca profundidad y de escaso aporte científico. Con todo y con eso los trece capítulos que componen el volumen abordan asuntos interesantes cuya lectura tiene un evidente atractivo por lo novedoso y lo no muy conocido. Son asuntos como la sabida 'Expedición Malaspina' o la 'Inquisición española', y las menos o nada conocidas 'Real Expedición filantrópica de la Vacuna', 'El Real de a ocho: primera divisa internacional' o 'La Paz de las tres vacas'. Y así hasta trece capítulos que ocupan las 336 páginas de la edición ilustrada de este libro publicado en 2016.
Leyendo cada uno de los capítulos me ha parecido estar ante la publicación de un artículo aparecido en alguna revista divulgativa de Historia. No me extrañaría, si bien no me he puesto a investigarlo, que algunos de ellos (quizás el dedicado a `La llegada de los vikingos a España' según apunta un manuscrito medieval o el que hace referencia a 'Las mortandades de indios en Hispanoamérica') hayan ya sido tratados por el autor u otro articulista en alguna de estas publicaciones.
En líneas generales todos y cada uno de estos trece asuntos rompen una lanza en favor de España asaeteada desde hace mucho tiempo por una leyenda negra que no hace justicia a la labor desempeñada por el país en el mundo y sus innegables aportaciones al progreso del mismo. Achaca García del Junco la mala imagen de España y lo español a la pertinaz y maledicente labor de potencias extranjeras como Inglaterra y/o Francia interesadas siempre en atacar por todos los medios posibles a la por entonces principal potencia militar y política del mundo.
Un libro para leer en verano que dice alguna cosa novedosa y otras sabidas por demás. Ideal para leer a la orillita del mar bajo la sombrilla o en la zona de hierba de la piscina. Eso sí, debe procurarse no mojar el ejemplar (ja, ja...).