Revista Cultura y Ocio

Teresa de Jesús, mujer y doctora de la Iglesia

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Teresa de Jesús, mujer y doctora de la Iglesia

Daniel de Pablo Maroto, ocd
Convento de La Santa-Ávila

Con ocasión de celebrar los 50 años de la declaración de santa Teresa como doctora de la Iglesia (1970-2020), se han multiplicado los homenajes, las publicaciones, al menos los buenos recuerdos. Y en Ávila está prevista la celebración de un congreso con el pomposo título de Teresa, una mujer excepcional. Aprovecho la ocasión para presentarla como “Doctora” en cátedras menos vistosas en la esperanza de que algunos lectores se conformen con esta semilla arrojada en arenas movedizas. Presento en síntesis cómo Teresa, aun siendo mujer en una Iglesia androcéntrica y jerarcológica, por su vida y sus escritos es una genial escritora, una doctora a la que tardíamente la Iglesia se lo ha reconocido de manera oficial.

1 Teresa acepta y se goza en su ser de mujer.

Pienso que se encontró cómoda con su condición de mujer, con sus muchas “gracias naturales” enriquecidas con las sobrenaturales. Los lamentos en contra, frecuentes en su vocabulario, los aplica a su persona, deficiente y pecadora, en relación con la santidad de Dios: aunque ofendan a nuestra sensibilidad, se llama “pecina”, “muladar sucio”, “miserable pecadora”, etc. Son meras fórmulas de un sentimiento que marcan distancia en referencia al ser divino. Además, sus quehaceres tan variados y comprometidos, realizados con una salud tan frágil, demuestran que fue una mujer fuerte, valerosa, incomprensible para la racionalidad. Y, sobre todo, fue una mujer libre. Es una de las notas que -para mí- mejor la definen y más admiración me causa, considerada en una sociedad de ciudadanos sometidos.

2 Teresa lamenta no poder ejercer un magisterio público en la Iglesia.

Las quejas de la Doctora Teresa contra su ser mujer, abundantes en sus escritos, procedían de causas externas a ella; sufría la mentalidad vigente en la Iglesia católica, en su jerarquía y, sobre todo en su magisterio y quehaceres encomendados exclusivamente a los varones, sin objetar nada a su orden jerárquico y sacramental. Ella quería, como mujer y rica de dones naturales y divinos, un puesto en el quehacer apostólico de la Iglesia; trabajar en la extensión del Reino de Dios, convertir infieles y convencer a los herejes de sus errores. ¡Imaginemos un debate entre Teresa y Lutero! Le duele el ver que los dones carismáticos que Dios le ha concedido queden baldíos cuando son tan necesarios para “salvar almas”. Una declarante en los Procesos de beatificación la vio llorar de pena por tener que trabajar tanto con un cuerpo tan enfermo y “por no poder ir a enseñar a tierra de herejes por ser mujer”. Dejo otros lamentos y críticas de la Doctora Teresa que no caben en unas hojas volanderas.

3 Osadías de una mujer con vocación de maestra y apóstol

Leyendo con detenimiento los escritos teresianos me admira su osadía como escritora. En un tiempo de casi exclusivo magisterio masculino, escribe libros porque sabe que sus lectoras, mujeres, le van a entender mejor que lo escrito por varones y sabios. Así lo afirma en el prólogo del Camino de perfección: “Podrá ser aproveche para atinar en cosas menudas más que los letrados”. Y lo mismo, en el prólogo a las Moradas: cree la autora que “mejor se entiende el lenguaje unas mujeres de otras”. Y donde descubro una osadía sin límites y una crítica a la necesidad de un mandato previo de la Iglesia para escribir y la necesaria censura posterior de sus escritos por los sabios varones, es cuando dice que, antes que el mandato del confesor para escribir su Vida, lo tenía de Cristo: “Y aun el Señor sé yo lo quiere muchos días ha, sino que no me he atrevido” (¡!). (Vida, prólogo, 2). Es sabido que, en ocasiones, los “dichos” o locuciones de Jesucristo a Teresa, coinciden con sus pensamientos y deseos previos.

Es en este capítulo de las “osadías” de Teresa donde descubrimos mejor su experiencia de mujer libre, que no tiene miedo ni siquiera a la omnipresente y temida Inquisición. Se ha hecho célebre esta hermosa condición de la Doctora Teresa, su libertad ejercida en los “tiempos recios” que le tocaron vivir, cuando escribe que, si fuera necesario por considerarse hereje o falsa mística, ella misma la iría a buscar (Vida, 33, 5). Nunca fue condenada por el Santo Oficio, en contadas ocasiones fue investigada por acusaciones falsas en la fundación de Sevilla; y en su descargo escribió dos luminosas Cuentas de conciencia. Después de muerta, sus escritos fueron censurados por teólogos escrupulosos. De todos salió más fortalecida su persona.

4 Osadía y libertad como escritora mística  

Curiosamente es en el Camino de perfección, un libro escrito para las monjas de San José, donde se expresa con total libertad sabiendo que, en caso de excesos verbales o doctrinales, sus amigos y benévolos censores se lo harían notar y ella lo corregiría en la siguiente copia o en la posible edición. En ocasiones, en el autógrafo han quedado notas de los censores donde advierten a la autora: “parece que reprehende a los inquisidores que prohíben libros de oración”. Y era verdad: se lamenta cuando en el Índice de libros que se prohíben (1559) se incluyeron algunos libros de oración que ella leía y aconsejaba; y por eso dice a sus lectoras: “no os podrán quitar libro”, el Paternóster  y el Ave María, oraciones vocales.

Por no abundar con exceso en el espíritu de libertad con el que actuaba la madre Teresa y lo propongo a los lectores, recuerdo un famoso y explorado pasaje escrito en la primera redacción del Camino en el que defiende a las mujeres orantes y místicas apelando a Cristo que asoció a su obra a las mujeres favoreciéndolas siempre “con mucha piedad”, entre las cuales estaba su madre, María (Camino E, 4, 1). El hermoso texto fue tachado por la censura con trazos tan tupidos que ha sido difícil restituirlo. Por supuesto, no pasó a la segunda redacción del libro.

Célebre es su defensa de las mujeres orantes, también las que experimentaban fenómenos místicos, de los que ella era un ejemplo luminoso, observado muy de cerca por los confesores y censores. Es uno de los capítulos más polémicos y ampliamente tratados por la maestra de oración y Doctora Teresa y muy estudiado por los teresianistas de los últimos tiempos. En el debate criticó el antifeminismo ambiental en el siglo XVI español, las opiniones de los teólogos sobre la oración mental y vocal, que ella clarificó, y la misma oración mística vigilada por las autoridades eclesiásticas por los excesos del falso misticismo, etc. Es un capítulo demasiado amplio que no encaja en unas hojas voladeras.

   (Remito a mi estudio Teresa en oración. Historia. Experiencia. Doctrina, Madrid, Editorial de Espiritualidad, 2004, caps. 8-9, pp. 278-342).

5 Un magisterio carismático y profético, don de Dios a la mujer Teresa

Teresa es una sabia Doctora, educadora de mujeres y varones, no por sus cualidades humanas que las tenía en abundancia; ni por su formación académica de la que carecía; ni siquiera porque fue siempre una lectora de libros, en su adolescencia y juventud los libros de Caballerías, y en su madurez, libros de espiritualidad y de mística; tampoco por su pasión por aprender de lo oído en sermones y un trato frecuentísimo -¿abusivo?- con los grandes teólogos del omento; sino por un carisma especial de sabiduría infundido por Dios en la plena madurez de sus 40 años en la “definitiva” conversión por obra del Espíritu Santo (cf. Vida, cap. 24).

Teresa fue consciente de escribir por inspiración “literaria”, pero, sobre todo por iluminación “divina”, que tampoco podemos negar si la mantenemos en sus justos límites. De hecho, se convirtió en “escritora” y en Doctora enseñante tardíamente, comenzando en la redacción de su actual Autobiografía en 1565, mucho después de la que considero su “definitiva” conversión, hacia el año 1556. Previamente había experimentado varios fenómenos místicos a partir de su “primera” conversión ante un “Cristo muy llagado” hacia 1554. Sus enseñanzas son fruto de lo que los técnicos llamaron gratia sermonis, fruto del enamoramiento de Dios y de Jesucristo “como hombre”. Los místicos medievales admitieron, en contra de los teólogos escolásticos que fundaron el discurso sobre Dios en la filosofía de Aristóteles, que el pleno conocimiento de Dios no se obtiene por el entendimiento, sino por la voluntad, por el amor. El tema es demasiado amplio para tratarlo en hojas volanderas. La Doctora Teresa nos podría enseñar que conoció de veras a Dios cuando su corazón se enamoró perdidamente de Cristo y su espíritu le concedió el don de amar apasionadamente sin mezcla de interés propio a todas las criaturas.

  


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