Revista Cine
Director: Antoine Fuqua
Segunda película de Fuqua que comentamos este día sábado, digo, para ir apurando un poco las cosas, pues esta pequeña fiebre de cine de acción o thrillers no me tiene muy contento que digamos. No sé como el espectador medio aguanta una y otra vez las mismas cosas. "The equalizer" me estaba gustando al inicio pero un poco después de la mitad tiene la incontenible necesidad de exagerar "el estilo", destruir el argumento y contravenir "la personalidad" de un protagonista que de hombre con principios pasa a ser una simple máquina de matar, tan pero tan inverosímilmente invencible que la cosa se vuelve predecible y ni siquiera el milagro final te quita la disconformidad. Fuqua lo ha hecho otra vez: elige proyectos que parecen tener mala leche y actitud (para conservar la línea), así como para decir que es un director con personalidad y habilidad, pero no logra esconder que de visión propia no tiene mucho, por no decir nada.
Denzel Washington es un hombre en apariencia tranquilo que vive su vida de manera ordenada y sana. Es respetado en el trabajo, parece caerle bien a la gente de los lugares que frecuenta. Una de esas personas es una joven rusa que oficia de prostituta para un sujeto nada agradable, lo que despertará la vena justiciera del protagonista, que en este punto despliega todo su arsenal de mortales habilidades para matar y matar rusos.
Fuqua es de esos directores que dependen completamente del guión. Hay directores que también dependen del guión pero que son capaces de aportar algo más al mismo, incluso cuando éste comienza a caer levemente (tampoco son tan dados a evitar desastres, pero mantienen cierto cuerpo). Fuqua no es uno de ellos. Fuqua es de esos directores que no son capaces de levantar un guión ni tapar sus agujeros, ya no argumentales sino de narración. Por ejemplo, "The equalizer", que inicia con estimable intensidad hilando convincentemente los acontecimientos mediante sus consecuencias, justita solidez argumental que le permite a Fuqua mantener cierta atmósfera, darle algo de fondo a un par de personajes (además del protagonista, claro, aunque esta virtud recae más en los actores, el mejor el veterano y solvente Washington) y mantener la narración fluida y consistente. Insisto: fluidez y consistencia obra del guión, no de Fuqua, que solo pone la cámara. Como es de esperar, una vez que la violencia causal no puede más de sí (esto es cuando ya llegamos a la cima de la pirámide criminal rusa, por la mitad o poco después, cuando no hay nada más que descubrir), agotados los cartuchos, la acción comienza un iterativo juego de tú las traes: primero tú golpeas, luego yo golpeo, una especie de descafeinado acción y reacción. Tampoco ayuda que el guión, aparte de repetirse, decida pausarse y caer en puntos muertos (o escenas con un propósito argumental específico que, por alguna razón, se alargan para darle un toque humano o algo así, dando como resultado anodinia y tedio), situación que ata de manos a un Fuqua incapaz de disfrazar esos baches mediante su puesta en escena predeterminada, sin fuerza ni visión. El guión alarga el argumento, desinfla el conflicto, hasta lo vuelve una mera anécdota; es decir, se pierde el concepto inicial, ése que personalmente me gustaba bastante. ¿Por qué? Porque no hay nada mejor que ver a un hombre en apariencia normal patear el trasero de los malos, los déspotas, los fascistas, los inhumanos, los mierdas, la escoria, como Washington ahora o como Neeson en "Run all night". Al principio, al menos, podíamos disfrutar pasar de la impotencia e indefensión a lo placentero de la justicia divina, pues siempre se agradece que haya un hombre (o mujer, ok) dispuesto a dar algo de equilibrio a este podrido mundo. Gente así merece inmunidad, sobra decirlo. The equalizer, el hombre que pone las cosas en su lugar. Estaba el concepto, el sentido de justicia (nuevamente, alimentado e impulsado por un pasado -mantenido en fuera de campo, revelando apenas un par de retazos- que no enorgullece a su protagonista, arrepentido y acechado por las culpas, y que claramente decide ayudar a la chica rusa porque vio algo que le recordó, no lo sé, ¿su mujer, su hija?), pero eso se pierde en pos de una simple máquina de matar que hace lo que había que hacer pero mecánicamente, casi por inercia más que motivación real y moral. Por supuesto, el fotograma se resiente cuando no tiene nada de fondo que lo sustente, se nota cuando se pone vacío. Peor, el obtuso de Fuqua apuesta por el desmadre en todo sentido: mucho ruido, mucho juego con la cámara, etc., todo lo cual aplaca el improbable rayo de concepto basal. Como si no fuera suficiente que el guión se destruyera solo, llega Fuqua para rematarlo y robarle toda esperanza de redención. Y si es difícil de creer tanta acción inverosímil (no me creerían si se los contara, probablemente llorarían por los spoilers), pues el milagro final supera toda tolerancia. "The equalizer" necesita menos metraje, más sobriedad y, quizás, tan sólo quizás, otro director.