Revista Cine

Texto 76: François Truffaut reflexiona sobre el guión de varios autores.

Publicado el 22 febrero 2013 por Loquecoppolaquiera @coppolablogcine
Apruebo su costumbre de escribir los guiones entre cinco o seis, no lo he podido hacer nunca por razones económicas y a veces de susceptibilidades. No soy un fanático del autor único. Cuando Bresson contrata a Giradoux, Bernanos, Jeanne d' Are o Cocteau, tiene más fuerza que cuando está solo. Me encantaría ver una película de Bresson con diálogos de Marguerite Duras. En el fondo, lo único que cuenta es el resultado y las cuestiones de vanidad hay que dejarlas a un lado.  
François Truffaut
En 1.957 el crítico de arte Pierre Restany presenta en la galería Apollinaire de Milán 11 cuadros monocromos, todos ellos iguales, con las mismas dimensiones (1,5 m x 2 m), y con el mismo color azul ultramarino. Todos ellos, - iguales -, no fueron pintados con pinceles, o espátulas o con los dedos. Habían sido pintados con un pequeño rodillo, el mismo que con mayores dimensiones utilizan los pintores de brocha gorda cuando pintan las paredes de las casas. Yves Klein explicaba que con ello pretendía disolver la autoria de sus obras, prescindir de los trazos personales, eliminar toda muestra de personalidad. Por eso sus cuadros carecían de marca personal, eran impersonales, y podemos decir que de esta forma trascendían al sujeto, y lo disolvían para forjar el fiel reflejo del modelo observado. Klein daba la pintura a la cosa para que ella se mostrara por sí misma, y desde sí misma, tal cual era, con su intervención imprescindible. En el mundo de la literatura y en la construcción de un guión de cine sucede algo parecido. En ambos casos jugamos con los mismos polos opuestos: el de la subjetividad y el de la objetividad. Uno de los defectos que presentan algunos guiones de cine es que todos los personajes a los que da vida se expresan con las mismas palabras, y dentro del marco intelectual, que confiere un guionista. En estos casos ese guionista habla por la boca de todos, y constituye el alma que mora en los distintos personajes. Los guiones de Eric Rohmer, los que se utilizan algunas de las películas de Scorsese, algunas de Almodovar, y algunas de Kurosawa nos dan una muestra de ello. Todo lo contrario sucede por ejemplo cuando se adentra en las páginas de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Porque Miguel de Cervantes reproduce la manera de hablar de unos y otros, los acentos y las coletillas típicas de cada uno, según pertenezcan a una u otra región de España, o según pertenezca a uno u otro nivel cultural. Por eso y por principio, un guión redactado por 5 ó 6 guionistas nos debería de dar una impresión de la realidad más adecuada que un guión que redacta uno sólo. No siempre tiene por qué ser así. Existen muchísimas excepciones. Pero aún así, la falta de realismo sigue siendo todavía una asignatura pendiente de los guiones y de la puesta en escena. Existe una enorme distancia entre lo escrito y lo hablado. Nadie habla como escribe ni nadie escribe como habla. Un buen actor debe salvar esta distancia mediante la improvisación. Y por eso el guión habría de relegarse a una guía orientativa que no tendrían otra finalidad que excitar el corazón y la imaginación de los actores. El actor debe más a su capacidad de sorprendernos que a su capacidad para memorizar los textos. Todo lo memorizado nace muerto y una película ha de contar la vida. En el mundo real las conversaciones, los diálogos, las discusiones, se forja desde una mezcolanza variopinta de tipos personales, acentos, visiones, complejos psicológicos, traumas, miedos, sensualidades, miradas, etc... Un caleidoscopio difícil de captar. Y así, en la medida en que un texto no se parece al mundo en que vivimos fracasa en su intención de tocarnos en lo más hondo de nuestros corazones.
ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS

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