Un tamboril y unas castañuelas llevaba Teresa de Jesús a Palencia cuando fue a fundar, allá por 1580. Las carmelitas descalzas de esa comunidad los guardan desde entonces con mimo, entre otros objetos venerados como reliquias por haber pertenecido a la Madre. Era un 28 de diciembre, cuando se puso en camino desde Valladolid. El tiempo navideño es propicio para las coplas y villancicos que tanto le gustaban a Teresa de Jesús.
Muchos de los poemas del ámbito carmelitano se compusieron para ser cantados, como la coplilla amorosa “Véante mis ojos”, que, cantada por Isabel de Jesús en Salamanca (1581) provocó un éxtasis en Teresa de Jesús:
Véante mis ojos,
dulce Jesús bueno;
véante mis ojos,
muérame yo luego.
Destinados a alegrar la recreación de las monjas, además de cantados, eran acompañados con palmas y a veces, danza. La secretaria y enfermera de la santa, Ana de S. Bartolomé decía de ella: «No era amiga de gentes tristes, ni lo era ella, ni quería que los que iban en su compañía lo fuesen. Decía: Dios me libre de santos encapotados»¹.
”Bela”, Isabel Gracián, una de las religiosas que entraron muy niñas en el Carmelo, se convierte en portavoz de esta tradición cuando, en una ocasión en que la santa se une a la comunidad para la recreación, improvisa esta copla, que Teresa recoge en una carta a Jerónimo Gracián, de diciembre de 1576:
“La Madre fundadora
viene a la recreación
bailemos y cantemos
y hagamos son”.
A propósito del baile en la vida de las primeras comunidades teresianas, nos ha llegado un testimonio curioso. Lo recoge fray Andrés de la Encarnación y se conserva en el manuscrito 1.400 de la Biblioteca Nacional de Madrid (f. 168). Se puede encontrar transcrito por el P. Silverio de Santa Teresa en el Tomo 6 de la Biblioteca Mística Carmelitana (p. LI). Dice así:
«En un antiguo manuscrito que conservaban a mediados del siglo XVIII las Carmelitas Descalzas de Cuerva (Toledo), y que contenía algunas poesías de la Santa, se dice de la que compuso a la Circuncisión: Una víspera de esta fiesta, estando las religiosas en la noche en recreación, salió la Santa Madre de su celda arrebatada de un maravilloso fervor y ímpetu de espíritu, danzando y cantando, y hizo que el convento la ayudase, lo que hicieron con notable alegría de espíritu.El danzar que entonces u aquellos tiempos la Sta. Madre. y sus hijas usaban, era no arregladamente, ni con vihuela, sino daban unas palmadas, como dice el Rey David: omnes gentes plaudite manibus, y discurrían así, con más armonía y gracia de espíritu, que de otra cosa.
Quede este fragmento como testimonio del carácter alegre y festivo no solo de la Madre, sino del estilo que ella supo transmitir a sus comunidades y que se conserva hasta el día de hoy.
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¹Ana de San Bartolomé, Obras completas, MHCT 5, Roma, 1981, p. 11.