El cliché de que los dibujos animados o las películas de animación son un producto audiovisual infantil es, en España, casi tan exasperante (y totalmente erróneo) como el de que los videojuegos están dirigidos a las semillas de la sociedad. La risa boba suele iluminar el rostro de algún compañero de especie y nacionalidad cuando uno pone una película de animación, y la desesperación suele invadir a quien trata de hacer comprender que unos dibujos animados pueden ser tan adultos como una película pornográfica (de dibus, o no); olvidando el significativo hecho de que un niño de 8 años, por ejemplo, está incapacitado cognitivamente para comprender la mecánica y el mensaje de Silent Hill 2, o de el filme que hoy nos ocupa.
The Fake es la segunda y última obra de Yeon Sang-ho, quien, personalmente, ya me encandiló con su ópera prima, The King of Pigs. Así, de esa maravilla del nuevo milenio en la que se está convirtiendo el cine surcoreano, nos llega una historia que, si bien mantiene la estética visual y social que ya trabajó su autor, cambia completamente la óptica, el vehículo, a través del cual contarnos la historia.
En The Fake no aparece el recuerdo más o menos añorado, y más o menos incomprendido, de una adolescencia dolida y extrañada que se marchó para no volver. The Fake nos cuenta una historia negra, no tanto de corrupción como de exposición de los bajos fondos de una parte de la sociedad surcoreana. Es dura, y rara... Dura porque cuenta historias de perdedores, bien materiales bien morales, y rara porque durante sus 101 minutos te atrapa una sensación creciente de que el juego maquiavélico de los buenos y los malos, carece de su sentido más obvio en cada uno de los personajes, aunque muchas veces no cueste, a priori, identificar a un verdadero cabrón o a una auténtica pobrecita.
Hay mucho de Nietzsche en The Fake, pero en sentido degenerado de su filosofía de la defunción de Dios: fuera el sentido vitalista y regenerador, dentro el amortajador y pesimista agujero de la sociedad náufraga. Todo, eso sí, regado con un trasfondo evangélico inquietador. Violencia, traición, engaño, paternidad, condena, prostitución, venganza... Sueños que nunca se emprendieron, ni siquiera en un ataque hipnótico de estimulante reacción, y vidas como conscientes pesadillas en las que a veces el sufridor tiene la culpa y otras no.
Más allá del cadavérico fondo y color de sus personajes y de sus implicaciones filosóficas, The Fake resulta una gran película, una de las que no vende humo. El pacto se forja casi desde la primera escena en la que los matones a sueldo de turno se encargan de matar a un perro sin que sepas muy bien el motivo: ahí se te dan las pautas a seguir. Luego surge el argumento, los personajes... La nueva iglesia de un pequeño pueblo que va a desaparecer por la construcción de una presa y en la que los habitantes ponen todas y cada una de sus esperanzas, la hija ilusionada por comenzar la universidad, el padre que sale de la cárcel, la madre derrotada y sometida, el predicador a sueldo, los milagros, la inocencia del tonto del pueblo... Entre todo, y entre todos, producen un efecto simbiótico, arrastrándote a esa historia, en un bloque narrativo que no se amilana ante ninguna adversidad. Fornido y esculpido con mimo, el guión de The Fake tomará posesión de tu interés con crecimiento exponencial, hasta que asistas, entre incrédulo y confiado, a su natural desenlace.
Y cuando haya ocurrido, seguirás preguntándote durante un buen rato quién era el fariseo en The Fake.
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