El cine es joven, pero la literatura, el teatro, la música, la pintura son tan viejos como la historia. De la misma manera que la educación de un niño queda determinada por la imitación de los adultos que le rodean, la evolución del cine ha estado necesariamente influída por el ejemplo de las artes consagradas. Su historia desde el principio del siglo será por tanto la resultante de los determinismos específicos a la evolución de todo arte, así como de las influencias ejercidas sobre él por las artes ya evolucionadas. Para acabar de arreglar las cosas este complejo estético resulta todavía agravado por factores sociológicos.
André Bazín.El texto que aquí reproducimos pertenece a un estudio específico de André Bazin sobre la defensa de la adaptación de novelas, obras de teatro y otros género al cine. El estudio se publicó en la editorial parisina Editions du Cerf, con el título "Qu´est-ce que le Cinema".
Buena parte de los cineastas de nuestro tiempo y buena parte de las cintas de nuestros tiempos no provienen de ideas originales del propio director. Algunas se basan en hechos reales, o se hallan inspiradas, en mayor o menor medida, en las noticas que se publican en la sección de sucesos de los periódicos. Muchos cineastas como por ejemplo Pedro Almodovar se imponen la rutina de seleccionar los sucesos que cada día arrojan los medios de comunicación a la palestra pública. Pero también son muy socorridas las adaptaciones de obras de teatro de gran reconocimiento, o de novelas cautivadoras. En este caso hay quienes se esmeran sobremanera por calcar las esencias y las emanaciones de un libro. Pero es un error porque una película nunca debe adaptar nada sino más bien idear, crear, construir desde lo que ha de abordarse no desde la perspectiva de la idea de adaptación sino desde la idea de inspiración. Una novela adaptada por ejemplo ostenta el sello personal de escritor que la escribe, pero por obra y gracia del proceso de una adaptación cinematográfica lo que allí consta escrito adquiere un nuevo sello personal, el sello del director de cine que la lleva a la gran pantalla. Por eso una adaptación fiel y rigurosa de una novela supone también una renuncia del director a su identidad, a su impronta, a su estilo, a sí mismo. Y nada bueno puede salir de una película dirigida por quien se empeña en imitar el sello de otro tipo. Por eso no tiene sentido decir que el libro es mejor que la película. Esta afirmación carece de sentido. En realidad no son comparables. La novela no puede constituirse en parámetro de referencia a partir del cual establecer juicios de valor sobre una determinado filme. Sería iluso pensar que por el sólo hecho de emular fielmente una novela, una película diera en aquilatar sus calidades. Cine y novela disponen de elementos narrativos cada uno arreglado a su naturaleza. Ambas formas funcionan en órdenes diferentes, nunca se tocan, discurren paralelos hacia un horizonte inalcanzable. Y por ello la novela es novela y la película, película, y cada una se debe a su padre y su madre, a su escritor y su director. Las películas han de ser valoradas como si jamás hubieran existido sus antecedentes, los libros inspiradores, las noticias de la sección de sucesos. La película es un resultado y como tal, un producto nuevo, fuente a su vez de inspiración de nuevas formas.
ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS
