A mi madre, por su cumpleaños: No siempre retirarse del mundo es un acto de renuncia. A veces es el mundo el que se retira de ti, desproveyéndote y dejándote a solas. Solamente a solas, ni siquiera ya contigo mismo. El yo con sus cosas deja de esperar, y de aburrirse. Los relojes cesan de medir y apenas ya saben contar. Todo se hace lo mismo, como las gotas de lluvia miradas de cerca. Quizá al final el brillo familiar en su mirada, o sensaciones huérfanas de pretéritos y recuerdos vanos. Quizá el calor de luz que ya hirió nuestra conciencia. O el susurro sosegado que puede adivinarse en el paso de la flecha, cuando no la vemos dirigirse. Quizá otro Rosebud en las noches de invierno, o aquel verano atravesando de la mano caminos de hierba. Quizá hogueras de amor al final del callejón, o lágrimas que reflejan amaneceres para siempre rotos. Quizá miradas a ninguna parte y sonrisas que irradian invisibles hasta alcanzar el mar. Quizá el abrazo de la madre siempre recuperado.
Quizá albergue, y nada más. "De pronto qué maravilla
en medio del bosque
oculto entre la maleza
descubren un templo.
Templo inacabado,
hiedra y piedra dentro.
Y escrita en la cal
su propia historia advierten
en una espiral
que trazaba el poema:
"Vuestro final no está escrito"
decía el último verso.
Pues entonces somos libres.
Nos quedaremos aquí
hasta coronar el templo
y poner a salvo en él
el tesoro de nuestros sueños."
Amancio Prada