George Stroud (Ray Milland), es el exitoso editor de una revista de crímenes que goza de gran popularidad. Sin embargo, luego de una noche de borrachera, Stroud se ve implicado en el asesinato de una modelo (Rita Johnson), quien coincidentemente es la amante de su jefe (Charles Laughton). Con la policía y los numerosos periodistas de la editorial tras la pista del asesino, Stroud tendrá que probar su inocencia antes de que sea demasiado tarde.
A mediados de los cuarenta, el escritor Jonathan Latimer, conocido principalmente por sus novelas policiales protagonizadas por el detective privado William Crane y por su trabajo como guionista en algunas producciones de cine negro hollywoodense, se asoció con el director John Farrow en la realización de diez largometrajes al interior de los estudios Paramount. Entre las novelas que le tocó adaptar durante este periodo, se encuentra “The Big Clock”, la cual fue escrita en 1946 por Kenneth Fearing, quien hizo carrera como escritor de poesías durante la década del treinta, para luego volcarse de lleno a las novelas de detectives. El escrito más importante de Fearing, fusionaba de manera bastante llamativa algunos elementos típicos de la novela negra, con un número importante de observaciones satíricas acerca de la sociedad norteamericana de aquel entonces. Una vez terminado el guión, Farrow y compañía se lanzaron a la tarea de escoger al encargado de interpretar el rol protagónico. Ray Milland, quien en ese entonces gozaba de gran popularidad debido al Oscar que recibió por su actuación en el film “The Lost Weekend” (1945), donde interpretaba a un alcohólico, parecería ser la elección perfecta para dar vida a un hombre que debido a la ingesta desmedida de alcohol, se mete en un problema que puede destruir su vida. En “The Big Clock”, Milland interpreta a George Stroud, el editor de una popular revista titulada Crimeways, cuyas oficinas se encuentra al interior de un moderno edificio en cuya cima se erige un inmenso reloj, que no hace más que reflejar la importancia que tiene el tiempo para Earl Janoth, el millonario dueño del edificio. “El tiempo es dinero”, es la frase preferida del magnate, cuya ambición sin límites durante años no le ha permitido a Stroud tomarse vacaciones junto a su familia, lo que ha provocado que su relación matrimonial se encuentre en un punto álgido. Y es que la importancia del editor dentro de la compañía reside en su habilidad para encontrar a peligrosos fugitivos de la justicia antes que las mismas autoridades, gracias a un método llamado “el sistema de las pistas irrelevantes”, que le permite realizar un perfil del sospechoso lo que facilita su aprehensión. Como sucede en gran parte de los “relatos negros”, la mayoría de los problemas que debe afrontar el protagonista serán generados por una mujer que irrumpe de improviso en su vida. Dicha mujer es Pauline York, una joven modelo que ha mantenido durante un buen tiempo una relación sentimental oculta con Janoth, a quien ahora desea chantajear con información de su pasado, la cual espera que pueda ser conseguida por Stroud.
Esta la primera de una cadena de acontecimientos que terminan situando al protagonista en un problema del que le será difícil escapar. Y que pese a ser un hombre íntegró, tras perder su empleo y discutir con su esposa, este decide reunirse con York para escuchar su plan. Mal aconsejado por el alcohol y su creciente frustración, Stroud y su nueva amiga terminaran recorriendo varios lugares de la ciudad antes de terminar en el departamento de la mujer. Contrario a lo que se podría pensar, y escapando al prototipo de la mujer fatal, York parece entablar una relación de complicidad con el protagonista, la cual lamentablemente será bastante fugaz. Ante la sorpresiva llegada de Janoth al edificio, a Stroud no le queda más remedio que escapar entre las sombras, convirtiéndose en la única persona capaz de ligar al magnate con la mujer, quien termina muerta tras una fuerte discusión con él. Con el fin de borrar todas las pistas que puedan incriminarlo, Janoth le pide a Stroud que utilice su sistema para encontrar a quien lo vio llegar al lugar, colocando al protagonista en una situación imposible. Con el temor de ser culpado de un crimen que no cometió, Stroud no tendrá más remedio que ocupar su ingenio para encontrar pruebas que lo exculpen antes que la policía, algunos testigos de su noche de juerga, y su propio equipo de periodistas, lo señalen como el hombre que están buscando.
Como ya había mencionado antes, bajo esta intrincada trama de dimes y diretes, donde se desarrolla un complejo juego del gato y el ratón que está repleto de inesperadas vueltas de tuerca, se encuentra una fuerte crítica a la maquinaría empresarial. Tras el término de la Segunda Guerra Mundial, la sociedad norteamericana fue testigo de cómo se empezaron a erigir enormes edificios de los gigantes corporativos, que no eran más que el reflejo del ego de sus dueños, y de las complicaciones que todo este progreso trajo consigo. La situación familiar de Stroud es un buen ejemplo de los problemas ligados a las políticas empresariales. Las exigencias de producción de las grandes compañías inevitablemente terminan atentando contra los derechos de los trabajadores, al tratarlos como simples engranajes de un gran reloj que está diseñando a funcionar sin descanso, con el fin de obtener las ganancias deseadas. Es dentro de la ambición desmedida de la que son “víctimas” algunos empresarios, que estos terminan cruzando ciertos límites morales cuyas consecuencias son nefastas tanto para ellos, como para sus trabajadores, y para la misma sociedad. Esto queda plenamente demostrado con el accionar del personaje interpretado por Charles Laughton, quien es capaz de utilizar la plataforma comunicacional que posee para mentirle a las autoridades, a sus trabajadores y a la sociedad, no solo con el fin de evitar ir a prisión, sino que también con la intención de no perder todo su patrimonio.
En cuanto a las actuaciones, Ray Milland hace un estupendo trabajo interpretando a un personaje bien intencionado cuyas malas decisiones laborales y personales lo llevan a involucrarse en una complicada situación, que no hará más que aumentar sus niveles de ansiedad a medida que el cerco se cierra en torno a él. Charles Laughton por su parte, está sencillamente genial como este detestable magnate que sin saberlo, se convertirá en la némesis del protagonista. También es destacable la participación de Elsa Lanchaster (la esposa en la vida real de Laughton), quien interpreta a una excéntrica artista que participa en el caso como testigo, aportando un par de momentos bastante cargados a la comedia, y la actuación de George Macready, quien interpreta al fiel empleado de Janoth, que asume la responsabilidad de eliminar todas las pistas que puedan ligar a su jefe con el crimen. Respecto a la relación que se da entre este personaje y el interpretado por Laughton, existe una cierta tensión homosexual que también puede detectarse entre Janoth y Bill Womack (Harry Morgan), quien hace las veces de guardaespaldas/masajista/matón del empresario. Ambos hombres parecen estar dispuestos a hacer lo que sea por su jefe, incluso inmolar su libertad o su vida si es necesario, por lo que en cierta forma Janoth ocupa el rol de "mujer fatal" tan propio de los relatos negros. El elenco lo completa Maureen O´Sullivan (esposa en la vida real de John Farrow), cuyo rol si bien es pequeño cobra cierta importancia en el tramo final del film.
En cuanto al aspecto técnico de la cinta, esta cuenta con el estupendo trabajo de fotografía de Daniel L. Fapp y John F. Seitz, y la atmosférica banda sonora de Victor Young. Igualmente destacable es el diseño de producción, en especial el de la laberíntica fortaleza de Janoth, que en cierta forma ha pasado a convertirse en una prisión para el protagonista, quien primero no puede escapar de ella a causa de su trabajo, y luego no puede permitirse el lujo de abandonar su oficina por temor a ser señalado como un asesino. “The Big Clock” es un excelente exponente del film noir, que mezcla de manera exitosa suspenso, humor, acción y una buena cantidad de giros dramáticos inesperados, que son más que suficientes para capturar la atención del espectador durante todo el transcurso del metraje. Además cuenta con un elenco que en su totalidad realiza un estupendo trabajo, y con un protagonista lo suficientemente querible como para que el espectador empatice con su situación. En la década de los ochenta, el director Roger Donaldson filmaría un remake titulado “No Way Out” (1987), el cual trasladaría la acción de una importante editorial al escenario político de Washington en plena Guerra Fría.
por Fantomas.