Cortesía de nuestro Punto Rojo de Información, Juan-Luis Valera, dejamos un texto que nos mandó por si a alguien le sirve. Desgraciadamente no sabemos quién es su autor, sabemos que es columnista en un periódico, pero los consejos que da son muy acertados bajo nuestro punto de vista. Lo hemos acortado un poco para no exceder los límites de lo que creemos prudente en la longitud de textos en un blog.
Una verdad como un templo que nos empeñamos en olvidar. Uno de los efectos de las Gran Depresión que siguió al Crash bursátil de 1929 fue la sustancial reducción de las rupturas matrimoniales y la recuperación de la familia como elemento integrador de la sociedad. Se dejó de mirar hacia afuera, a la ilusión de riqueza colectiva que ponía los bienes por encima de las personas, y se volvió a cuidar lo cercano, lo inmediato, lo estable. Se hizo de la necesidad, virtud. Y, de hecho, se recuperó el ámbito familiar como escuela de valores, como lugar en el que poner en práctica todos aquellos conceptos cuyo verdadero significado nos hemos empeñado en desvirtuar en los últimos años: la disciplina, el sacrificio común, el esfuerzo comunitario, la solidaridad mutua, la libertad y sus límites, la importancia de las pequeñas conquistas… Triunfó lo colectivo sobre lo individual. De hecho, se iniciaría en Estados Unidos un proceso de involución hacia principios tradicionales que fueron, entre otros factores por supuesto, los que permitieron al país salir del hoyo en el que estaba. Una dinámica que nos conviene recuperar.
Elemento esencial de la institución familiar es el matrimonio. Una unión, la conyugal, que está viviendo una crisis sin precedentes por una multitud de causas que no vienen ahora al caso. Pero que, si es bien avenida, sigue siendo fuente de estabilidad afectiva, de riqueza emocional y de comunión espiritual. (...) Espero sinceramente que (este texto) les ayude.
1. Mi mujer sigue siendo mi mejor amiga; lo era antes de casarme con ella y lo sigue siendo una década después. Es un sentimiento recíproco. Nunca he tenido la necesidad de contarle algo a otra persona antes que a ella. Es verdad que el amor conyugal va más allá de la mera amistad pero gran parte de los matrimonios se hunden por la falta de comunicación, incluido el aspecto sexual. No hay que olvidar que la confesión, hablar, es previa a la comunión, actuar. Es el primer test que hay que realizar.
2. Siempre hemos pensado que el secreto del amor perdurable radica en ensalzar lo bueno de la pareja y aceptar lo malo. Exactamente lo contrario a lo que ocurre en muchos matrimonios, especialmente conforme va pasando el tiempo. No está mal pararse a reflexionar sobre las virtudes y defectos del cónyuge, una vez transcurrido el periodo de EMT, enajenación mental transitoria. Sabiendo el terreno que se pisa, es más difícil caer en una zanja. Y, de partida, el hombre y la mujer, caso que nos ocupa, son esencialmente distintos en sus motivaciones, afectivas unas y racionales otros, y en las formas en las que se manifiestan. Cosas de la naturaleza.
3. Una de las máximas que nos impusimos desde prácticamente el inicio de la relación es no irnos a la cama disgustados el uno con el otro. Se trata de un campo de batalla demasiado pequeño como para salir bien parado: la victoria es ínfima y, sin embargo, la derrota demasiado dolorosa. Saber pedir perdón con independencia de que la razón esté o no de tu parte es clave. El amor se sublima en la donación pero se alimenta con la renuncia. Y el perdón es una puerta de entrada inmensa a la reconciliación. Lo contrario termina conduciendo a la falta de respeto, algo que hay que cortar de raíz ya que sólo va a más y nunca a menos, resultado muchas veces de una frustración no comentada a tiempo.
4. Las grandes cimas se conquistan paso a paso. Lo mismo ocurre con el amor matrimonial. Es un jardín que hay que regar todos los días. Los atracones son pan para hoy y hambre para mañana. Se trata de cuidar los pequeños detalles que no han de derivar en mercantilizar la relación. Cuidado con esto. No son muchas veces cosas las que hacen falta sino gestos, caricias, abrazos, compañía; sensación de sentirse querido, de ser la prioridad. Que en el trade off familia-trabajo la primera tenga la sensación de que vence, aunque sea por la mínima, por poner un ejemplo de aplicación colectiva que servidor también ha de poner en práctica más a menudo, abducido, como está, por esta columna diaria.
5. Por encima del afecto a nuestros niños, en nuestro matrimonio prima el amor que sentimos recíprocamente como pareja. Al final los hijos han llegado para irse de nuestro lado, antes o después. Es ley de vida. Les dedicamos nuestros mejores años para que ellos a su vez, llegado el momento, dediquen lo mejor de su vida a sus propios chicos. Nuestros cuatro vástagos, cinco en breve, son siempre lo segundo en nuestro árbol de decisión, a mucha distancia de lo que conviene a la estabilidad de nuestra unión. Esa vorágine en la que ha entrado el mundo moderno en el que no hay espacio para los cónyuges por la plétora de actividades de la progenie es absurda. Hay que tener presente que todo lo que no se cuida, se pierde, salvo los propios hijos que, aun llenos de atenciones, terminarán por partir en busca de su propio destino. Nos hemos casado con nuestro marido/mujer, no con los frutos de ese matrimonio que no pueden convertirse en refugio de la propia infelicidad.