Teresa es espontánea en sus cartas, escribe con soltura y desparpajo, incluso cuando acompaña espiritualmente. No se pone solemne. Sus palabras parecen más charla entre amigos que discurso de cátedra. Y, sin embargo, ¡cuánta sabiduría, cuántos quilates tiene el oro de su enseñanza!
Antonio Gaytán era una caballero de Alba y –como dice la Madre en las Fundaciones– «habíale llamado Nuestro Señor, andando muy metido en el mundo». Julián de Ávila, el infatigable capellán que acompaña a la santa en sus fundaciones, escribe sobre él en su biografía de la Madre:
«Su conversión parece la debió a la misma Santa, con la cual entabló relaciones cuando se fundó el Convento de Alba de Tormes, año de 1571. Desde el momento en que la gracia divina le tocó al corazón, emprendió con inusitado fervor una vida santa, queriendo recuperar el tiempo que le habían robado los vanos contentos del mundo. Púsose a las órdenes de Santa Teresa para ayudarla en cuanto pudiera en la ardua empresa de implantar su Reforma».
Teresa pondera su intensa vida interior y su entrega: «Tiene gran oración, y hale hecho Dios tantas mercedes, que todo lo que a otros sería contradicción le daba contento y se le hacía fácil, y así lo es todo lo que trabaja en estas fundaciones» (F 21, 6).
Como tantos otros, este caballero queda prendado de la Madre, y se pone bajo su dirección (por no decir, a sus órdenes). También en lo espiritual. Incluso le rondó la idea de hacerse carmelita… Un día, le comenta a Teresa por carta que anda con gran sequedad interior y que no puede meditar. La Madre, que se dirige cariñosamente a él como “hijo mío”, lo conduce con suavidad hacia lo esencial: el amor hecho servicio y entrega como la mejor oración. Escuchemos sus palabras:
«Vuestra merced no se canse en querer pensar mucho, ni se le dé nada por la meditación, que, si no se le olvidase, hartas veces le he dicho lo que ha de hacer, y cómo es mayor merced del Señor esa, y se andar siempre en su alabanza y querer que todos lo hagan, es grandísimo efecto de estar el alma ocupada con Su Majestad. Plega al Señor que le sepa vuestra merced servir, y yo también, algo de lo que debemos, y nos dé mucho en qué padecer, aunque sean pulgas y duendes y caminos» (Cta. a Antonio Gaytán, Segovia, 30 mayo 1574).
Fantástica respuesta. Para quienes se extrañen de que esta maestra espiritual, tan humana y equilibrada, pida padecimientos, recordamos que Teresa menciona como uno de los efectos que causa en el alma la oración de las séptimas moradas, «un deseo de padecer grande».
El que busca guardar su vida, la perderá –había afirmado Jesús. Quien se ha dejado transformar por Dios posee no un afán masoquista de sufrir, sino un gran empeño en buscar el bien del otro, aceptando el sufrimiento y las contradicciones que vendrán por el hecho de vivir así.
Todo ello, sin darse importancia, sabiendo que no se trata de afrontar grandes heroicidades, sino aquellos inconvenientes, molestias y sufrimientos que la vida nos irá trayendo: pulgas y duendes y caminos. Y todo ello, envuelto en un delicioso buen humor.