Hoy, 8 de marzo, es un día propicio para evocar este episodio, no tan lejano, de nuestra historia cultural. No había sonado la hora, y Emilia Pardo Bazán (1851-1921) se convertiría una de tantas escritoras que, por el hecho de ser mujeres, fueron excluidas de ese foro de nuestras letras que es la Real Academia Española.
El mismo Clarín se mofará así de la posibilidad de que la autora de Los pazos de Ulloa pudiera pasar a formar parte de la Academia:
"¿Para qué quiere doña Emilia ser académica?[...] ¿Cómo quiere que sus verdaderos amigos le alaben esa manía? Más vale que fume ¡Ser académica! ¿Para qué? ¡Es como si se empeñase en ser guardia civila o de la policía secreta!" ( Madrid Cómico, nº 393, 30-VIII-1890).
En una carta literaria dirigida a Gertrudis Gómez de Avellaneda (fallecida años atrás, a quien en 1853 se le negó la entrada en la RAE) la Pardo Bazán asegura que ella nunca ha pretendido ser admitida. Sin ambargo, parece ser que sí lo intentaría en varias ocasiones, sin fortuna. En la mencionada carta, doña Emilia ironiza sobre las supuestas razones que esgrimirían los académicos para negarle la entrada no ya a ella, sino a la mismísima santa Teresa de Jesús:
"De modo, Gertrudis, que si hoy por permisión divina resucitase nuestra santa patrona Teresa de Jesús, y con la contera del báculo abacial que he venerado en Ávila llamase a las puertas de la Academia Española, supongo que algún vozarrón estentóreo le contestaría desde dentro: "Señora Cepeda, su pretensión de usted es inaudita. Usted podrá llegar a ser el dechado de habla castellana, porque eso no lo repartimos nosotros: bueno; usted subirá a los altares, porque allí no se distingue de sexos: corriente; usted tendrá una butaca de oro en el cielo, merced a cierto lamentable espíritu demagógico y emancipador que aflige a la Iglesia: concedido; ¿Pero sillón aquí? Vade retro, señora Cepeda. Mal podríamos, estando usted delante, recrearnos con ciertos chascarrillos un poco picantes y muy salados que a última hora nos cuenta un académico (el cual lo parla casi tan bien como usted, y es gran adversario del naturalismo). En las tertulias de hombres solos no hay nada más fastidiosito que una señora, y usted, doña Teresa, nos importunaría asaz".
Acaso otra voz, inspirada en las ideas del señor Vior que encabeza tus cartas en El Correo, añadiría: "Señora Cepeda, usted siempre pecará de andariega y desenfadada. No le bastó tanto viajar con motivo de sus fundaciones, sino que ahora, desoyendo el precepto del Rey Sabio, quiere usted andar públicamente embuelta con los omes, por lo cual no habrá quien la sufra a usted, y será fuerte cosa el oyrla". No sé qué respondería Santa Teresa a este manoseado argumento del orden ojival; pero tú, ¿qué opinas de él, autora de Saúl? En tu época, lo mismo que en la mía, el Jefe del Estado, o para decirlo a la antigua, el Rey es una dama; de suerte que el oficio desempeñado por Alfonso el Sabio, el que más de varón le parecía al astrólogo-poeta, lo ejercen mujeres. Y si se establece no ser cosa guisada nin honesta el andar las mujeres embueltas con los omes, ¿cómo se las arreglará una reina para presidir Consejos de ministros, visitar barcos y cuarteles, abrir Cortes y revisar tropas?" (Emilia Pardo Bazán, "La cuestión académica", La España Moderna, I I, Madrid, 27 de Febrero de 1889)
En sus más de 300 años de existencia, solo once mujeres han sido elegidas como miembros de la Real Academia. Actualmente, hay seis mujeres que forman parte de la institución, más otras dos de reciente elección (Clara Janés y Paz Battaner) que aún no han leído sus respectivos discursos de ingreso. Ocho, de un total de 46 sillas.
Un avance hacia la igualdad de oportunidades, a paso demasiado lento.