Son las 08:47 horas a. m., tienes mucho sueño, poquísimas ganas de ir a trabajar y, como si esto fuera poco, estás súper-recontra-archi-híper metida en un embotellamiento/atasco. Insultas valiéndote del lunfardo, jerga que es ideal si lo que se desea es insultar bien. En español dirías: «Esta M-30 me tiene hasta las narices», o «me cachis en la mar salá de la M-30», o «menudo coñazo la M-30 de los cojones». En tu lunfardo natal pronuncias frases que significan más o menos eso (menos que más en realidad), pero como no quieres que tu simpático/a lector/a piense que eres una mal educada lo dejarás con las ganas de saber qué has dicho. Enciendes la radio. Un locutor hablayhablayhabla. Se ríe solo de sus chistes que a ti te parecen tan graciosos como un velatorio. «¿A quién le hará gracia lo que dice?», te preguntas. Cambias de dial. Alguien hablayhablayhabla de política. «Si no quiero empezar la mañana con infartos múltiples mejor lo quito», te dices. Cambias de dial. Religión. Cambias. Música electrónica. Cambias. Reggaeton. Cambias. Una locutora hablayhablayhabla de los ojos color aceituna lepereña del nuevo novio de una actriz que tiene una verruga en la planta del pie que nunca se hizo tratar y que una vez se tiñó el pelo de un tono similar al vino tinto crianza porque. Apagas la radio. Pones un CD, aprietas Play. Help! I need somebody, canta John como si te estuviera leyendo los pensamientos. Tu coche sigue en punto muerto, no te has movido ni medio metro. Help! Not just anybody. Recuerdas el cuento La autopista del sur de Cortázar y sientes miedo, verdadero miedo, pues al ritmo al que vas es muy probable que te quedes durante meses atascada en la M-30. Help! You know i need someone. Help!, insiste John. Insultas, ahora en italiano, y lo haces gesticulando en demasía pues ya que insultas en italiano lo haces en toda regla. Help me get my feet back on the ground. Los rostros de los conductores que ves a tu alrededor están amargados, sabes que ellos están tan hartos del atasco como lo estás tú. «¿Hay algo más improductivo que un atasco?», te preguntas mientras subes un poco el volumen. My independence seems to vanish in the haze. «¡Es que no puede ser! ¡Todos los días lo mismo! ¡Esto no es vida!», piensas y empiezas a insultar en ruso campestre (que nada tiene que ver con el ruso de ciudad). «¡BASTA!», te gritas. «Tienes dos opciones Letzy: seguir insultando, podrías hacerlo en serbocroata que se te da tan bien, lo cual no va a conseguir que el atasco desaparezca; o pasarlo lo mejor posible mientras dure», te dices y subes más aun el volumen de la música. Bajas las ventanillas y las notas musicales salen como un pájaro al que se le abre la puerta de la jaula. Here comes the sun, empieza a cantar George. Y enseguida te sientes un poquito mejor, porque esa canción siempre consigue transportarte a lugares que huelen a eucalipto y a hierba buena. Little darling, the smiles returning to the faces, dice George y tú sonríes. Y esa sonrisa hace que te sientas muchísimo mejor. Miras a tu derecha y el conductor del coche vecino también sonríe. Miras por el espejo retrovisor y la señora del coche de atrás baila. No sabes si es verdad o es tu imaginación, solo sabes que así te gustaría que fuera. Sun, sun, sun, here it comes, y uno de los dedos del sol atraviesa el parabrisas y acaricia tu rostro. «A lo mejor Los Beatles en vez de insultar en inglés durante los atascos los usaban para componer», piensas mientras buscas en tu bolso la pequeña libreta en la que sueles escribir.