Revista En Femenino

Test de Tolerancia Oral a la Glucosa

Por Clara Ingeniera @mamaingeniera

Tal y como os conté la semana pasada, el Test O’Sullivan me salió alterado, por lo que tuve que hacerme el Test de Tolerancia Oral a la Glucosa o también conocido como “la curva larga de glucosa”. Esta prueba es la que permite diagnosticar la diabetes gestacional. Tuve esta prueba el pasado jueves.

El Test de Tolerancia Oral a la Glucosa es una prueba que requiere de una muestra de sangre en ayunas, y tras tomar 100 gramos de glucosa diluidos en un líquido con supuesto sabor a naranja, otra muestra de sangre a los 60 minutos, a los 120 minutos y a los 180 minutos. Durante esas 3 horas de espera, se requiere que estemos quietas, sin caminar en exceso, sin comer ni beber nada.

Durante los tres días previos a la prueba, tuve que realizar una dieta especial rica en hidratos de carbono. Recibí comentarios de muchas personas a las que no les habían exigido esta dieta, pero realmente tiene su explicación.

Si una persona esta acostumbrada a comer pocos hidratos, cuando se mete un chute de azúcar, a su cuerpo le cuesta asimilarlo. Esta dieta, prepara al cuerpo, pone a trabajar el páncreas y la generación de insulina. Cuando llegue el día de hacer la curva larga, esos 100 gramos ingeridos de glucosa serán asimilados de mejor forma por el cuerpo, y el resultado del análisis será negativo en diabetes gestacional. A no ser, claro está, que haya una alteración y por mucha dieta que hagamos, si hemos adquirido diabetes gestacional, saldrá igualmente.

En mi caso, mi dieta es bastante pobre en hidratos de carbono, y en cuanto empecé a seguir esta dieta, noté que me encontraba mal. Me dolía muchísimo la barriga, no podía comer tantísima comida (yo como muy poquita cantidad, me sacio enseguida).

Aquí podéis ver la dieta:

dieta-curva-larga-glucosa

A simple vista parece una dieta normal, pero en cuanto empecé a sumar cantidades, y a verlas reflejadas en mi tuper de la comida o en mi plato de la cena, quería morir.

La primera comida no la pude terminar. Me dio una arcada y lo tiré todo encima del resto de la comida. En la cena, me pasó algo similar. Maridín flipaba con las cantidades en la cena, y por si no era suficiente, antes de ir a dormir, leche con galletas.

Pasé tres días hinchada, con dolor de estómago, mareada. Y por fin llegó el jueves y la dichosa prueba.

Llegué al hospital yo sola, pues maridín vendría después en moto ya que solo se podía quedar conmigo una hora y media. En cuanto llegó mi turno, le pregunté al chaval que me tocó si me pondría una vía. Me dijo que si, que era lo mejor, pues eran 4 pinchazos en total.

Mientras el chico preparaba todo, yo intentaba estar tranquila. Había leído que el estrés hace aumentar la glucosa basal, y no me interesaba que saliesen más resultados alterados.

Cuando tenía la vía preparada en la mano, le di mi brazo bueno (el derecho), y el chaval, muy amablemente, intentó ponerme la vía.

Me la clavó (la vía). Me hizo un daño horrible. La metía más. La sacaba. La volvía a meter. La sacaba otro poquito. Yo me moría del dolor y me empezaba a marear.

“Nada, de aquí no sale sangre. Lo siento mucho. Lo mejor va a ser que te pinchemos cada vez. Tienes unas venas diminutas y no consigo encontrarla. Lo siento de veras porque te has llevado un pinchazo gratis”.

En el fondo me dio rabia, pero fue tan majo conmigo que no pude enfadarme.

Sacó la mini-aguja-mariposa, y me hizo el primer análisis en ayunas a escasos milímetros del otro pinchazo. Justo en ese momento empezó a salir sangre por el agujero de la vía. A buenas horas mangas verdes.

El tubo que tuvo que rellenar era pequeño, y acabó enseguida. Me tapó los pinchazos con una gasa y un esparadrapo y me dijo que esperase, que tenía que beberme el líquido de glucosa delante de él.

Trajo los 100 gramos de glucosa fresquitos y me los puso en un vaso de plástico. Empecé a beber. Estaba tan dulce que hasta raspaba la garganta cuando tragaba. Cuando iba por la mitad, me tiré un eructo que anunciaba vómito, y aunque le dije que yo no vomito ni harta de vino, me trajo un limón para rechupetear y una bolsa de vómito por si acaso.

Me acabé el líquido y volví a la sala de espera con maridín, a esperar la primera hora.

Pasó rápida, y entonces volví al box de este chaval.

Las abuelas no entienden de estas pruebas y se enfadaban porque las embarazadas tuviéramos que pasar si o si aunque una pantalla hubiese anunciado su turno. Se quedaban indignadas en la puerta, mirando, pero entonces otra enfermera les explicaba lo que pasaba y se quedaban conformes.

El enfermero intentó buscarme una vena en el brazo izquierdo, pero no se vio capaz. Me pidió perdón de nuevo, me quitó el esparadrapo anterior y me volvió a pinchar a escasos milímetros de los otros dos pinchazos. La aguja era pequeña, pero me dolió. Tenía el brazo adolorido y solo iba por la mitad.

Cuando salí de este pinchazo, me despedí de maridín y cambié de zona en la sala de espera. Me dijo muy preocupado que si al salir me encontraba mal, que no dudase en coger un taxi.

La siguiente hora pasó asombrosamente rápida. Y volví al box de mi enfermero. Volvió a pincharme en el brazo derecho y volvió a dolerme. Cada vez más. Me dijo que ya no me pondría esparadrapo, pues me había hecho reacción, y entre los pinchazos y la irritación, mi brazo daba auténtica pena.

La última hora pasó también muy rápida, y eso que no tuve la necesidad de leer nada, ni de estar excesivamente con el móvil. Simplemente veía a la gente pasar, al lado de otras embarazadas. Me encontraba bien, y disfrutaba del silencio de mi cabeza. Además, la noche anterior tuve mi primer sueño con un bebé, y me dediqué a recordarlo durante toda la mañana.

Por fin llegó el momento de mi último pinchazo, y ahí seguía el enfermero, pinchando sin parar a unos y a otros. Cuando me volvió a ver, fue muy simpático, me dijo “ven aquí y acabemos con esto ya!”. Sí, volvió a pincharme en el brazo derecho. Quinto pinchazo. Fue el más doloroso de todos.

Antes de irme me dijo que si la prueba salía mal, me llamarían por teléfono, pero si salía bien, no recibiría llamada alguna. Por otro lado, me dijo que tenía que hacer vida normal a partir de ya.

Me encontraba bien, y aunque notaba que me empezaban a faltar las energías, me vi con fuerzas de pasear a la perra e irme al Burger a comer. Me lo había ganado después de esa dieta odiosa.

A las 13:30h, llevando desde las 21h de la noche anterior en ayunas, y después de un chute enorme de glucosa, en plena calle y llegando al centro comercial, me dio una hipoglucemia. Casi me desmayo. Precisamente había una tienda de chucherías, y entré a por unas cuantas chucherías para no desmayarme por completo, pues me fallaban hasta las piernas.

Llegué sana y salva al restaurante de comida rápida, y me pedí un delicioso menú con hamburguesa, patatas y refresco sin cafeína que engullí en cuestión de minutos.

Dejé de estar mareada, pero me encontraba mal. Necesitaba dormir.

Leí que es un efecto rebote de la glucosa. A lo largo de la mañana me había sentido bien porque mi cuerpo estaba trabajando la glucosa que me había bebido a primera hora, pero después, ya no había nada, y mi cuerpo necesitaba comida de forma urgente.

A las 15h entré a trabajar, hasta las 22h. Fue una tarde horrible en la que no terminaba de levantar cabeza.

El viernes por la mañana seguía estando KO por no haber dormido demasiado, y pasé la mañana pendiente del móvil por si recibía llamada del hospital. Nadie intentó ponerse en contacto conmigo, y pensé, que ese sistema no me gustaba, ¿por qué no llaman si o si con el resultado? Yo me quedaría mucho más tranquila.

A día de hoy, sigo sin saber nada, y yo sigo alimentándome como puedo con la comida que no me da asco. No sé hasta cuando podría recibir la llamada, pero el día 5 de junio tengo visita con el ginecólogo de la Seguridad Social, así que supongo que podré consultar el resultado allí.

¿Cómo fue vuestra curva larga de glucosa? ¿Alguien más tuvo ese efecto rebote del que os he hablado?


Test de Tolerancia Oral a la Glucosa
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