Daniel de Pablo Maroto, ocd
Convento de La Santa-Ávila
Presento a los lectores una curiosa situación en la que se encontró la Madre Teresa: ser, desde el año 1562, fundadora del convento de “San José” en Ávila, primero de una Reforma del Carmelo y después de otros varios, y en 1571 fue nombrada por la autoridad competente “priora” del convento LA ENCARNACIÓN de Ávila, del Carmen no reformado; el hecho, más que “curioso”, me resulta de interés histórico y digno de ser recordado y conocido.
1 – Teresa bajo la obediencia de varias autoridades religiosas
Para entender el tema, pensemos que la situación jurídica de la madre Teresa como “Reformadora” del Carmelo dependía del General de la orden y en sus fundaciones contaba con las autoridades civiles y religiosas del lugar. Al extenderse su Reforma en el tiempo y por varias ciudades de España, su situación jurídica −monja de clausura y viviendo fuera de sus conventos− se complicó: las autoridades religiosas, el provincial del Carmen, Ángel de Salazar, el comisario y visitador apostólico, el dominico Pedro Fernández, y el mismo nuncio apostólico en España, su amigo y admirador Nicolás Ormaneto, comenzaros a preocuparse porque, siendo monja que profesaba “clausura”, no la cumplía. De la opinión negativa del nuncio amigo no podemos dudar, recogida por su querido Padre Gracián en una sorprendente confesión, creo que poco conocida:
“No puedo dejar de decirle -escribe- que no me gusta el modo que usa la madre Teresa de salir a fundar y visitar sus monasterios, porque las monjas deben permanecer en clausura […]. Recuerdo que en Italia sucedió un caso parecido de una abadesa de un monasterio principal y se dedicaba a visitar los conventos sujetos a su jurisdicción y el papa Pío V la relevó del oficio”. Por eso le pide su parecer sin comentarlo con nadie, “para no entristecer a esta buena y santa madre, porque, juzgando bien el tema, se podrá proveer de la mejor manera” (Cf. Documenta primigenia, I doc. 88, pp. 237-238).
2 – Elegida como priora de La Encarnación en contra de la ley vigente
Para corregir esa situación aparentemente irregular (¡!), (porque Teresa siempre actuó dentro de la ley y con el permiso o el mandato de los superiores), el provincial del Carmen, y de acuerdo con el comisario apostólico, optó por nombrar a la madre Teresa “priora” del convento de La Encarnación. Teresa se sorprendió y dudó si aceptar o no el extraño mandato; pero, al final, obedeció a una “locución” de Cristo oída en su interior como ella consignó en una de sus Cuentas de conciencia (en EDE, n. 17). Era el 10 de julio de 1571. Los problemas surgieron cuando Teresa tomó posesión del cargo con la oposición de la comunidad a la que habían despojado de su derecho de votar en la elección de las nuevas prioras. Finalmente, el acto se celebró el día 14 de octubre de ese año.
Los “hechos” tumultuosos sucedidos con ocasión de tomar posesión del cargo dan materia suficiente para una novela de intrigas. Dicen las crónicas que la oposición de las monjas para permitir el ingreso en el convento de la nueva priora fue tal el tumulto que se organizó que los gritos se oyeron en el Corrillo (lugar bastante alejado) y en las murallas de Ávila. Al final, la cordura de una monja respondió a la pregunta astuta del Padre provincial: “¿No quieren vuestras mercedes a la Madre Teresa de Jesús?”. Y una voz entre la multitud gritó: “La queremos y la amamos”. Finalmente, la serenidad de una santa y la inteligencia de una mujer sabia como era Teresa logró dominar la situación al oírla decir que venía a servirlas y colocar en el sitial de la priora una imagen de la Virgen.
3 – Actuaciones valientes de Teresa como priora con autoridad
En un breve relato como éste no se pueden recordar muchos de los acontecimientos vividos por la madre Teresa durante su priorato en La Encarnación, pero hagamos memoria de algunos muy indicativos de su carácter y su método de gobierno. En primer lugar, mandó echar del convento a las personas seglares que normalmente eran huéspedes acompañando a monjas familiares o amigas hasta límites hoy insospechados. Doña Teresa de Cepeda conocía bien esa realidad y costumbre porque ella retuvo en su apartamento conventual durante años a su hermana Juana a la muerte de su padre (1543) y allí estuvo hasta su casamiento. Y no fue la única retenida como acompañante. La historia del convento demuestra que era una ciudad diminuta habitada por monjas y personas seglares, costumbre aceptada como norma de vida.
Otro atrevimiento certero -esta vez santo- fue el nombrar confesor de la comunidad al santico de fray Juan de la Cruz, y allí perseveró hasta que fue secuestrado en 1577 por sus hermanos del Carmen calzado, cuando ya Teresa había acabado su priorato preocupándose de su rescate acudiendo al mismísimo rey Felipe II. Misión frustrada. Además, prohibió las visitas al convento de los familiares y los amigos/amigas los días de cuaresma.
Y, como ejemplo extremo del comportamiento valiente de una priora con talante reformador, recuerdo un gesto atrevido como modelo de mando en plaza: evitar el mariposeo de los galanes abulenses que se pasaban sus buenos ratos conversando con las monjas de sus amores. Como método para espantar a los enamorados visitantes, la priora, cuando le pedían permiso para ir a los locutorios a la llegada de los “amigos”, ordenó a la portera que les dijese que la amiga “o estaba ocupada en algún trabajo, o en el coro o en actos semejantes” y no avisaba a la monja amiga. Sucedió que un día un “caballero principal” estaba enamorado de una monja y, cuando iba a visitarla, siempre le decían lo mismo: que estaba ocupada; molesto por el trato, hizo llamar a la priora manifestándole su enfado; ella le oyó “con mucha humildad”, pero también con mucha “gravedad” y le amenazó diciéndole: “Que si asomaba los umbrales de La Encarnación había de hacer con el rey le cortasen la cabeza”. Y el enamorado galán tuvo que buscar alivio sensual saliendo del convento “temblando como un azogado” (Padre Gracián, Scholias a la vida de Santa Teresa compuesta por el P. Ribera).
4 – Presencias y ausencias en el convento de La Encarnación
Queda por recordar algunas informaciones sobre la actividad y la situación de la Santa durante el corto período de su priorato abulense en casa “ajena”, porque ella seguía con más interés los avatares de los queridos conventos de su Reforma y sus “hijas” e “hijos”, especialmente en esos momentos los de Medina, Alba de Tormes y Salamanca; y, al final, la nueva fundación de Segovia. Una cosa que supongo extrañarán los lectores actuales de la historia será que durante el trienio que duró su mandato su presencia en el convento y en Ávila fue reducida, como consta por las cartas escritas en este tiempo y conservadas, además de otras fuentes.
Por ejemplo, la primera es la del 7 de noviembre de 1571 dirigida a Doña Luisa de la Cerda desde La Encarnación donde reside “desde hace “poco más de tres semanas”. Las ocupaciones -le dice- son “tantas y tan forzosas, de fuera y de dentro de casa” que tiene “poco lugar” para escribir. Se acuerda del “sosiego de nuestras casas” (de descalzas) diferente de la “baraúnda” presente; hay “ciento y treinta monjas” en el convento, una auténtica “Babilonia”, pero ella está tranquila: -¡Santa mujer!
El 4 de febrero de 1572 escribe a su hermana Juana, en Galinduste, y le comunica que su “salud” se ha resentido desde “antes de Navidad”; pero lo peor son los “trabajos”, especialmente escribir cartas. Y nos descubre una noticia importante: la pobreza en que vive la comunidad donde come “solo pan” (¡!) y por eso le pide la ayuda de “algunos reales”, ella que creo no abundaba en bienes de fortuna. Noticia muy significativa. A la misma, en carta de febrero-marzo de 1572 le pide que le envíe “los pavos, pues tiene tantos” (¡!).
El 7 de marzo de 1572 sigue todavía en Ávila y su cuadro médico se ha complicado en la “tierra” en que nació (n. 2). Le cuenta a Doña Luisa de la Cerda el “tanto trabajo” que tiene, especialmente los “negocios” (¡!); la necesidad de recibir limosnas que alivien algo las necesidades de la casa, aunque ella en el convento sólo come “pan, y aun eso no quisiera” (¡!). Se consuela al menos pensando que las monjas están “sosegadas y buenas”, que han hecho “mudanza”. Siguen todavía algunas informaciones, aunque no conocemos bien la vida que llevaba en el convento.
Pasan muchos meses sin noticias especiales y, al final, hace referencia al “cambio” que se está operando en la casa, promovido por su santo modo de obrar y la colaboración del confesor Juan de la Cruz. (carta al P. Gaspar de Salazar, 13-II-1573). La última carta conservada y fechada en Ávila es del 27 de julio de 1573, lo cual indica que ha ejercido como priora desde octubre de 1571 hasta esta fecha. A juzgar por el carteo, está en Salamanca desde el 2 de agosto de 1573 y en Alba de Tormes y, finalmente, en Segovia, donde realizará una nueva fundación con las monjas procedentes de Pastrana el 19 de marzo de 1574. Desde allí volverá a su convento de La Encarnación para concluir el priorato el 6 de octubre. Combinando fechas y quehaceres, concluimos que la permanencia de Teresa como priora de La Encarnación fue desde octubre del 1571 hasta julio de 1573.
Espero que los lectores aprovechen esta curiosa historia para admirar a Teresa no solo como genial escritora y eminente mística, sino como mujer santa y práctica que hizo de la necesidad virtud convirtiéndose en una excepcional “reformadora”, una prueba más de su “realismo vital”, con el alma en el cielo y los pies en el suelo.