A Emilio, quien sin ser nada dado a estas frivolidades
conserva con cariño un autógrafo de Tete Montoliu.
Se terminó agosto y llega ese momento vertiginoso en que compruebo que de todas las cosas apasionantes que me propuse hacer este verano no he hecho nada y que el tiempo se me escurrió (otra vez) en la inanidad.
Así que me pongo un disco de jazz. Qué menos. Escucho al gran Tete Montoliu y recuerdo la única vez que lo vi en directo.
Fue en la Sala Clamores de Madrid, y debió de ser en abril o mayo -o como muy tarde en junio- de 1992. (Lo recuerdo porque mi mujer estaba en un estado muy avanzado del embarazo de nuestro hijo mayor).
Tete Montoliu tenía un aspecto adusto, seco, incluso podía parecer antipático. No era nada de eso. El concierto, aparte de ser un fantástico monumento musical, fue muy cálido y amable; incluso cariñoso. Tete hablaba mucho, contaba anécdotas divertidas entre pieza y pieza, explicaba temas y era muy interesante. Los asistentes estábamos encantados.
Quien le conoció cuenta que era muy tímido -de ahí esa sensación de seco y frío-, pero que cuando tocaba se transformaba y comunicaba su disfrute. Desde luego esa noche al teclado sí que lo hizo.
Contó alguna anécdota muy divertida de Dexter Gordon, con quien tocó bastantes veces y a quien admiraba sin reservas. También nos contó que lo que hacía su gran amigo Serrat (tan culé como él) era puro jazz, y para demostrárnoslo jazzeó una de sus más conocidas canciones. Pero, claro, él podría haber jazzeado con éxito incluso a Estrellita Castro. O a Bach.
A Bach sí que lo hizo esa noche. Y a eso voy:
Nos contó que de niño estudiaba piano en su casa todos los días durante horas y se aburría, se aburría, se aburría. Su padre, sentado en su sillón en la habitación de al lado y leyendo el periódico, estaba atento a que él no se distrajera ni dejara de tocar, así que tenía que repetir y repetir su lección.
Mientras nos iba contando esto, tocaba muy suavemente la cantata 147 de Johann Sebastian Bach, "Jesus bleibet meine Freude" ("Jesús alegría de los hombres"). Aquí os la pongo para que la identifiquéis:
Esta es una interpretación con orquesta y voces, tal como la escribió su autor. Os pongo ahora una transcripción a piano, que fue (más o menos, pero mucho mejor) lo que Tete Montoliu nos estaba tocando mientras nos contaba su hastío infantil:
Naturalmente, mientras nos iba explicando cuánto se aburría ejecutaba la obra de Bach con la pericia y la disciplina de un músico clásico. Y nos seguía diciendo: "Me aburría. Me aburría. Me aburría mucho". Y seguía tocando de maravilla. Nos tenía a todos con la boca abierta.
Tocaba, como digo, con suma exactitud. Ese característico tres por cuatro (vale, o nueve por ocho: a estos efectos me da igual): TAN, ta-ra-TAN, ta-ra-TAN, ta-ra-TAN. Un metrónomo exacto: UNdostres UNdostres UNdostres...
(Es un papel de violín, pero para que veáis la dictadura del tres:Tres grupos de tres notas por compás: Undostres, undostres, undostres)
Seguía así tocando durante un rato, exhibiendo su capacidad de pianista clásico, y nosotros asistíamos atónitos a esa demostración, por otra parte completamente innecesaria, que no tenía nada que ver con el concierto que habíamos ido a escuchar, pero que -naturalmente- era muy hermosa.
Lo hizo como una mera introducción, y en seguida nos dijo:
-Pero de pronto oía a mi padre que se levantaba de su sillón, escuchaba sus movimientos -y bajaba el volumen de su música para oír mejor a su padre, e incluso para que lo escucháramos nosotros- y cerraba la puerta de la calle. ¡Había salido! Uf, qué alivio. Era libre.
Y sutilmente al ir diciendo esto la música dejaba de ser UNDOSTRES-UNDOSTRES-UNDOSTRES y era la misma melodía (más o menos), pero que empezaba a hacer cosas raras UNDOStrescua-undostresCUAcinseis-UNdostres-undosTREScua, y todo empezaba a ramificarse y a desdibujarse. Y seguía siendo la música de Bach, pero que se soltaba de su rígido metrónomo y empezaba a vagar por la sala, a explorar otros rincones, a dar volteretas.
Aplaudíamos como locos. Qué prodigiosa magia es el jazz. Y qué prodigiosa la música de Bach, que siendo una estructura perfecta y compleja admite otra, tolera reformas y reorganizaciones, enriquece delicuescencias y neblinas, y cuando ya no parece haber estructura alguna, ni orden, ni respeto, ni rigor de ninguna clase, sigue habiendo forma, y vida, y configuración orgánica.
Qué curiosa es la música. Se suele decir que es matemática, y con ello nosotros solemos interpretar que son las cuatro reglas, su inmutabilidad, su exactitud; pero es también la matemática abierta, la geometría no euclidiana, la incompletitud... Qué raro es todo, qué difícil de asir, qué escurridizo.
Y así, escurriéndose y zafándose, Montoliu tocaba a Bach negándolo para afirmarlo de otra manera. (Ni yo mismo sé lo que estoy diciendo. Solo os puedo decir que estábamos todos fascinados).
El pianista, seguro ya y confiado en la falta de vigilancia de su padre, se había ido tomado todas las libertades posibles hasta llegar a un punto en que aquello ya no sonaba a Bach en absoluto. Aquello era una pura juerga, un puro despelote. ¿Pero verdaderamente no quedaba nada de Bach por debajo de ese ruido caótico? ¿Pero de verdad era un ruido caótico? Claro que sí (a la primera). Y claro que no (a la segunda).
Durante unos minutos seguía sonando el piano en ese plan: una fantástica composición de jazz de Tete Montoliu (tal vez) sobre la base rítmica y armónica (muy deformadas) de la cantata de Bach.
Y cuando estábamos sumergidos del todo en aquel torrente bajó un poco el volumen y nos dijo:
-Ah, pero ya oía a mi padre subiendo la escalera. Había salido solamente unos minutos a comprar tabaco y ya estaba de vuelta -poco a poco la música volvía a recomponerse, a atusarse, a estirarse un poco los faldones y volvíamos a oír a Bach allá a lo lejos-. Metía la llave en la cerradura y abría la puerta. Se acabó mi diversión.
Y ya estaba tocando otra vez la cantata con perfección académica. ¿Desde cuándo? ¿Llevaba unos segundos haciéndolo cuando nos dimos cuenta?
Si la disolución de Bach en el jazz nos había hecho aplaudir a todos, esta disolución del jazz en Bach nos puso en pie. Qué juego tan fantástico. Qué riqueza la de la música. Qué potencia.
No tengo más palabras. Siento no ser capaz de haceros evocar mejor lo que trato de decir. Me gustaría encontrar grabado todo esto que os cuento, pero no lo encuentro y no sé si estará registrado en algún sitio. La anécdota es buenísima, y el juego musical que sacaba a partir de ella, grandioso.
Gente que le siguió y escuchó muchas veces me dice que esto lo contaba en bastantes conciertos (me sorprende que no fuera en todos), pero que no lo tiene grabado en ningún disco.Yo no pierdo la esperanza de que alguien tenga una grabación pirata llena de ruido, polvo y huevos fritos y algún día la saque. No puedo entender por qué Tete Montoliu no lo grabó, porque es un verdadero monumento. Desde 1992 llevo esperando volver a oírlo algún día y ya ni sé el recuerdo que tengo de aquello ni cuánto lo habré estropeado.
Para que al menos podáis escuchar a Don Vicenç Montoliu i Massana en su salsa os dejo esto y deseo de corazón que vuestro verano haya sido más fructífero y divertido que el mío: