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En 1911 tuvo lugar en Kiev el horrible asesinato de un niño de 13 años cuando iba camino de la escuela. Unos meses más tarde, un ciudadano judío llamado Menahem Mendel Beilis fue arrestado y acusado del crimen tras la declaración de un testigo. El llamado caso Beilis iba a tener en Rusia una resonancia extraordinaria, sobre todo por la forma en que se fue convirtiendo en un "libelo de sangre". Un libelo de sangre era una falsa acusación de asesinato ritual, según la cual los judíos mataban niños gentiles para quitarles la sangre y elaborar con ella pan ácimo, libelo que se utilizó en este caso para radicalizar aún más el antisemitismo de la sociedad rusa, exacerbado sobre todo desde la anexión de Polonia, más de un siglo antes.
Libelo de sangre
Desde los falsos testigos hasta el fiscal, pasando por la policía o el cura católico supuesto experto en el talmud, toda al instrucción del caso fue, como se demostró al final, una auténtica farsa de principio a fin. Aun así, Beilis hubo de pasar dos años encarcelado a la espera de juicio. El caso Beilis, aunque hoy pocos aparte de la comunidad judía lo recuerdan, tuvo tanto eco internacional como en su día el caso Dreyfus, y arreciaron de todas partes del mundo occidental las críticas al antisemistismo rampante del Imperio Ruso.A los judíos, que tenían en Rusia seriamente limitados sus derechos sociales, y que eran víctimas de pogromos casi cíclicos, sólo se les permitía residir en lo que se denominaba en ruso Чертa осeдлости, que en inglés pasó a llamarse, acertadamente, pale of settlement ("pale" viene a significar algo así como "cercado") y que en la traducción habitual al español ("zona de asentamiento") pierde ese matiz tan salvaje. Aquí hay una interesantísima página (en inglés) sobre la vida en el "cercado". En la convulsa Rusia de aquellos años, todavía convaleciente de la revolución de 1905 y del desastre de la guerra con Japón, y donde de nuevo el espíritu de la revolución se iba extendiendo de forma implacable, surgió un movimiento que jugó un importante papel en el juicio de Beilis. Se trataba de las Centurias Negras, un grupo caracterizado por su fervor religioso, su lealtad inquebrantable al zar y su recalcitrante xenofobia y feroz antisemitismo.
Las Centurias Negras
Bernard Malamud se basó en el caso Beilis para escribir The Fixer, traducido al español como El hombre de Kiev, novela con la que ganó el Premio Pulitzer y el National Book Award.
Malamud, que era hijo de inmigrantes judíos rusos, no se interesa por los pormenores del crimen ni de la investigación, sino que centra la historia en Yakov Bok, trasunto de Beilis, y nos cuenta la historia desde su punto de vista. El lector, que sabe desde el primer momento que el protagonista es víctima de una siniestra conspiración que se está tejiendo a su alrededor, va a acompañar a Bok en su descenso a los infiernos.
The Fixer se abre con el hallazgo del cadáver de Zhenia Golov. En su funeral, empiezan a correr los primeros rumores de que el crimen lo han cometido los judíos, con el consiguiente terror de Yakov Bok, que perdió a su padre a manos de unos cosacos cuando contaba un año de edad, que a los tres sufrió un pogromo en sus propias carnes, y que ahora, una vez más, se huele lo peor.
Octavilla distribuida durante el juicio a Beilis. Se puede leer "asesinado por judíos (...) ¡Cristianos, cuidad a vuestros hijos!"
A continuación nos remontamos a cinco meses atrás, y vemos a un Yakov Bok que, abandonado por su mujer, perdida la fe y con una vida mísera, deja el shtetl para intentar ganarse la vida en la gran ciudad. Parte así para Kiev con la intención de ahorrar y marcharse quizá un día a América. Quiere el destino que en Kiev salve la vida a un borracho tirado en la nieve, quien resultará ser no sólo un agradecido y adinerado empresario que le ofrece a Bok el trabajo que anhelaba, sino también miembro de las Centurias Negras, como revela la insignia que luce orgulloso. Bok, que en todo momento ha ocultado su condición de judío, acaba aceptando el trabajo de supervisor de una fábrica de ladrillos y una habitación en la misma fábrica por un módico alquiler. Bok, de quien sabemos desde el primer momento que no es creyente y que se declara completamente apolítico, se muestra muy reacio a aceptar el puesto, ya que sabe que, al hacerlo, violará varias de las leyes para los judíos: ocultación de identidad y residir fuera del gueto.Poco a poco, vemos cómo se va cerrando un lazo alrededor de Bok. El capataz Proshko, sospechoso de pequeños hurtos y al que Bok tiene que vigilar, le amenaza cuando es descubierto in flagranti. La hija del dueño intenta seducirlo, pero Bok la rechaza por tener la regla y estar impura. Un día se encuentra con un anciano hasídico que se ha perdido y al que unos niños han atacado. Bok decide darle cobijo, con lo que, una vez más, pone en riesgo su trabajo y quiebra la ley. Poco después aparece el cadáver de Zhenia, y Bok no tardará en ser arrestado.
Beilis, posiblemente en el momento de ser arrestado
A partir de este momento, la historia se centra en las vicisitudes de Bok en prisión y en el trato absolutamente inhumano que allí recibe. Y poco a poco, lo que al principio era una historia con un patrón conocido -a saber, un inocente resulta acusado y ve cómo se manipulan en su contra todas las pruebas y testimonios-, se va convirtiendo en un extraordinario retrato psicológico del personaje, y en una encarnizada defensa de la dignidad que todo ser humano tiene, dignidad que, cuando ha sido prácticamente destruida y aniquilada, sobrevive como un mal bicho que se resiste y se escabulle del pie que intenta rematarla. Porque no pueden con Bok. Sometido a vejaciones inimaginables, implora que le den la oportunidad de ir a juicio. Sabe que las acusaciones son grotescas, sabe que el cura católico no le duraría ni un asalto en el juicio, sabe que la madre del niño asesinado tuvo mucho que ver en su muerte y, pese a los intentos por parte las autoridades de aislarlo por completo, va dándose cuenta de que su caso está suscitando gran interés a nivel internacional.Malamud, que no se aferra a la verdad histórica del caso Beilis, construye a partir de un argumento muy sencillo una novela extraordinaria, de ésas que se hacen difíciles de olvidar. Fascina la forma en que evoluciona el pensamiento de Bok. Asombra la recreación tanto del shtetl como del Kiev pre-revolucionario, y se hace difícil creer que la novela está escrita por alguien que en su vida pisó Rusia. Y pasma el modo en que, pese a transcurrir en su mayor parte dentro de una celda, The Fixer contiene algunos pasajes absolutamente inolvidables, que culminan en la maravillosa escena final. Una gran novela.