Todos los jóvenes y muchos adultos sueñan alguna vez con ser estrellas del rock. Yo creo que lo más atrayente de dicha condición es la posibilidad de ser el centro de atracción permanente. Subir a un escenario y ser el objeto de todas las miradas, sentirse el ídolo de millones de adolescentes debe ser una droga de efectos brutales para estimular el propio ego. Además, el cantante de un grupo de éxito está obligado a comportarse de forma excéntrica, incluso un poco violenta en ocasiones. Como decía Freddie Mercury, lo importante es que el show siga siempre adelante, estar siempre abiertos a la innovación, a ofrecer nuevas sorpresas al público. Entre todos estos cantantes de vida excesiva, irrepetibles y excéntricos, destacan los del llamado "club de los veintisiete", estrellas que murieron a una edad que a todos se nos antoja demasiado temprana (Jim Morrison, Jimi Hendrix, Kurt Cobain, Amy Winehouse...) pero que fue suficiente para forjar unos mitos que dejaron un cadáver joven aunque, en demasiadas ocasiones, no demasiado bonito. Quizá sea esta la edad en la que el cuerpo colapsa cuando se le ha estado estimulando desde la adolescencia con todo tipo de sustancias.
Conocida es la obsesión del cineasta Oliver Stone con los años sesenta, un periodo en el que tuvo que servir en Vietnam, experiencia que marcaría toda su obra. Precisamente fue durante la guerra cuando conoció la música de Morrison, como le sucedió a muchos otros soldados (una realidad que reflejaría espléndidamente Francis Ford Coppola en Apocalyse Now). Quizá era una música adecuada para sobrevivir a un infierno absurdo e incomprensible. El genio que estaba detrás de todo aquello también era alguien bastante enigmático, Jim Morrison, un joven de personalidad algo errática, pero dotada de un carisma indudable.
Al principio Morrison se mostraba como alguien extremadamente tímido, que llegaba a ofrecer sus actuaciones de espaldas al público, pero poco a poco fue desatándose como un monstruo del escenario, un tipo que era capaz de ofrecer todo tipo de improvisaciones, cambiar la letra de las canciones o moverse al ritmo de danzas tribales inspiradas en los nativos norteamericanos, hasta el punto de que la policía tenía que hacer acto de presencia en sus conciertos, vigilando al cantante y a un público al que éste era capaz de hacer enloquecer fácilmente. El tema The End fue quizá la más alta expresión de la manera de entender la música de Jim Morrison y su grupo, puesto que la canción podía durar minutos y minutos y el vocalista podía improvisar todo tipo de letras a un timo psicodélico e hipnótico, tomándose todas las libertades al respecto en un tiempo en el que todavía pronunciar una obscenidad en público era motivo de gran escándalo.
La película de Stone es casi tan pretenciosa y extraña como el propio Morrison. Queriendo ser un retrato de un personaje y de una época, a veces se desorienta en el experimentalismo y en intentos de virtuosismo cinematográfico, pero The Doors nunca pierde del todo el norte y acaba siendo una obra tan entretenida como estimulante. Desde luego no tan redonda como la posterior JFK, pero tampoco se trata de una obra fallida, puesto que refleja una visión muy personal de unos acontecimientos que al cineasta le hubiera gustado vivir mucho más de cerca. Mientras buena parte de la juventud estadounidense era machacada en Vietnam, en casa se conformaba un espíritu de rebeldía que se canalizaba a través de la masiva difusión del trabajo de grupos como The Doors. Lo curioso es que el propio Jim Morrison - Val Kilmer lo interpreta con indudable oficio - parecía estar de vuelta de todo, también de la propia idea de rebeldía y habitar un mundo propio e incomprensible incluso para su gente más próxima, un carácter que en demasiadas ocasiones rozaba la locura.
Quizá lo que se echa en falta en la obra de Stone es una mayor profundización en el personaje, no solo un retrato del mismo. Dicen algunos críticos que la imagen que se proyecta del cantante es demasiado extrema y que algunos de los episodios que se muestran en la película son totalmente inventados o fruto de rumores interesados. Sinceramente, no soy un experto en el tema y no sé hasta que punto la película es históricamente rigurosa. Es mejor contemplar The Doors como una espléndida obra experimental en la que en ocasiones podemos contemplar la existencia con los ojos de su protagonista, una realidad distorsionada por el efecto de las drogas, pero también enriquecida por la creatividad de Morrison.