Ciro García, ocd
Catequista y misionera son dos rasgos característicos de la vida de Teresa de los Andes (Juanita), que desarrolla una intensa actividad apostólica antes de su ingreso en el Carmelo. Presentamos el marco de este apostolado y alguna de sus características.
1. El marco de su vida de catequista y misionera
Juanita alterna sus estudios en el colegio del Sagrado Corazón y su vida de familia con una intensa actividad apostólica como catequista y misionera en las misiones populares organizadas en las haciendas familiares de Chacabuco, Cunaco, San Pablo y Bucalemu, durante sus vacaciones estivas (1917-1919).
Lleva muy dentro su espíritu misionero. Quiere dar a conocer a Jesús a los niños y a las familias de los inquilinos, que trabajan en los fundos. Es una labor de auténtica evangelización, que desempeña con entusiasmo, poniendo en juego al servicio del Evangelio los extraordinarios recursos personales que posee: una esmerada formación cristiana y un amplio conocimiento de los misterios de la fe; pero sobre todo, una vivencia espiritual, que la impulsa a comunicar su propia fe a las personas más necesitadas de una buena instrucción.
Tiene además especiales dotes para ello: buena voz para animar las celebraciones litúrgicas, que ella misma acompaña con el armónium y el coro casi improvisado de amigas que le ayudan en la tarea misionera; prepara a los adultos para la confesión y ayuda a los misioneros a dar la comunión, poniendo a prueba el aprendizaje de sus latines.
¿Una pionera en el campo de la catequesis y de la evangelización, que el Concilio Vaticano II (1965) confiará más tarde a los laicos y que recientemente el Papa Francisco ha instituido como nuevo ministerio? El Papa, con su Motu proprio Antiquum Ministerum, ha erigido el ministerio de los catequistas en la Iglesia (10.5.2021).
La figura y la labor catequética de Juanita encajan perfectamente en estas coordenadas. Se da en ella además una de las cualidades destacadas por el Papa en el ejercicio de este ministerio: la creatividad y la transmisión vivencial de la fe. Ésta no es tanto una suma de verdades cuanto una experiencia viva de los misterios de la fe cristiana.
Juanita sobresale en esta cualidad de la fe, que ella vive desde pequeña como un encuentro con Jesús. Por eso aprovecha las misiones para pasar largos ratos acompañando el Santísimo Sacramento en la capilla. Para ella son “días de cielo”, pues está cerca de Jesús-Eucaristía, una de sus devociones más arraigadas, y goza acercando a la Eucaristía a niños, hombres y mujeres, llevando la paz y la alegría a todos ellos.
Esto explica que frecuentemente sea reclamada por sus amigas para participar en las misiones rurales de los diversos fundos. Ella accede con gusto. Y cuando no puede, las acompaña con la oración y les pide que “se acuerden de ella cuando se encuentren en su reino”, porque pueden oír misa y comulgar, mientras ella cuando se encuentra en Algarrobo, solo tiene misa los domingos.
Cuando ingresa al Carmelo sigue de cerca la organización de las misiones de los fundos. Les acompaña con la oración. Pero no sentirá envidia de sus amigas por su cercanía a Jesús-Eucaristía, porque ella en el Carmelo tiene a Jesús más cerca y puede acompañarlo todo el día, pues el Carmelo es un Sagrario abierto al cielo.
2. Testimonios y relatos
En este contexto vamos a recoger algunos textos que reflejan su entusiasta labor catequética y su activa participación en las misiones. Destacamos algunos testimonios y algunos textos propios de Juanita, relatando las jornadas de las misiones. Son textos encantadores, que subyugan al lector por su creatividad y la fuerza narrativa de sus relatos, llenos de anécdotas y de aventuras: son las aventuras propias de las misiones católicas de la época y de la región chilena, escenario de su apostolado.
Ofrecemos aquí la descripción de estas jornadas misioneras, que se celebraban en San Enrique de Bucalemu, donde Juanita fue invitada por sus tíos el último año antes de su ingreso en el Carmelo[1]. La descripción detallada de estas misiones se debe a su primo sacerdote Jaime Fernández (1923-2012), nieto de don Domingo, fundador del fundo San Enrique de Bucalemu. Ordenado sacerdote, desarrolló una importante labor pastoral en Santiago de Chile y contribuyó muy eficazmente al mantenimiento de las tradiciones religiosas del fundo de su abuelo[2].
De este mismo estilo eran las misiones que se organizaban en la hacienda de Chacabuco, donde hoy está el Santuario que guarda sus restos, muy concurrido por los jóvenes.
Por cuanto se refiere a la participación de Juanita, he aquí el testimonio de su hermano Lucho:
“En la hacienda de Chacabuco enseñaba con entusiasmo el catecismo a los niños campesinos. Tenía infinita paciencia con esas mentes rudas y los preparaba a la Primera Comunión. Todos querían ser enseñados por Juanita, y la Rebeca que la acompañaba, a veces se quedaba sin alumnos. Poseía un alma de apóstol”[3].
Juanita no se prodiga mucho en sus relatos sobre las misiones en Chacabuco, como lo hará después en otras haciendas familiares. Sin embargo tenemos bastantes testimonios de su actividad apostólica en esta hacienda familiar. Uno de ellos es el de Elena Salas, una de sus amigas más íntimas, compañera de colegio, que ingresó en 1921 en las Religiosas del Sagrado Corazón[4].
Transcribimos un par de relatos: el que hace a su hermana Rebeca (Carta 41), que se encuentra en el colegio, y el testimonio a su prima Elisa Valdés (Carta 67).
“Aquí las misiones tuvieron un espléndido resultado. Jamás había presenciado espectáculo más conmovedor: el de una noche, que fue el día de la fiesta de reparación. Fíjate que se pide perdón a gritos; pero al principio los hombres no pedían. Entonces el Padre se dirigió a los niños y éstos comenzaron a pedir perdón por sus padres; en seguida las mujeres y por último todo el mundo lloraba, y dos mujeres se desmayaron. Y la Gorda se reía. Te aseguro que fue patético aquello” (C 41, 8 de noviembre de 1918).
“La semana pasada tuvimos misiones. Vinieron los Padres del Corazón de María, de Talca. Son excelentes misioneros y muy entusiastas. La gente quedó encantada, tanto más cuanto que nunca aquí habían traído misiones en grande. Nosotras dos con la Rebeca hacíamos catecismo. Se juntaban más de 50 chiquillos, y después de las misiones, hemos seguido haciéndoles clase todos los días; pues la gente de aquí es muy ignorante. Parece que poco o nada les enseñan en la escuela fiscal” (C 67, 2 de marzo de 1919).
Las misiones eran una de las tareas apostólicas que más le entusiasmaban. Participaba muy activamente en ellas, enseñando el catecismo a los niños, preparando a los adultos para la confesión y animando las celebraciones litúrgicas con música y cánticos. Son constantes las alusiones que hace en sus cartas relatando su celebración y pidiendo también oraciones para obtener los frutos deseados.
3. Su estilo de catequesis y preparación de las misiones
He aquí algunos testimonios más significativos. Doña Lucía, su mamá, declara en los procesos: “Sí, tuvo poco tiempo para hacer apostolado, pero en sus vacaciones enseñaba el catecismo y parece que las niñas sentían un atractivo especial y las ayudaba” (Positio, p. 4 ad 13, p.4). Isabel de la Trinidad, Valparaíso: “En la hacienda de Chacabuco enseñaba el catecismo, ayudaba a su mamá a curar a los heridos, estaba ávida de hacer el bien a los demás” (Positio, p. 38).
Lyon Subercaseux, s. j.: “Daba gusto escucharla cómo explicaba el catecismo y hablaba de Dios a los niños pobres de Algarrobo, cuando los preparaba a la Primera Comunión o en las misiones de la Hacienda Chacabuco” (p. 72). Ignacio Domínguez Solar: “Daba gusto escucharla cómo hablaba de Dios, de la Sma. Trinidad y de la persona de N. S. Jesucristo, al enseñar el catecismo y preparar los hijos de los inquilinos a la Primera Comunión. El testigo presenció varias veces estas lecciones catequísticas a los niños de la hacienda Chacabuco” ( p. 117).
“La organización de las misiones se hacía en los meses de febrero y marzo, con la luna llena. Diferentes vehículos iban a recoger a la gente que vivía en las cercanías; y a los lugares más apartados iba otro sacerdote a caballo a invitarles. Hacíamos misas en la mañana: a las seis para los trabajadores y a las nueve para las dueñas de casa. Después de almuerzo se dictaba catecismo y en la tarde se rezaba el Rosario que incluía el sermón y la plática. En el sermón hablábamos sobre las verdades fundamentales de la fe y en la plática, en cambio, nos referíamos a cuestiones prácticas, en especial los mandamientos. Mientras esto ocurría uno de los misioneros, el que no predicaba, se dedicaba a confesar. Después se hacía la bendición solemne del Santísimo. Cada día tenía algo especial, la bendición del pan, la bendición de los hijos, la de los esposos, etc. El último día era la bendición de los campos. Los sacerdotes salíamos temprano con los huasos, y desde las lomas más altas, la tierra se bendecía. Luego se daba almuerzo a toda la gente, lo que era muy pintoresco, ya que se amenizaba con juegos como carreras de ensacados y otros. Más de quinientas personas participaban en las misiones, tradición que se mantenía desde los tiempos del abuelo Domingo (fundador de San Enrique). Se hacían ramadas y se instalaban carpas, llegaban las familias un jueves y alojaban hasta el domingo. Esos días, a las seis de la tarde, se iniciaba la procesión del Santísimo y luego una misa de campaña bajo los árboles”. (Bucalemu, p. 101).
C 41: a su hermana Rebeca
Aquí las misiones tuvieron un espléndido resultado. Jamás había presenciado espectáculo más conmovedor: el de una noche, que fue el día de la fiesta de reparación. Fíjate que se pide perdón a gritos; pero al principio los hombres no pedían. Entonces el Padre se dirigió a los niños y éstos comenzaron a pedir perdón por sus padres; en seguida las mujeres y por último todo el mundo lloraba, y dos mujeres se desmayaron. Y la Gorda se reía. Te aseguro que fue patético aquello (C 41, Cunaco, 8 de noviembre de 1918).
C 67: a Elisa Valdés Ossa
Le da cuenta de las misiones populares y de las catequesis con los niños; también de la entronización del Corazón de Jesús en las casas:
La semana pasada tuvimos misiones. Le habíamos dicho al Padre Julio nos las diera, el cual quedó de contestarnos si podía; pero nos contestó cuando estábamos ya en misiones, porque convenía hacerlas en febrero por los trabajos. Vinieron los Padres del Corazón de María, de Talca. Son excelentes misioneros y muy entusiastas. La gente quedó encantada, tanto más cuanto que nunca aquí habían traído misiones en grande…
Nosotras dos con la Rebeca hacíamos catecismo, se juntaban más de 50 chiquillos, y después de las misiones, hemos seguido haciéndoles clase todos los días; pues la gente de aquí es muy ignorante. Parece que poco o nada les enseñan en la escuela fiscal. Como nos vamos el sábado a Santiago les hicimos hoy a los niños comedias y juegos, pero te aseguro que los pobrecitos han gozado. El domingo anterior a este les hicimos biógrafo. Estaban encantados. Después, para terminar, les tiramos una rifa.
Es lo más divertida aquí la gente, pues no están acostumbrados a tener patrones, porque casi todos son propietarios y todos se tratan con mucho estiramiento entre ellos; así es que están encantados que no los tratemos así. A mi mama la llaman la señora doctora. No te imaginas la fama que la han dado, porque la trajeron un niño moribundo con una herida que le tomaba toda la cabeza; se le veía hasta el hueso. Todos creíamos que se moría, pues estaba agonizando. Mi mamá le puso una inyección, lo fajó y ahora, en menos de un mes, está completamente sano.
Todos estos días salimos a caballo, para consagrar las casas al Sdo. Corazón. Llevamos 21 casas ¿qué te parece? Hemos hecho paseos en coche y a caballo. Fuimos a Loncomilla a andar en bote y tomamos las onces en una isla… (C 67: Elisa Valdés, San Pablo, 2 de marzo de 1919).
Resumiendo. Las misiones eran una de las tareas apostólicas que más le entusiasmaban. Participaba muy activamente en ellas, enseñando el catecismo a los niños, preparando a los adultos para la confesión y animando las celebraciones litúrgicas con música y cánticos. Son constantes las alusiones que hace en sus cartas relatando su celebración y pidiendo también oraciones para obtener los frutos deseados.
Otra particularidad que le ofrecían las misiones era acompañar al Santísimo en largos ratos de oración en la capilla, cuando las tareas apostólicas se lo permitían[5]. Lleva tan dentro las misiones, que desde el Carmelo participa espiritualmente en ellas, acompañando a su hermana Rebeca o a sus amigas que las organizan en colaboración con los misioneros.
Mientras tanto, ella va madurando en el Carmelo su misión apostólica más amplia: dar a conocer el amor misericordioso de Jesús y orar por la conversión de los pecadores. Su misión, después de su muerte, se convertirá en su misión póstuma, que transmite en su Diario y en sus Cartas.
4. Valoración provisional
Como hemos señalado al principio, la tarea catequética misionera de Juanita está en sintonía con las directrices del Papa Francisco en su Motu proprio Antiquum Ministerium; es tarea de la Iglesia a lo largo de su historia y donde resuenan muchas de la inquietudes apostólicas de Juanita, elevadas ahora al rango de nuevo ministerio eclesial.
Con la institución del ministerio de los catequistas, el Papa Francisco quiere que los fieles tomen conciencia de su misión en la tarea evangelizadora de la Iglesia. Su objetivo es que el Evangelio permanezca siempre vivo y actual en la familia, como una noticia gozosa (Evanvelii gaudium), e impregne nuestra sociedad como una cultura del encuentro y de la fraternidad. Invita a los catequistas a realizar esta tarea con sentido de creatividad bajo la acción del Espíritu Santo.
Dentro del Carmelo, si comparamos la actividad apostólica y misionera de Teresa de los Andes con la de Teresa de Lisieux y de Isabel de la Trinidad, en cuya espiritualidad se inspira, podemos decir que en la santa chilena adquieren resonancias más hondas que se traducen en un compromiso activo y personal, de unas dimensiones que van más allá del ámbito apostólico y misionero de las dos santas francesas.
Respecto a Teresa de Lisieux, declarada patrona de las misiones, esta afirmación parece sorprendente. Pero está avalada por los numerosos testimonios de su actividad apostólica y por los propios relatos sobre las misiones en las que participa. Tal vez la diferencia radique en el hecho de que Teresa de los Andes no nos ofrece una reflexión de su propia experiencia y del alcance universal de su misión, que descubrirá ya dentro del Carmelo. Le faltó tiempo para ahondar en esta experiencia.
En este sentido, podemos afirmar que la experiencia misionera de ambas converge en el mismo vértice: dar a conocer el amor misericordioso de Jesús y el misterio de salvación con su ofrenda personal y su propio testimonio de vida. Tal vez otra diferencia a señalar es que la experiencia misionera de Teresa de los Andes queda más circunscrita a unos espacios geográficos que la confinan dentro de la cordillera andina, pero sin cruzar sus fronteras. Sin embargo, su misión se extenderá universalmente en todo el mundo, gracias a sus escritos.
Otro aspecto a señalar dentro de este paralelismo entre la misión de Teresa de Lisieux y la de Teresa de los Andes, es su preparación o formación religiosas para la misión que ambas desempeñan en la corta historia de su vida. La de la “pequeña” Teresa chilena, tiene una fundamentación religiosa y cultural más amplia. Pero la fuente más rica de la misión de ambas es la propia experiencia, que alcanza en las dos una dimensión insospechada. Pero esto requieren otro tipo de análisis.
Finalmente, otra importante diferencia – esta compartida con Isabel de la Trinidad – es la conciencia que tiene de su misión póstuma. Teresa de los Andes llega un poco más tarde o no tuvo tiempo de descubrir claramente esta misión. Pero se desprende de sus palabras, cuando se plantea la destrucción de sus manuscritos. Providencialmente no fueron destruidos, consciente de que harían mucho bien a las personas que los leyeran. Pero también este aspecto requiere otro tipo de análisis.
Aquí solo nos interesa descubrir el alcance de su misión apostólica, su paralelismo con la de sus hermanas carmelitas francesas, casi coetáneas, y su sintonía con el nuevo ministerio eclesial de la catequesis instituido por el Papa Francisco.
Burgos. Facultad de Teología
1 diciembre 2021
[1] Los tíos de Juanita fueron sus padrinos de bautizo, que la tenían particular afecto, y la invitaron al fundo de San Enrique de Bucalemu. Adonde “viajó en tren desde Santiago a Llolleo con su madre Lucía y sus hermanos Luis e Ignacio. Los esperaban sus tíos y primos para trasladarlas en auto hasta el fundo. Los dormitorios había sido preparados con esmero por la dueña de casa y la pieza que le asignaron era muy confortable y soleada; tenía dos camas de bronce separadas por un alto velador, un inmenso ropero de fina madera, una cómoda y por único adorno un crucifijo. Dicha pieza se mantiene casi intacta hasta hoy” (Bucalemu, p. 100). Su estancia en San Enrique fue muy feliz, como escribe a su hermana Rebeca (C 70).
[2] “Las misiones se hacían en marzo, con la luna llena. Diferentes vehículos iban a recoger a la gente que vivía en las cercanías, incluido el sector del Corneche, al que iba otro sacerdote a caballo a invitarles. Hacíamos misas en la mañana: a las seis para los trabajadores y a las nueva para las dueñas de casa. Después de almuerzo se dictaba catecismo y en la tarde se rezaba el Rosario que incluía el sermón y la plática. En el sermón hablábamos sobre las verdades fundamentales de la fe y en la plática, en cambio, nos referíamos a cuestiones prácticas., en especial los mandamientos. Mientras esto ocurría uno de los misioneros, el que no predicaba, se dedicaba a confesar. Después se hacía la bendición solemne del Santísimo. Cada día tenía algo especial, la bendición del pan, la bendición de los hijos, , la de los esposos, etc. El último día era la bendición de los campos. Los sacerdotes salíamos temprano con los huasos, y desde las lomas más altas, la tierra se bendecía. Luego se daba almuerzo a toda la gente, lo que era muy pintoresco, ya que se amenizaba con juegos como carreras de ensacados y otros. Más de quinientas personas participaban en las misiones, tradición que se mantenía desde los tiempos del abuelo Domingo (fundador de San Enrique). Se hacían ramadas y se instalaban carpas, llegaban las familias un jueves y alojaban hasta el domingo. Esos días, a las seis de la tarde, se iniciaba la procesión del Santísimo y luego una misa de campaña bajo los árboles” (Bucalemu, p. 101).
[3] LUCHO, o.c. p. 32.
[4] Recogemos algunos testimonios más significativos. Doña Lucía, su mamá, declara en los procesos: “Sí, tuvo poco tiempo para hacer apostolado, pero en sus vacaciones enseñaba el catecismo y parece que las niñas sentían un atractivo especial y las ayudaba” (Positio, p. 4 ad 13, p.4). Isabel de la Trinidad, Valparaíso: “En la hacienda de Chacabuco enseñaba el catecismo, ayudaba a su mamá a curar a los heridos, estaba ávida de hacer el bien a los demás” (Positio, p. 38). P. Francisco Lyon Subercaseux, s. i.: “Daba gusto escucharla cómo explicaba el catecismo y hablaba de Dios a los niños pobres de Algarrobo, cuando los preparaba a la Primera Comunión o en las misiones de la Hacienda Chacabuco” p. 72.. Ignacio Domínguez Solar: “Daba gusto escucharla cómo hablaba de Dios, de la Sma. Trinidad y de la persona de N. S. Jesucristo, al enseñar el catecismo y preparar los hijos de los inquilinos a la Primera Comunión. El testigo presenció varias veces estas lecciones catequísticas a los niños de la hacienda Chacabuco” ( p. 117).