Revista Cine

Texto 52: Oliver Stone a favor de Quentin Tarantino

Publicado el 15 enero 2013 por Loquecoppolaquiera @coppolablogcine
Mira los estudios, que invierten tanto tiempo, dinero y energía en que sus guiones se vuelvan a escribir una y otra vez... Al final, ¿qué consiguen?. Guiones perfectos que se convierten en películas horribles. Porque el cine no funciona así; funciona de una manera mágica. Por ejemplo, cuando leí el guión de Pulp Fiction (1.994), pensé que nunca iba a salir bien, que era demasiado charlatán y se permitía demasiados excesos. Sin embargo, luego vi cómo lo hizo Quentin Tarantino, y los actores que eligió, y se convirtió en algo totalmente distinto.  Hay cosas que, simplemente, no puedes escribir, como la manera que tiene un actor de mirar a otro actor. Y esas pequeñas cosas lo son todo en una película. Así que creo que, como cineastas, no tenemos un verdadero control de todo y, al final, puede ser que la película nos dirija a nosotros en lugar de a la inversa. 
Oliver Stone.

Éste texto pertenece a una entrevista de la que desconozco la fecha y el lugar u otros datos concretos sobre las circunstancias. Pero Oliver Stone diserta sobre ese fondo mágico, indescriptible, indefinible, e insondable que de alguna manera interviene y recubre una película con el halo de lo maravilloso. Porque es verdad que una frase dicha por un actor no suena igual si la dice otro actor. Las frases son inherentes a uno. La mirada, el gesto, la posición del cuerpo, la actitud ante el mundo, el persuasivo tono de la voz, - todo -, concurre en una determinada interpretación. Ninguna frase significa dos veces la misma cosa. Porque cuando uno dice, cuando interpreta un texto - un actor por ejemplo- se está elucidando. Una palabra comprende también un estado de ánimo, una biografía, o una virtud; comprende un temperamento, una personalidad, y unas vivencias. Todo en la voz confluye como un maravilloso río que discurre por la ladera de la condición humana. Desprovistos de otro instrumento de medida, más preciso y certero, más preciado si cabe;  un director debe captar lo indefinible con su sola intuición y su instinto afinado. Esa visión que trasciende la superficie de las cosas visibles es un don que unos pocos poseen. La belleza, la densidad o la verdad de una escena se dan cita en estos trámites.
ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS


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