En este texto de 7 de mayo de 2.008 Pedro Almodovar reflexiona sobre el color de sus películas como marca de estilo. A este respecto dice lo siguiente:
En mi primera visita a la isla mi identificación con el color negro suponía una novedad para mí. El negro no había formado parte de mi paleta de colores. Llegué a pensar en el más facilón de los paralelismos, mi reciente afición al negro se debía al personal duelo por la muerte de mi madre. Mi recién estrenada orfandad encontraba su reflejo en la oscuridad de la isla. (...) Como todo el mundo sabe, vengo de La Mancha, el lugar más austero de nuestro variado país. Sin embargo mi cine se ha caracterizado, entre otras cosas, por la brillantez a veces rabiosa de sus colores. Mi sentimiento del color tendría más sentido si hubiera nacido en Marruecos, India, el Caribe, Méjico o África. Cualquier lugar, menos La Mancha.(...)
...siempre me han preguntado por el asunto del color. La verdad es que los colores de mis películas los decido por instinto, de acuerdo con mi estado de ánimo, y de un modo riguroso pero irracional. Pero ésta es una respuesta hermética y demasiado vaga para los periodistas especializados. Así que cuando alguno me pregunta sobre el tema trato de enrollarme y de elaborar una tesis, sobre la marcha, que aunque sea forzada no me resulte demasiado ajena. Normalmente aludo al arte pop de los años sesenta, época en la que me formé, y también al hecho de que cuando descubrí el cine al final de los años cincuenta, y sobre todo en los primeros sesenta, las películas que recuerdo eran en technicolor. Y esa coloración explosiva me ha perseguido siempre. Además de que los colores brillantes son los que mejor representan la pasión de mis personajes y el barroquismo de mis historias.
Estos son los conceptos que suelo manejar, de modo automático, para explicar el colorido de mis películas. Al final de los 90 una periodista de Le Monde me volvía a preguntar por “la couleur” de mis películas. Habíamos hecho una buena entrevista y la periodista me había caído muy bien. Pensé que merecía que me esforzara por encontrar una respuesta distinta de la que ya tenía automatizada. (...) Le expliqué esta anécdota a la periodista simpática de “Le Monde”. Y allí mismo, en un coqueto saloncito del Hotel Lancaster (un lugar que fue casa de Marlene Dietrich en muchas de sus largas estancias en París) improvisé la razón por la que mis películas rebosaran de color:
Cuando mi madre me concibió vestía de luto. Su propia naturaleza, hastiada del color negro, gestaba en su vientre la respuesta a esa tradición tan radical, irracional y manchega. Yo era la respuesta a la injusta situación que ella había vivido desde los tres años. Mis películas eran la venganza de mi madre contra el color negro.