Director: William Friedkin
No me percataba que el post de ayer, ese genial filme llamado Prince of the City del genial Sidney Lumet, era el post número cien de este blog. Tenía nociones de que me acercaba al centenar de posts, pero no tenía especial atención en cuál sería la película que se llevaría ese honor. Me alegro que haya sido una de Lumet, y una buena como la que fue, porque, aunque no le he visto una mala, debe tener algún tropiezo por ahí en su filmografía. Ahora hay que esperar por el post número doscientos. En cinco meses lo sabremos, me atrevo a aventurar. Hoy vengo con algo similar, ya que diez años antes, William Friedkin nos entrega otra joya, igualmente basada en hechos reales, aunque en este caso, el eje no es la corrupción, sino intentar desbaratar un gran negocio de drogas. Más heroísmo que vergüenza, tenemos otro policial estupendo.
Popeye Doyle junto a su compañero de policía, mientras se la pasan haciendo arrestos menores por aquí por allá, encuentran un nuevo rostro que no les dice nada, pero que por lo mismo debe ser alguien que trama algo grande. Mientras más lo siguen y le echan el ojo, se dan cuenta de que un gran negocio se puede llevar a cabo, y harán todo lo humanamente posible -incluso pasar a llevar un poquito la ley, oh por dios-, para impedir que los criminales se salgan con la suya.
Da gusto tener buenas rachas, y ver buenas películas de un tirón -hay casos contrarios, un día vi The ABC's of death y The perks of being a wallflower juntos, y esa misma noche caí enfermo- ¿Prince of the city y The french connection? Combinación ganadora. Aunque hay una década de distancia que los separa, junto con la diferencia corrupción/heroísmo, ambos filmes retratan a una ciudad decadente y repugnante, sórdida y oscura, que es protegida -no vamos a discutir al respecto, siempre hay pros y contras en cualquier cosa- por policías igualmente imperfectos, con sus flaquezas y fortalezas, personas que, como la misma ciudad, tienen rincones oscuros y otros más luminosos. Es la ciudad siendo el fiel reflejo de la sociedad, conformada por miles de personas que habitan en una jungla de espejos que reflejan el interior de cada uno de sus ciudadanos, construyendo un monumento -simbólico, que duda cabe- de asfalto que representa exactamente lo que cada persona es como individuo y como sociedad. Puede que la mirada de ambos cineastas sea un tanto cruel, pero no hay mayor honestidad que admitir que el esplendor del sueño es una ilusión, y que la vida misma es un atavismo bien disimulado; ahora bien, lo bueno de esa honestidad es que, dentro de todo este agujero maloliente que los directores retratan, todavía hay personas que intentan hacer bien las cosas. Ser héroe es no ser perfecto, pero aún así ser alguien de bien -en el sentido convencional, se entiende-.
Aunque el filme sea primordialmente un thriller de acción, no hay que negar que hay una clara mirada detrás; mirada de la ciudad y la sociedad que Friedkin posteriormente vuelve a poner en pantalla en películas de corte similar, como Cruising, To live and die in LA o Killer Joe. En dichas películas el entorno, la ciudad misma es un reflejo de cómo son, bien por dentro, las personas que protagonizan estas historias -también lo es en sentido inverso-: oscuras y con rincones difíciles de alcanzar o siquiera ver. Nada es tan perfecto como los mitos lo pintan, y nunca realmente se conoce todo a cabalidad.
¿Una de acción con todo este contenido detrás? Genial.
Ahora concentrémonos en aquella parte relacionada a la palabra "acción". Incluyamos la palabra "thriller" también. Juntos, separados, qué importa. Igualmente conforman un conjunto alucinante y deslumbrante, dejando secuencias para el recuerdo, convirtiendo a este en un filme de acción de verdad, no esos esperpentos donde "acción" es sinónimo de destruir todo lo que se te ocurra. Acá la acción es genial porque, sin tener que hacer alarde de grandes efectos visuales de destrucción, las secuencias te elevan los nervios; las imágenes, los sonidos, todo hace que te emociones y que mientras dure no puedas despegar tus ojos de la pantalla, porque necesitas más de esos rayos catódicos; las persecuciones, los tiroteos, las peleas, todo se te sube a la cabeza, y hace que durante esos intensos minutos estés en las nubes, disfrutando de esta genial manera de dirigir. Si no me equivoco, Friedkin ganó un oscar a mejor director por este filme -que ganó uno a mejor película- ¿Alguien lo va a cuestionar? Las secuencias de acción -las de persecución, para ser más exactos- están tan magistralmente logradas, que me recuerdan a aquellas con las que Raoul Walsh nos deleitaba en tremendos filmes como White Heat -con un gigante James Cagney- o High Sierra. De las secuencias más intensas que se puedan recordar.
Directo a la vena y al cerebro, tenemos secuencias que son acción y emoción pura y dura. Espectacularidad en su máxima expresión, y aún así bastante austeras, comparando con producciones más actuales. En fin, a parte de la genialidad de las secuencias de acción, hay más motivos para afirmar que como conjunto The french connection es alucinante. Estoy seguro que con las ya mencionadas y alabadas secuencias basta, pero prefiero no dejar fuera la atmósfera de suspenso general que rodea todo, ya que siempre hay una incógnita de qué es lo que va a pasar después. Las mismas persecuciones te ponen más nervioso porque no sabes si efectivamente va a terminar de buena manera, si los seguimientos son efectivos o no, o si las búsquedas en la oscuridad pueden terminar terriblemente mal. Banda sonora, fotografía, y genial dirección son los ingredientes irrefutables de una estética deliciosa y deslumbrante. Atmósfera noir que encanta y encandila. Cada escena es potencialmente fatal, y Friedkin juega inteligentemente con ello.
¿Y qué pasa cuando no vemos secuencias de acción? Bueno, ya hay una especie de respuesta en el párrafo anterior, ya que también hay momentos de espera, de elevada tensión y silencios interminables. Largos seguimientos, diálogos sobre qué puede o no suceder, frustración de parte de los protagonistas, etc. No hay únicamente acción. De todas formas, la pregunta apuntaba más bien a si el tratamiento de las escenas de no-acción es igual de brillante que la acción misma. La respuesta es sí. La película tiene una trama muy bien contada y construida, gracias al sólido guión; por lo mismo, en ningún momento decae el ritmo o el interés en la película. Tal como dije ayer sobre Prince of the City, en The French Connection encontramos un pulso narrativo estupendo, firme y sin titubeos.
Narrativamente, el filme que nos ocupa es preciso, conciso, y no se va por las ramas; sabe qué es necesario que se cuente.
Ah, y antes de olvidarlo, siempre está la sana cuota de su buen sentido del humor; nada más vean al inicio de la película esa persecución a pie con uno de los detectives vestido como el viejo pascuero -o papá noel, o santa claus, o cómo le digan ustedes-. Hilarante ¿o me van a decir que no?
En conclusión, excelente película. No sé qué más decir. Se las recomiendo, es imposible no disfrutar de una cinta tan equilibrada como esta: genial historia contada con inteligencia, además de tener una estético deslumbrante. No se le puede pedir más, está como quiere.
Lluvia de capturas