La Basílica de la Natividad de Belén, construida sobre la gruta en la que nació en Niño Jesús, también se recordará a partir de ahora porque refugió a especialistas en asesinar niños, como Herodes, envueltos en bombas que explosionan en aglomeraciones de israelíes.
Cuando el 2 de abril unos doscientos palestinos entraron en la Basílica forzando sus puertas, la mayoría de la prensa internacional no reflejó que muchos iban armados, y, entre ellos, estaban varios responsables de Hamas y de la Yhad Islámica, sangrientas organizaciones terroristas cuyos niños y adolescentes-bomba habían provocado las represalias israelíes.
Informaciones tergiversadas, editoriales, tertulias, aireaban su antisemitismo y hacían creer que los malvados israelíes profanaban ese lugar sagrado al asediarlo y exigir la salida de los terroristas desarmados.
Hubo periodistas que afirmaban que Israel crucificaba a unos santos, que eran como Cristo. Y hasta una decena de autoproclamados pacifistas internacionales –para Batasuna, Eta también lo es—, consiguieron entrar para solidarizarse con aquellos mártires armados hasta los dientes.
De vez en cuando, los refugiados disparaban desde la Basílica, y cuando eran abatidos por los francotiradores israelíes los añadíamos a la nómina de los santos inocentes.
Casi cuarenta días así, y ahora vemos salir a Abdalá Daud, uno de los grandes entrenadores de niños-suicidas-asesinos, o a Mohammed Said Atalá, que compite con el anterior en eficacia, y a tantos otros.
Todavía habrá quien los trate de héroes; con el mismo criterio también lo serían los sangrientos asesinos en serie de Eta.
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