Revista Cultura y Ocio

The Bloomsday, un día después

Publicado el 17 junio 2010 por Hellman
The Bloomsday, un día después
James Joyce
El día quizá más famoso de la literatura universal es el Bloomsday, el 16 de junio. Allí no sólo Joyce creó un universo en la palma de un día, sino que innovó decididamente la manera de escribir narrativa. Un libro difícil, con tantas puertas como tiene el mundo. El mundo celebró este día con fútbol, con literatura. Como dato curioso, en este día se casó Sylvia Plath con Ted Hughes. Así comenta el Bloomsday el periódico ABC:
Nadie mejor para razonar la elección que el autor de «Dublinesca», Enrique Vila-Matas: «Siempre que me acerco al Finnegans lo hago sabiendo que estoy ante el más denso de los tapices y con el temor de que una vez más, como lector me llegue una sensación, primero, de estar al borde del colapso, y después del colapso mismo». Vila-Matas, Eduardo Lago, Jordi y Antonio Soler, Malcolm Otero y José Antonio Garriga Vela son los caballeros escritores de «La Orden del Finnegans», compendio de lecturas joyceanas que publica ediciones Afabia. Quien se haya leído de corrido el condenado «Finnegans» que levante la mano. Eduardo Lago se atrevió con 17 años con el no menos enrevesado «Ulises» que tradujo la editorial bonaerense Rueda y celebró el centenario del Bloomsday en el pub «Ulises» de Manhattan Sur. Miles de personas merodean los arcanos del Finnegans y algunos saborean cada palabra hasta que ésta cobra sentido, como «quark», aprovechada por un profesor de Física Cuántica. También anda metido en tan peliagudo «work in progress» Jordi Soler, al evocar mitologías celtas desde Veracruz: «En Dublín la gente sabe que, cuando un manto de niebla cae sobre el paisaje, significa que Manannán MacLir -el hijo del mar- trae algo entre manos…». Y otro Soler (Antonio), se reúne en la Torre Martello de Sandycove con sus colegas de la Orden para conmemorar el Bloomsday, en la habitación donde un 16 de junio de 1904 comenzó la travesía de don Leopoldo. «Normalmente éste es el lugar inicial, no el final de la conmemoración, pero los fundadores de la Orden, hace ya muchos años, lo hicieron de este modo y así se ha transmitido a los nuevos miembros cada año», aclara Malcolm Otero, el más joven caballero del sexteto joyceano. Y el último en llegar, José Antonio Garriga Vela, cumple desde hace un año con la cita dublinesa y vuelve a leer por enésima vez el «Ulises».
En el avión se le reaparece a Garriga Vela «el rollizo Buck Mulligan» con su cuenco de latinajos. Un error -confundir Dublín con Berlín en el aeropuerto- puede frustrar su comparecencia en Torre Martello y motivar su salida de la Orden: «Jordi no pudo asistir el año pasado y está apercibido de expulsión. Ni siquiera le valió el hecho de rebautizar a su hijo con el nombre de Stephen Dedalus Soler» ironiza. Este año no faltará para brindar en el pub de los Enterradores, muy cerca del cementerio de Glanesvin. Riñones de cerdo matinales y noche de pintas de Guinness: realimentando el síndrome de Ulises. La torre de Joyce Las torres Martello se levantaron en el siglo XIX para prevenir cualquier tentativa de invasión napoleónica. Así la describe Joyce en el primer capítulo de su célebre novela: «En el sombrío cuarto de estar abovedado, en la torre, la figura de Buck Mulligan en bata se movía con viveza de un lado a otro ante la chimenea, ocultando y revelando su fulgor amarillo. Desde las altas troneras caían dos lanzadas de suave luz del día: en la intersección de sus rayos flotaba, dando vueltas, una nube de carbón y vapores de grasa fría».

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