Puede, sólo puede, que lo primero que haya hecho hoy al despertarme haya sido entrar en la web de El Corte Inglés en busca de un BB-8. Y que me haya sorprendido porque, uno, el que ofertan es de tamaño mandarina y vale 170 euros y, dos, está agotado.
Aunque, en realidad, no sé de qué la sorpresa. Es BB-8. Es la nueva adoración surgida de Star Wars. Es volver a casa.
Una semana después del estreno y tras esquivar spoilers como una loca, ayer por fin logré ir a verla. No voy mucho al cine, lo reconozco. No soy especialmente cinéfila, ya sabéis, y además el cine tradicional tiene problemas añadidos: hay gente, hay palomitas y es doblado. Y yo soy una vieja cascarrabias, ya.
Pero ayer no importó el mogollón de gente que había en el cine, ni que se me sentará al lado una niña con palomitas que no paró de moverse y de hablar en toda la película -normal, no es peli para niños pequeños- ni que el doblaje de Han Solo sea una atrocidad ni nada. Fui y me lo pasé pipa, grité cuando hay que gritar y me emocioné mucho. Porque The Force Awakens es pura esencia Star Wars, esa que se perdió un poquillo entre la pavisosa de Padmé y el estrangulable de Anakin.
Conste que no soy detractora -del todo- de los episodios I, II y III. Creo que son hijos de su tiempo, de esa ñoñería milenial de hace década y poco. Y creo que Hayden en el episodio III saca adelante un papel que no era nada fácil, en el fondo y en la forma. Ahora, los guiones son bastante mejorables, en especial del episodio II. Esa historia de amor que da vergüenza ajena, argh.
Pero nada de eso importa ya. Porque la verdadera Fuerza ha vuelto y de qué manera. Ahora tengo que verla en versión original para pillar del todo la esencia. Después hablaré sobre el argumento con calma.