En la capilla del nacimiento de la Santa en Ávila existen cuatro lienzos en los laterales, que representan las cuatro órdenes religiosas que más influencia tuvieron en Teresa de Jesús: dominicos, franciscanos, jesuitas y carmelitas. Es de justicia reconocer, y ella misma lo hace como mujer agradecida, que no hubiera llegado a ser la que es sin el discernimiento, la formación y la ayuda que recibió de estos religiosos.
Hoy dedicamos este artículo a reseñar los nombres y algunos rasgos de sus consejeros dominicos más relevantes. En el lienzo mencionado dedicado a la Orden de Predicadores, de la boca de Cristo sale una inscripción dirigida a la santa que dice: “Dabo tibi spiritum sapientiae [Te daré espíritu de sabiduría]”. Esa promesa creemos que se cumplió con creces en ella.
Un análisis de conjunto de este tema puede hallarse en el magnífico libro de Daniel de Pablo Maroto Lecturas y maestros de santa Teresa (Edición de Espiritualidad, Madrid, 2009).
Tomamos la información sobre estos frailes del Diccionario Teresiano dirigido por el P. Tomás Álvarez en Monte Carmelo y disponible en la web teresavila.com:
Vicente Barrón
El P. Vicente Barrón era confesor de D. Alonso de Cepeda, mientras ejercía como profesor en Santo Tomás de Ávila. Cuando el padre de la santa se agrava, y ella va a asistirlo, en 1543, entra en contacto con este dominico, que pasará a ser director espiritual suyo. No solo en Ávila, sino también más tarde, cuando ella se hallaba en Toledo, para fundar allá. El gran servicio que hizo a la Madre cuando se acogió a su dirección fue que le ayudó a reemprender la oración, que tenía abandonada por considerarse inconsecuente. Teresa afirma que ya nunca más volvió a dejar la oración (V 7,17).
Ella califica a este dominico de muy gran letrado” (V 7,16) y reconoce: “este Padre dominico, que era muy bueno y temeroso de Dios, me hizo harto provecho” (V 7,17).
Pedro Ibañez († 1565)
Nacido en Calahorra. Profesó en 1540 en San Esteban de Salamanca, Fue luego profesor en San Pablo de Valladolid y en Santo Tomás de Ávila; rector de San Gregorio de Valladolid. Muy entregado a la formación de los jóvenes dominicos. Murió el 2.2.1565 en el convento de Trianos (León), del que era prior.
– Sus relaciones con la Madre Teresa parecen haber comenzado durante los primeros rumores diseminados en la ciudad contra el intento de fundación de San José. Las fundadoras –Teresa y doña Guiomar– recurrieron a pedirle consejo, por ser él “el mayor letrado que entonces había en el lugar y pocos más en su Orden” (V 32,16). Se adhirió al proyecto, y pasó a ser defensor incondicional de la Madre Teresa. La santa escribe para él las primeras Relaciones, a modo de instantáneas de su alma y vida en aquel momento (años 1560-1563), que en cierto modo constituyen el primer esbozo de su futuro Libro de la Vida. Al final de ellas (R 3,13), escribió la Santa: “Esta Relación, que no es de mi letra, que va al principio, es que la di yo a mi confesor, y él, sin poner ni quitar cosa, la sacó de la suya. Era muy espiritual y teólogo –con quien trataba todas las cosas de mi alma– y él las trató con otros letrados”. Efectivamente, Ibáñez escribió, para éstos, dos admirables reportajes teológicos, que son probablemente el primer enjuiciamiento crítico que poseemos del “hecho místico” teresiano. El primero de los dos, titulado Dictamen del P. Pedro Ibáñez…, consta de 33 brevísimas afirmaciones, a modo de postulados, que reflejan el conocimiento profundo que Ibáñez, como teólogo, tiene de la Santa. El segundo, titulado igualmente Informe del P. Pedro Ibáñez, es ya un estudio de los hechos místicos vividos por ella, y esclarecidos a la luz de la teología de santo Tomás. Le costó rendirse al criterio de pobreza absoluta de la fundación de San José defendidos por Teresa y Pedro de Alcántara (cf. V 35,4). Hizo de audaz intermediario entre la Santa y García de Toledo, futuro destinatario del relato de Vida (cf. V 34,10). Es él quien “procura” el primer breve pontificio para la fundación de San José. Y a su vez, es objeto de ciertas gracias místicas de la Santa.
Quizá lo más precioso del relato de la Santa sobre Ibáñez es el pasaje referente a su muerte (V 38,13), que nos deja constancia de que incluso en la última enfermedad del P. Ibáñez, medió entre los dos correspondencia epistolar: “escribióme poco antes que muriese, que qué medio tendría, porque como acababa de decir misa se quedaba en arrobamiento mucho rato…” (ib).
García de Toledo
Religioso dominico, primer destinatario del Libro de la Vida. Había nacido en Oropesa y Corchuela (Toledo) hacia 1515, de la familia de los condes de Oropesa. Hijo de Luis de Toledo Pacheco, hermano de Francisco de Toledo (conde de Oropesa). Joven todavía, viajó a Méjico al lado de don Antonio de Mendoza, Virrey de Méjico, en 1535. Ahí se apartó de la política e ingresó en el convento de Santo Domingo, donde hizo su profesión de dominico y estrenó sus afanes de predicador y de apóstol. En 1545 regresó a España, donde lo hallamos actuando de suprior del convento de Santo Tomás de Ávila en 1555. Sería entonces cuando entabló relaciones y confesó por primera vez a la Santa. Años después pasó al convento de Talavera, que había sido fundado por el famoso padre Juan Hurtado. Sucesivamente será prior en el convento de la Madre de Dios de Alcalá de Henares. En 1568 fue nombrado maestro de novicios (cta 12,3). Y al año siguiente, solicitado por su primo Francisco de Toledo, se embarcó con él, rumbo al Perú, donde este mismo iba con el cargo de virrey. Ya en Lima, el padre García será asesor de su primo, lo acompañará en sus visitas al virreinato, lo orientará en la elaboración de nuevas ordenanzas para el buen gobierno, y lo aconsejará asiduamente en sus empresas. El 28.6.1577, el capítulo reunido en Lima lo elige provincial de la provincia dominica de San Juan Bautista de Perú, que por esas fechas consta de dos centenares de religiosos. Con la ayuda de misioneros dominicos funda la ciudad de Oropesa (Perú) en recuerdo de su villa natal. En Lima decide el traslado dela Real Universidad a lugar adecuado e independiente (1577). Al finalizar su provincialato (1581), regresó a España, juntamente con el virrey, retirándose al convento dominico de San Ginés de Talavera (Toledo), donde murió en 1590, a los 75 de edad.Con la Santa, el padre García de Toledo mantuvo relaciones intensas: ella misma refiere su encuentro con él en 1562, estando en el palacio de doña Luisa de la Cerda en Toledo, y cómo lo pidió a Dios por amigo de ambos: “Señor, no me habéis de negar esta merced: mirad que es bueno este sujeto para nuestro amigo” (V 34,8). Súplica que surtió efecto, no sin un episodio delicioso entre los cuatro interesados: el Señor, Teresa, García de Toledo y el amigo de ambos Pedro Ibáñez, que es quien lo refiere gozosamente (BMC 2,149-150). La Santa referirá, a su vez, cómo, hablando con él de tema espiritual, llega a extasiarse (V 34,15). A él alude la autora como responsable de la orden de escribir el libro (10,7). A él enviará, apenas escrito, el autógrafo de Vida: “no había acabado [yo] de leerlo después de escrito, cuando vuestra merced envía por él”, es decir, por el autógrafo (ib epílogo, 2). A él suplica la Santa “lo enmiende y haga trasladar” para enviarlo a san Juan de Ávila sin que nadie conozca su letra (ib). Será el P. García quien revise la primera redacción del Camino, y quien probablemente se lo mande redactar por segunda vez, y de nuevo revise esta segunda redacción. Él mismo fue el primero en proponer a la Santa redactar la historia de la fundación de San José, que luego continuaría en el relato de las Fundaciones (F pról, 2). Pero donde más presente y determinante es la presencia del P. García es a lo largo del relato de Vida: son numerosos los capítulos escritos en diálogo o en estrecha intimidad con él: “rompa vuestra merced esto que he dicho, si le pareciere, y tómelo por carta para sí, y perdóneme, que he estado muy atrevida” (V 16,8; y cf 10,8; 36,29…; 40,23). En ese clima de intimidad, mientras escribe, se dirigirá a él llamándolo “hijo mío”, “padre mío”, “mi confesor”, “a quien he fiado mi alma”, “de esta manera vivo ahora, señor y padre mío” (V 16,6; 40,23). Igualmente, al elaborar para los inquisidores de Sevilla la lista de sus asesores espirituales, lo mencionará expresamente, junto a “fray Pedro Ibáñez, que era entonces lector en Ávila y grandísimo letrado, y con otro dominico que llaman fray García de Toledo” (R 4,8). Una vez que el padre García ha llegado a Lima, la Santa lo recomienda a Lorenzo de Cepeda, también residente en Lima: “con el padre fray García de Toledo, que es sobrino [primo] del virrey -persona que yo echo harto menos para mis negocios- podrá vuestra merced tratar” (cta 24,14, escrita en enero de 1570). Desde Perú el p. García se carteará con Teresa (cta 39,4), quien no titubeará en escribir al propio virrey (ib: “en los envoltorios le escribía”, carta perdida, de ese año 1570). Y cuando en 1581 aquél regrese por fin a España, enseguida conocerá ella su proyecto de viaje y acogerá con alborozo su llegada a Sevilla: “en gran manera me holgué de saber estaba ahí [Sevilla] el mi buen padre fray García… Muéstrenle mucha gracia. Que hagan cuenta es fundador de esta Orden según lo que me ayudó…”: se lo dice a María de San José, priora del Carmelo hispalense (cta 412,7: del 8.11.1581). “Se espantaría si supiese lo que le debo” (ib 17). El egregio dominico no logró ver realizado su deseo de encontrarse de nuevo con la Santa: al llegar él a Ávila, ésta moría en Alba.
Domingo Báñez (1528-1604)
Teólogo dominico, asesor, gran amigo y colaborador de Teresa. Nacido en Valladolid el 28.2.1528, cursó estudios en la Universidad de Salamanca. Tomó el hábito dominico en San Esteban (1546), donde profesó al año siguiente (3.5.1547). Prosiguió sus estudios de teología en la misma universidad, teniendo entre sus maestros a Melchor Cano, a Diego de Chaves y a Sotomayor. Doctor en teología por la universidad de Sigüenza (1565). Desde 1567 hasta 1600 pasa por una serie de cátedras de teología de alto prestigio: Ávila, Alcalá, San Esteban de Salamanca, San Gregorio de Valladolid, y Universidad de Salamanca. En junio de 1571 nos informa Teresa: “llevan a fray Domingo por prior a Trujillo –que le eligieron–, y los de Salamanca han enviado a pedir al padre Provincial que se lo deje, no saben lo que hará” (cta 34,6). En Salamanca sucede a Bartolomé de Medina en la cátedra de Durando (1577), y posteriormente ocupa la cátedra de Prima (1581-1600), acontecimiento celebrado gozosamente por Teresa que en carta a una amiga escribe: “¡qué le parece a vuestra merced, qué honradamente salió fray Domingo Báñez con su cátedra!” (cta 378,7). El maestro dominico murió en Medina del Campo el 22.10.1604. Sus relaciones con la Santa se extienden a todo el período de las fundaciones, desde 1562 hasta más allá de la muerte de la Fundadora. Aunque muy apretadamente, podrían resumirse así:
a) Báñez interviene por primera vez a favor de la Santa con motivo de la fundación de San José de Ávila. Está presente en “la junta grande” del Concejo de la ciudad (30.8.1562, a los pocos días de la fundación): “todos juntos dijeron que en ninguna manera se había de consentir [el nuevo monasterio]…Solo un Presentado de la Orden de Santo Domingo, aunque era contrario no del monasterio sino de que se fuese pobre, dijo que no era cosa que así se había de deshacer…” (V 36,15), pasaje anotado por el mismo Báñez en el autógrafo teresiano: “Yo me hallé presente y di ese parecer. Fray Domingo Bañes”.
b) En una u otra forma, Báñez está presente en casi todos los escritos teresianos. En Vida, probablemente él es uno de los “cinco que al presente nos amamos en Cristo” (16,7); más tarde (hacia 1566) retiene en su poder el manuscrito de la Santa (CE 73,6), y privadamente lo difunde entre lectoras selectas; vuelve a requerir el libro en febrero de 1568, cuando la Santa decide enviarlo a san Juan de Ávila (ctas 8,9 y 10,2). Una vez retirado el libro por la Inquisición, Báñez emitirá un extenso voto a favor de la obra, consignándolo de su puño y letra en las páginas finales del autógrafo teresiano: texto por él firmado en Valladolid a 7 de julio de 1575. En varias otras páginas del autógrafo quedarán anotaciones de su mano, si bien sumamente parcas. Será él quien “al presente es mi confesor”, el autor de la licencia dada a la Santa para “escribir algunas cosas de oración”, es decir, para redactar el Camino de Perfección: lo recordará Teresa en el prólogo y en el epílogo de la obra, a la vez que la somete a su revisión y aprobación, si bien no parece que Báñez la haya leído o haya dado su aprobación al escrito, según él mismo atestigua en el proceso de beatificación de la autora (BMC 18,10).
En el relato de las Fundaciones, comparece Báñez ya desde la primera salida de Teresa a fundar el Carmelo de Medina: los dos se encuentran en Arévalo cuando la Santa va camino de la fundación (F 3,5). Interviene en la dramática vocación de Casilda de Padilla (11,3), y en desbloquear el empeño de pobreza absoluta de la Santa (con ocasión de las fundaciones de Malagón (F 9,3), y de Alba (F 20,1). Intervendrá posteriormente en el fallido proyecto de introducir un colegio de doncellas en el Carmelo medinense (cta 53,2), etc. Es interesante el hecho de que, pese a los prejuicios de aquellos años y al triste episodio de fray Luis encarcelado, Báñez da por escrito su visto bueno a los comentarios de la Santa sobre ciertos versos del Cantar de los Cantares, en una de las copias de los Conceptos del amor de Dios (códice de Alba, dos veces aprobado de su mano y letra). Por fin, respecto del Castillo Interior, la Santa misma nos informa que a Báñez no le gusta tanto, quizás en comparación con el Libro de la Vida: “fray Domingo Báñez dice [que] no está bueno [ese nuevo libro]” (cta 324,9), si bien ella no se rinde a ese parecer: “A mi parecer le hace ventaja el que después he escrito…; al menos había más experiencia que cuando le escribí” (más experiencia al escribir el Castillo) (ib ).
En el listado de teólogos asesores alegados por la Santa en la Relación 4 (Sevilla 1575-1576), “el maestro fray Domingo Báñez, que es consultor del Santo Oficio, ahora en Valladolid” (n. 8) ocupa el segundo puesto, después del P. Barrón: “me confesé [con él] seis años, y siempre trata con él por cartas, cuando algo de nuevo se le ha ofrecido” (ib). De las numerosas cartas de la Santa al teólogo dominico, solo nos han llegado cuatro, pero su recuerdo está presente en numerosas páginas del epistolario teresiano. Cuando unos años antes de morir, el propio padre Báñez tenga que hacer el elogio de Ana de Jesús como fundadora del Carmelo francés, escribirá el 4.7.1604: “Yo puedo dar testimonio de esto [de las virtudes y teresianismo de M. Ana], porque traté y confesé por espacio de veinte años a la Madre Teresa de Jesús, y después acá conozco a todas las religiosas señaladas de su Orden, por la mucha familiaridad que con ellas he tenido y tengo” (BMC 29,368).
c) Cuando en el noviciado de Pastrana, recién fundado, surgen entre los descalzos tendencias ascéticas extremistas, la Santa recurre a Báñez, quien responde con una carta memorable, cortada a la medida de los deseos de la Madre: 23.4.1572 (BMC 6,131).
d) En cambio, Báñez, que en 1575 había aprobado de cara a los inquisidores el Libro de la Vida, no se mostró favorable a su difusión en letra de molde, coincidiendo en esto con el dictamen del Maestro Juan de Ávila. Incluso parece haber sido contrario a que el autógrafo teresiano se sometiese a la opinión de este último (cf. carta a doña Luisa de la Cerda: 10,2, del 23.6.1568). Y cuando por fin el libro vea la luz pública, editado por fray Luis de León (Salamanca 1588), Báñez hace públicamente esta observación: “…Por el cual [autógrafo] dicen se ha impreso el que anda en público, y se holgara este testigo que juntamente se imprimiera su censura [la del mismo Báñez], para que se entendiera con cuánto recato se debe proceder en santificar a los vivos…” (BMC 18,10). Declaración hecha en el proceso de beatificación de Teresa en Salamanca, el 16.10.1591.
Desde el punto de vista teológico o doctrinal, Báñez es sin duda uno de los maestros que más profundamente influyeron en la Santa. En el delicado sector de los criterios para discernir las gracias místicas, él había sido precedido por otro dominico insigne, Pedro Ibáñez (cf. BMC 2, 130-152), criterios refrendados y actualizados por aquél durante un período mucho más prolongado. Es él quien desaprueba categóricamente –ya antes que san Juan de Ávila– el grosero procedimiento de las higas (F 8,3). A escala de intimidad, la Santa se interesó por conocer el asunto de la “gracia eficaz” en que estaría o ya estaba mezclado el teólogo dominico. Y de él deriva probablemente la terminología de Teresa cuando habla de “auxilio general” (M 5,2,3) y “auxilio particular” (M 3,1,2), así como el típico concepto que ella tiene de lo “sobrenatural” (R 5,3) y otras nociones de soteriología y teología trinitaria. Pero quizás el dato más destacado en esta historia menuda de Báñez y Teresa es la profunda amistad que ella mantuvo con el teólogo dominico y el alto aprecio que a él profesó. Es famoso el comienzo de una de las cartas que le dirige: “No hay que espantar de cosa que se haga por amor de Dios, pues puede tanto el de fray Domingo, que lo que le parece bien, me parece, y lo que quiere quiero, y no sé en qué ha de parar este encantamiento” (cta 61,1: del 28.2.1574). A su vez él “tenía tan gran opinión de ella, que predicando en sus honras [apenas muerta] en el monasterio de religiosas descalzas de la misma ciudad [Salamanca] dijo que la tenía por tan santa como a santa Catalina de Sena, y que en sus libros y doctrina la excedía” (D. de Yepes, Vida, virtudes..., Zaragoza 1606, páginas introductorias n. n.). Años después, al instruirse el proceso de beatificación de la Santa en Salamanca (15.10.1591), Báñez será el primero en comparecer como testigo (el 16.10.1591), y comenzará su declaración: “dice que conoció a la dicha madre Teresa de Jesús… 29 años, y que por espacio de 20 años la trató este testigo muy familiarmente… confesándola y aconsejándola y respondiendo a sus preguntas; y éstos debieron ser, poco más o menos por espacio de siete u ocho años, y los demás años por cartas que muy continuamente tenía de ella…” (BMC 6, 131; 18, 6).
Diego de Yanguas
Nacido en Segovia hacia 1539, ingresa en los dominicos de Atocha (Madrid) y cursa estudios en San Gregorio de Valladolid y Santo Tomás de Ávila. Enseñó teología en Segovia, Plasencia, Burgos y Valladolid. – Probablemente conoce a Teresa en 1562, cuando esta funda San José de Ávila y él cursa estudios en santo Tomás de la misma ciudad. Relaciones espirituales más profundas se establecieron entre los dos a partir de 1574, durante la fundación del Carmelo de Segovia. Testifica él mismo: “la conoció y trató muy familiarmente por más de ocho años, hasta que murió”: 1574-1582.
La Santa lo cuenta entre sus principales confesores teólogos (R 4,8). Es asesorada por él en la elección de confesor en Toledo (1576-1577). Testigo privilegiado de ciertas gracias místicas de la Santa, alude a algunas en su deposición para el proceso de canonización (BMC 18, 239). Es también él quien la decide a arrojar al fuego su glosa al Cantar de los Cantares (autógrafo de los Conceptos del Amor de Dios). En 1580, Gracián y él forman un tribunal improvisado para revisar el autógrafo del Castillo Interior: “leímos este libro en su presencia el P. Fray Diego de Yanguas y yo, arguyéndole yo muchas cosas dél diciendo ser malsonantes, y fray Diego respondiéndome a ellas, y ella diciendo que las quitásemos” (Scholias). Entre 1578 y 1579 Yanguas escribe, por encargo de Teresa, la Vida de San Alberto de Sicilia (carmelita), cuyo manuscrito envía la propia Santa a don Teutonio de Braganza para que sea editado en un solo tomito con el Camino de Perfección (Évora 1582; cf cta 305,1). Biografía que está precedida de una carta dedicatoria del autor a la M. Teresa aún en vida, con elogios que preludian la famosa Carta-prólogo de fray Luis de León. – Yanguas compondrá para el sepulcro de la Santa en Alba un célebre epitafio en versos castellanos. En el proceso de canonización de Teresa, Yanguas depuso ante el tribunal de Piedrahíta (Ávila) el 20.12.1595 (BMC 18, 238-243). En 1605 se asocia a J. Gracián, ya vuelto de África, para promover la reformación de las dominicas de La Laura (Villafranca – Pontevedra), a ruegos de la duquesa de Alba, Dª María de Toledo (MHCT 19,260-261). Murió en 1607. – De su carteo con la M. Teresa, atestiguado por él mismo en su deposición del Proceso, no nos ha llegado carta alguna. Su perfil humano lo trazó así Teresa: “harto agudo de ingenio” (R 4,8).
Luis de Granada
Famoso escritor dominico, coetáneo de Teresa, leído y admirado por ella. Nacido en Granada en 1504, de familia humilde, queda huérfano a los 5 años. A los 24, ingresa dominico en Santa Cruz la Real, de Granada, donde profesa al año siguiente (15.6.1525). Cursa estudios superiores en el colegio de San Gregorio de Valladolid a partir de 1529. En 1534, se inscribe para embarcarse como misionero en América. Impedido por decisión de los superiores, se instala en el famoso convento de Escalaceli (Córdoba) y entabla relaciones de amistad con san Juan de Ávila. En 1551, el Cardenal Enrique lo lleva a Évora, de donde pasará a Lisboa, que será su residencia habitual hasta la muerte, ocurrida el 31.12.1588, tras publicar numerosas obras de espiritualidad, de catequesis y de teología.
Granada entra en el mundo espiritual teresiano por numerosos motivos: ante todo, Teresa es lectora apasionada de sus libros probablemente desde los años de su entrenamiento en la oración meditativa. Su “Libro de la oración y meditación” es seguramente uno de los preferidos. Editado en 1554, Teresa tendrá que entregarlo a la hoguera en 1559, al ser incluido en el “Índice” de Valdés. Pero rehecho y reeditado en 1566, es fácil que de nuevo llegase a manos de la Santa. Entre los otros libros probablemente leídos por ella, habría que enumerar al menos el Memorial de la Vida Cristiana (1565), la Guía de pecadores (1556), y quizás el Manual de diversas oraciones… (1557). Los recomienda en bloque para cada comunidad carmelita en las Constituciones (2,7): “Tenga cuenta la priora con que haya buenos libros, en especial… los del padre Granada”. En las Fundaciones (28,41) recordará que las postulantes de Villanueva de la Jara “por los libros del padre Granada y de fray Pedro de Alcánta se gobernaban”. El entusiasmo de la Santa por el escritor y hombre espiritual que es Granada, la lleva a escribirle una carta de elogio y gratitud, que le hace entregar en propia mano por don Teutonio de Braganza (sobrino del Cardenal Enrique), en Lisboa (cta 82), ambos, el cardenal y don Teutonio, íntimos de Granada. La carta es el mejor testimonio de todo lo dicho: “De las muchas personas que aman en el Señor a vuestra paternidad por haber escrito tan santa y provechosa doctrina, y dan gracias a Su Majestad, y por haberla dado a vuestra paternidad para tan grande y universal bien de las almas, soy yo una. Y entiendo de mí que por ningún trabajo hubiera dejado de ver a quien tanto me consuela oír sus palabras, si se sufriera conforme a mi estado y ser mujer…” (ib 1). “Me he atrevido muchas veces a pedir a nuestro Señor la vida de vuestra paternidad sea muy larga” (ib 2).
Luis Bertrán
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Aunque hemos consignado estos nombres, habría otros que añadir, como Bartolomé de Medina, Felipe Meneses o Juan Salinas. Baste lo escrito para dar una idea de la influencia que la Orden de Santo Domingo tuvo en la santa. Sobre el particular, hay disponible en Internet un libro (aunque ya antiguo) que puede consultarse:
Santa Teresa y la Orden de Predicadores, de Fr. Felipe Martín (1909)